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viernes. 06.06.2025
EL NEGOCIO TURÍSTICO

Overbooking

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La imagen de las colmenas humanas que abarrotan el litoral mediterráneo pone los pelos de punta. Gigantescas torres clonadas ocupan toda la costa, de Algeciras a Estambul. El Mare Nostrum ha sido transformado en una descomunal caja registradora. El rumor de las olas es inaudible ante el tintineo incesante de las monedas. Una de las máximas concentraciones de historia, arte y cultura del mundo, si no la más grande, lleva camino de terminar su recorrido convertida en un monstruoso parque temático. Es sumamente triste, a la par que escandaloso, que las ruinas milagrosamente preservadas de Pompeya resulten sumergidas por una marea de visitantes que no prestan la más mínima atención a lo que están viendo. 

Hoy cualquier sitio es válido para los rebaños itinerantes de turistas. Exquisitas exposiciones son frecuentadas con el mismo espíritu con el que se pasea por Ikea una tarde de sábado. Lugares sagrados, religiosos o no, son mancillados por multitudes ignorantes. En Auschwitz se hace necesario difundir un serio comunicado para instar a un comportamiento decoroso.

Tal y como está planteado el negocio turístico, es altamente lesivo para personas, cultura y naturaleza

En documentales y reportajes asistimos al ir y venir, sin rumbo ni meta, de masas informes de cuerpos apelotonados a través de la Acrópolis, la Alhambra o Saint-Michel. Síntoma de cómo nuestro tiempo ha batido los récords de la infamia viajera es el overbooking que afecta al Everest. Por mucho que se intente ocultar o disfrazar, es patente que la industria turística, cuando solo persigue la obtención rápida e intensa de lucro, es un serio factor de desestabilización para todos aquellos habitantes que no se benefician en nada de la masificación invasora.

España, país con un inmenso patrimonio cultural, lo ha desdeñado sistemáticamente como reclamo, exprimiendo en cambio hasta las heces (sic) el turismo de sol y playa complementado con la oferta gastronómica y con el horrendo turismo de borrachera. Los logros económicos de algunos no pueden redimir las escenas que se dan cada vez con más frecuencia en la Costa Brava, Ibiza –¡qué han hecho contigo!– o Magaluf. Al lado de tan ilustres huéspedes, los vándalos de Genserico semejarían una alegre pandilla de boy scouts

Del alcance de la abominación son buena muestra las víctimas del balconing o de violaciones abundantemente regadas en alcohol. En este panorama atroz convergen la carencia de educación y de neuronas de los forasteros, la insensatez de una hostelería dispuesta a cualquier abdicación moral en busca del euro, y la dejación de funciones de unas autoridades a las que solo parece preocupar el número de pernoctaciones y el correspondiente gasto per cápita.

El neoliberalismo imperante exprime al prójimo hasta que se quiebra, arrasando por doquier con la civilización y dejando que el planeta se vaya al garete

Aun así, hay almas falsamente cándidas que se extrañan de que, en algunos lugares, estén hasta el gorro de turismo. «Fenómenos como la sobresaturación, la falta de conservación de los elementos patrimoniales, la disolución de las costumbres y tradiciones propias y el quebranto del respeto mutuo están en las bases del conflicto turístico y de la turismofobia» (Coma, Santacana: Ciudad educadora y turismo responsable). 

Todo esto no obsta para que los aciagos predicadores de siempre, los heraldos negros, exijan a los damnificados por la plaga de pisos alquilados por día y demás lacras ligadas a este azote que sufran en silencio por el bien de la economía nacional. Evidentemente, a quienes viven en la Moraleja o sus sucedáneos les resulta fácil y barato pontificar, ya que jamás padecerán las consecuencias.

Un comentario aparte, entre escandalizado y furioso, merece la total indiferencia con la que mucho turista accidental se pasea en medio de las indignantes condiciones laborales que rigen en este tan puntero sector de la economía en general, y de la española en particular. Desde el más cutre chiringuito playero a los lujosos hoteles de 5 estrellas, spas resorts, la precariedad galopante, los horarios movedizos y la explotación descarnada son las señas de identidad de esta industria. Emblemático es el inmisericorde trato reservado a las que limpian, las Kellys, pagadas con salarios decimonónicos y sometidas a exigencias corporales y ritmos temporales de esclavitud pura y dura, discriminadas por ser mujeres, trabajadoras y a menudo inmigrantes. 

Tal y como está planteado el negocio turístico, es altamente lesivo para personas, cultura y naturaleza. El neoliberalismo imperante exprime al prójimo hasta que se quiebra, arrasando por doquier con la civilización y dejando que el planeta se vaya al garete. 

Overbooking