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miércoles. 04.06.2025
TRIBUNA POLÍTICA

Qué hacer ante el avance de la ultraderecha

Casi todos los derechos que recoge la Carta Magna deberían estar garantizados por sus correspondientes leyes de desarrollo, penalizando a los gobiernos que los contraviniesen con sus acción política.

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Es más que evidente que en los barrios y ciudades donde tradicionalmente ganaba la derecha, ahora sigue venciendo junto a su hija legítima la ultraderecha. Nada de particular, desde las primeras elecciones democráticas apenas ha cambiado nada en esos lugares marcados por el privilegio y el egoísmo, por un sentido huraño del patriotismo, por un sentimiento de superioridad basado en la herencia y por un desprecio supino al sufrimiento ajeno. No ha sucedido lo mismo en los barrios obreros, en esos en los que se apiñaban los trabajadores de todas las clases en viviendas de cuarenta metros construidas por Banús o alguno de sus compadres. La clase obrera ya no existe, al menos no existe el sentimiento de pertenecer a ella, de compartir intereses y aspiraciones, se ha diluido al mismo tiempo que las grandes fábricas emigraron hacia Oriente, del mismo modo que muchos de los que antes eran asalariados ahora los han convertido en autónomos desclasados. El capitalismo, dividiendo según el viejo aserto latino, ha logrado que los trabajadores no sean capaces de identificarse con quienes tienen su misma o parecida situación, antes, al contrario, que la indiferencia y el desprecio hayan sustituido a esa solidaridad que tanto contribuyó a mejorar la vida de todos, de los que la gastaban, de los que luchaban y de los que no, de los combatientes y de los esquiroles que jamás se negaron a poner la mano cuando tras semanas de sufrimiento e incertidumbre venía el triunfo.

La sensación que da desde hace unos años es que aquí sólo los ricos, los que tienen rentas altas tienen asegurado el derecho constitucional a la vivienda

Al calor de las nuevas tecnologías se ha producido un cambio en las relaciones laborales de tal envergadura que era difícilmente predecible. Se veían venir muchas cosas desde la crisis del ladrillo, esa que llevó a algunos líderes de la derecha europea a reconocer el fracaso del capitalismo y la necesidad de refundarlo sobre cimientos más sociales. Humo, polvareda, ruido, paja. Nada se ha refundado ni lo va a hacer por sí mismo salvo que de nuevo quienes trabajan, los asalariados, vuelvan a tomar conciencia de quienes son, de quien lleva la batuta, de quien puede pararlo todo y hacer que los miles de millones que ingresan algunos se conviertan en pérdidas millonarias. Eso pasará, espero que pronto porque la desigualdad crece en todo el planeta de manera extraordinaria, del mismo modo que aumentan los instrumentos para controlar a los individuos y a las sociedades, pero mientras tanto sería bueno que analizásemos ciertos cuestiones que consideramos están contribuyendo de modo decisivo a decantar a una parte considerable de la población hacia posiciones políticas reaccionarias. 

No es la menor de ellas el a la vivienda. Nunca fue cosa fácil en los países que carecían de viviendas públicas acceder a una casa en propiedad o alquilar una en condiciones estables, sin embargo, la realidad es que en países como el nuestro se podía alquilar o comprar invirtiendo cantidades parecidas sin que eso supusiese pasar hambre o necesidad extrema. Se dio la competencia exclusiva en la materia a Ayuntamientos y Comunidades, instituciones que desde 1995 no sólo dejaron de construir casas para alquilar a precios moderados, sino que, como fue el caso de Ana Botella en derecho constitucional a la vivienda.

Casi todos los derechos que recoge la Carta Magna deberían estar garantizados por sus correspondientes leyes de desarrollo, penalizando a los gobiernos que los contraviniesen con sus acción política. Sin embargo, no es así, y no tener vivienda, no tener casa donde descansar, donde cubrirte de las inclemencias del tiempo, donde departir, discutir, llorar o reír, sólo afecta al que está en esa penosa situación sin que suponga castigo alguno para el gobernante que decide gastar el presupuesto en luces de Navidad, verbenas populares o mordidas. Sucede que hay una generación entera, la más joven, que por primera vez en cuarenta años no puede conseguir un techo bajo el que vivir, sucede que no son cuatro gatos, sucede que sus padres si pudieron y sucede que nadie durante las últimas décadas se ha dedicado a construir parques municipales de vivienda a precio tasado que compitiesen e hiciesen bajar el precio de la vivienda libre. Hasta ahora se han utilizado parches, subvenciones al alquiler que van directamente al rentista, bonos declaraciones de zonas tensionadas y deducciones fiscales. Sirven para poco, sólo poner medio millón de viviendas en el mercado a trescientos euros al mes, haría que los precios volviesen a la decencia, saliesen de la espiral demencial que impide desarrollar sus vidas a miles de jóvenes mientras genera rentas disparatadas a los propietarios dentro de la más pura economía especulativa y rapaz. Me dirán que es difícil poner esa cantidad de viviendas en el mercado, pero nuestros pueblos y ciudades están llenos, sobre todos sus centros históricos, de viviendas deseando ser rehabilitadas y habitadas, además, siempre será más fácil que invertir el 5% de PIB en armas para la OTAN.

Pues bien, si el sistema democrático, si los partidos de izquierdas no son capaces de construir los mecanismos para que las nuevas generaciones puedan tener a una vivienda digna, que es lo primero a lo que aspira una persona cuando siente la necesidad de independizarse, lo más lógico es que muestren su descontento con el sistema, con los partidos en los que otrora confiaron sus padres y abuelos, con régimen que parece propiciar la buena vida para unos pocos y la mala para quienes tienen menos posibilidades y han de trabajar más horas por menos dinero. 

Por donde habría que empezar a analizar la quiebra a la que asistimos, enfrentándola con un regreso de la política a la satisfacción de las verdaderas necesidades de los ciudadanos, cada día más perentorias y urgentes

Por otra parte, si ese mismo sistema que no se ha negado tajantemente a las irracionales y disparatadas exigencias norteamericanas, y de su lacayo derechista holandés Mark Rutte, para que gastemos en pólvora lo que hace falta en vivienda, sanidad, educación o cuidados de la vejez, es incapaz de pagar sueldos decentes a quienes se incorporan al mercado laboral, si su jornada laboral no tiene fin, si la paga extra va diluida en las mensualidades, si en muchos casos es inferior a lo que le piden por un piso de cuarenta metros en la periferia, es decir, si el sistema le hace la vida imposible, nadie puede pedir que muestre su entusiasmo por él, su fervor inquebrantable, más bien lo contrario. Y es ahí, por donde habría que empezar a analizar la quiebra a la que asistimos, enfrentándola con un regreso de la política a la satisfacción de las verdaderas necesidades de los ciudadanos, cada día más perentorias y urgentes.

Qué hacer ante el avance de la ultraderecha