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miércoles. 28.05.2025
TRIBUNA POLÍTICA

De la estética nazi

La estética casi nunca camina sola y a un tipo de estética normalmente corresponde una ética, un comportamiento, los estilos uniformados, serios, paramilitares, narcisistas empujan a una determinada manera de pensar y actuar.
Heinrich Himmler

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Al igual que mis irados Burning, recuerdo de crío la aparición del pelo largo, aquellos primeros chavales que dejaron el corte militar que caracterizó la larguísima posguerra, allá por mediados o finales de los años sesenta. Recuerdo que muchos viejetes les llamaban marranos y les invitaban a asearse puesto que esa cabellera larga y ventosa se suponía llena de las liendres de antaño, esas donde crecían y multiplicaban los piojos. Se les llamaba drogadictos, maricones y gentuza mientras los padres nos recomendaban lejanía, no cruzarnos con sus sombras por aquello del contagio. Poco a poco, como siempre pasa, aquello se convirtió en una moda y quien más y quien menos dejaba su pelo al aire, aunque ello supusiese una reprimenda paterna. Había algo de ruptura, de desafío a lo establecido, de hartazgo de los formas y normas de la dictadura religioso-castrense, incluso algunos se inspiraron en Jesús de Nazaret para justificar la crecida del cabello y su aspecto similar al que luego, según cuentan libros ahistóricos, sería crucificado. Más de un amigo se llevó una somanta de hostias por la impostura, por el atrevimiento. Hoy apenas quedan reductos de aquellos pelos, como mucho a lomos de una moto con ajada cazadora de cuero y muchos años. Fósiles de otro planeta.

Bajo ese pelo, con ese peinado, miles y miles de jóvenes siguieron las consignas nazis, entregaron sus vidas para abolir la libertad y montaron los campos de exterminio

Camino alegre por las calles. Aire festivo, se oyen cohetes por todas partes, suenan las campanas, incluso la mayor que casi nunca lo hace. Bandas de música a lo lejos se vienen encima, va amaneciendo, cada vez más gente, cada vez más alegría, todos bailando, cantando desde bien temprano. Me emociono al recordar los días que siempre me emocionaron. Al volver una esquina me encuentro a una peña de chavales jóvenes, muy jóvenes, van cantando y saltando, pasándolo bien. Me detengo a observarlos, no sé si por compartir su alegría o por recordar la mía de hace unas décadas, o la que conservo. No me había fijado en un primer momento, pero la mayoría, serían más de quinientos, llevan el pelo cortado a lo nazi, es decir tal como lo llevaba Himmler, tal como ordenó que deberían llevarlo los de las Juventudes Hitlerianas y las SS, pelo corto por encima y degradado hasta desaparecer por encima de las orejas, formando un pico al caer sobre la nuca. Imagino que muchos de ellos no sabrán lo que simboliza ese corte de pelo ni el peinado que lo acompaña, pero a mí me resulta enormemente desagradable, tanto si lo saben cómo si no, porque deberían saberlo.

Bajo ese pelo, con ese peinado, miles y miles de jóvenes siguieron las consignas nazis, entregaron sus vidas para abolir la libertad y montaron los campos de exterminio en los que asesinaron a millones de judíos, comunistas, republicanos españoles, gitanos, tullidos y de la resistencia antifascista. El olor a carne quemada, el ruido de los tanques aplastando cabezas, los gritos desgarrados de los torturados, de los hambrientos de los encadenados, era provocado por hombre de ese aspecto, con ese pelo, con ese peinado que hoy, quizá por influencia de algún futbolista de moda, llevan muchos de nuestros adolescentes y jóvenes. No es un símbolo de rebeldía, de protesta, de inconformismo, no, ni mucho menos, sino un signo de integración en un sistema nocivo que pretende abolir todas las conquistas democráticas de los últimos tiempos. Quienes son conscientes de que imitan a los nazis, tienen claro cuál es su objetivo en la vida, para ellos y para los demás; quienes no lo saben, ponen en evidencia su ignorancia y la de un sistema educativo que ni siquiera ha servido para ayudarles a identificar donde está el terror, donde la parte más negra del devenir humana, donde el sufrimiento más grandes y persistente que unos hombres fueron capaces de infringir a otros que no conocían de nada y de los que, con toda seguridad, sólo supieron el número que se les asignó al ingresar en el campo de concentración. Muchos de nuestros jóvenes y adolescentes, aquí en España y en el resto del mundo, se identifican con la estética nazi, no quiere decir que lo sean, pero sí que les parece algo irable que se aviene con su personalidad y con la del grupo en el que se mueven. La estética casi nunca camina sola y a un tipo de estética normalmente corresponde una ética, un comportamiento, los estilos uniformados, serios, paramilitares, narcisistas empujan a una determinada manera de pensar y actuar.

Muchos de nuestros jóvenes y adolescentes, aquí en España y en el resto del mundo, se identifican con la estética nazi, no quiere decir que lo sean, pero sí que les parece algo irable que se aviene con su personalidad y con la del grupo en el que se mueven

El pasado 5 de mayo de cumplió el 80 aniversario de la liberación del campo de concentración de Mauthausen por las tropas yanquis. Al llegar al campo donde estaban encerradas más de cien mil personas, entre ellas varios miles de republicanos españoles, los soldados aliados fueron recibidos por banderas republicanas españolas y una enorme pancarta en la que decía: “Los Antifascistas españoles saludan a las fuerzas liberadoras”. Mauthasen no era sólo un campo de exterminio, sino un complejo donde se obligaba a los prisioneros a fabricar bombas, venenos, gases mortíferos hasta quedar extenuados. Era un impresionante campo de tortura y dolor en el que fallecieron horneados, gaseados o descuartizados miles de personas porque así lo habían decidido los hombres que llevaban el pelo degradado por encima de las orejas tal como lo llevan muchísimos jóvenes de nuestros días. No parece un modelo a imitar pese a que los tiempos no sólo imitan peinados y cortes de pelo sino también gobiernos y formas intolerantes de relaciones políticas y humanas.

Hoy son muchos los pueblos de España que tienen una placa reconociendo a los españoles que murieron en los campos nazis, aunque parece que nadie se entere. Sin embargo, son muchos menos los que recuerdan a los españoles que murieron en campos de concentración españoles, de los que hubo más de doscientos, en los que se cometieron todo tipo de atrocidades, hasta tal extremo que Franco y sus hombres al ver que la caída del nazismo era irremediable allá por 1943, decidieron no sólo desmontarlos, sino no dejar huella de ellos, destruyendo muros, galerías, edificios de mando y cualquier resto humano. Se trataba de no dejar huella de ese horror, de borrarlo, incluso de eliminar los miles de fotografías que en ellos se hicieron de cara a un futuro entendimiento con los aliados, a los que sabían vencedores de la contienda. Se borraron los restos, aunque se están intentando recuperar en campos como el de Albatera, se murieron quienes los sufrieron y sin imágenes conservar viva la memoria de aquella atrocidad resulta cada vez más difícil. Ver a niños, a adolescentes, a jóvenes con el aspecto de los de las Juventudes Hitlerianas, ver a niños rapados como cuando yo era un chaval de pantalones cortos obligados, ver la desmemoria, la falta de respeto a las víctimas del fascismo y el ensalzamiento de la estética nazi-fascista es algo que no esperaba ver, que creía desaparecido para siempre. Resulta que no, que los huevos de la serpiente estaban por todos lados, que las redes sociales no han venido sino para banalizar su veneno, para dar carta de naturaleza al terror, al brutalismo, a la ignorancia empoderada. Puede ser una moda pasajera, como otras, pero no lo creo puesto que ésta, que viene de años atrás, coincide en el tiempo con un giro político radical hacia la ultraderecha en todo el mundo. Primero se pone el escenario, el decorado, luego entran los actores, por último, sale el autor.

De la estética nazi