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El descubrimiento del Mediterráneo es una actividad cotidiana de la que es difícil sustraerse cuando no se tiene lo que ahora se llama memoria histórica para saber qué hace tiempo está descubierto.
Por ejemplo, ese artefacto lingüístico llamado "el relato". A eso que siempre se ha llamado opinión, perspectiva, criterio, parecer, etc, y al que ya Marco Aurelio lo diferenciaba de la verdad, los americanos, expertos en estas cosas, le llamaron "story telling". Se trataba de transmitir un mensaje mediante una narración que interesara, emocionara y, sobre todo, convenciera al destinatario de ese mensaje. Aquí, a eso, le llamamos relato, término para la que la RAE señala sinónimos como relación, explicación o descripción, pero también, cuento, novela o leyenda. O sea, que, cuando a usted, amable lector, le suelten un relato, existen muchas posibilidades de que le estén colocando una milonga, interesada y, por tanto, conveniente a determinados intereses. Cuando llega al exceso comprobable, el relato pasa a llamarse bulo, pero no siempre alcanza esa categoría y, casi siempre, pasa por ser algo creible para una proporción importante de la población.
Es triste el papel de la oposición, lo que le debió permitir a Andreotti formular aquello de que el verdadero desgaste no lo sufre el poder sino la oposición. Y, en esos momentos, la oposición saca de su arsenal el famoso “relato”
Y no es que, eso, sea esencialmente pernicioso per se. La literatura, inspirada por Atenea o Calíope, dependiendo de la forma que adopte, es una de las bellas artes y esencial para el desarrollo intelectual de las personas. Lo que pasa es que no sirve para explicar el mundo. Al menos, todo el mundo. Por ejemplo, los fenómenos físicos, reales, es posible explicarlos literariamente, pero, de ello, difícilmente podrá obtenerse la información necesaria para conocer la naturaleza del hecho con la que poder transformarlo.
En los últimos tiempos hemos conocido, y sufrido, algunos de esos fenómenos físicos, reales, como una inundación en Valencia, un apagón general en España y Portugal y, más recientemente, el robo de unos cables que han producido un colapso en un trayecto del AVE. Y, todos ellos, han sido fuentes de inspiración para relatos interesados en transmitir determinados mensajes.
El argumento principal de dicho relato suele ser la descalificación de alguien, como si su conducta fuera la causa eficiente, en sentido aristotélico, de lo que ha pasado
La sociedad en la que vivimos se sustenta en sistemas muy complejos y que adolecen de fragilidades que les hacen vulnerables. Cuando sucede algún evento de muy reducida probabilidad y fallan esos sistemas, las consecuencias pueden ser catastróficas. Es posible llamar “imprevistos” a dichos eventos, pero no me parece propio calificarlos de “imprevisibles” ya que, la tecnología actual, con IA y todo, debería permitirnos saber que no existe el "riesgo cero". Hay en Valencia, y en otras partes de España (y, no digamos del mundo), miles de personas que viven en zonas inundables, denominando como tales a espacios que se anegan de agua cuando las lluvias alcanzan valores extraordinarios, pero posibles. En estos momentos, hay 248 personas menos después de la DANA, pero sigue habiendo muchas viviendo en las mismas zonas que se inundaron hace ya seis meses. Y, ese, es el hecho real.
Con efectos mucho menos trágicos hemos conocido los otros dos. Un sistema eléctrico y otro ferroviario, ambos calificados de modélicos, y cuyo hecho real es que seguimos dependiendo de ellos, han fallado por causas, desde luego, imprevistas pero que la oposición política ha criticado como responsabilidad de una istración poco eficiente. Se hace difícil pensar en que una ministra pueda estar permanentemente delante de una pantalla de control para comprobar la sincronía del sistema eléctrico o que un ministro tenga la obligación de recorrerse los 4.000 km de vía ferroviaria de AVE para ver si falta algún cable. Pero…
“Que España funcione” fue la explicación que dio una vez un gobernante como resumen de su propósito de gobierno. Explícitamente, o no, ha podido ser el programa electoral de todo candidato a gobernar en nuestro país y, desde luego, es lo que se le reclama cuando llega a gobernar. Por eso, cuando algo no funciona, y mas si lo hace de modo ostensible, llega el momento de la oposición que se lo reclama.
Los “momentos del gobierno” suelen ser positivos y programables. Anuncios de medidas favorables, aprobación de leyes, inauguraciones o informaciones de estadísticas beneficiosas, constituyen esos momentos. Sin embargo, “los momentos de la oposición” son más difícilmente programables y se suelen corresponder con situaciones negativas que hay que aprovechar afilando los cuchillos para esos momentos. Es triste el papel de la oposición, lo que le debió permitir a Andreotti formular aquello de que el verdadero desgaste no lo sufre el poder sino la oposición, pero es así. Y, en esos momentos, la oposición saca de su arsenal el famoso “relato”.
El argumento principal de dicho relato suele ser la descalificación de alguien, como si su conducta fuera la causa eficiente, en sentido aristotélico, de lo que ha pasado. En el caso de el gobierno de España quien, por defecto, pasa al primer puesto de ese protagonismo como presunta causa de la situación creada.
Debemos aceptar, pues, el relato como algo inevitable y, desde luego, necesario para que cada quien acepte el que mas se ajuste a sus creencias previas porque servirá para reforzarlas. Ahora que, si es usted esa rara avis no perteneciente a una de las dos Españas y, por tanto, no se le ha helado el corazón, no haga demasiado caso a los mismos. Sirven para lo que sirven.
Lo que si convendría que hiciera es tener velas, por si acaso, viajar en AVE con un bocadillo y agua y, si vive en zona inundable, estar pendiente de la meteorología. Y, recuerde que, como el muerto al hoyo y el vivo al bollo, de lo que se trata con el relato es de comerse, precisamente, el bollo.