La fortaleza de un gobierno débil
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Adolfo Suarez gobernó con 165 diputados (47,15% del Congreso) y 168 (48%). Felipe González lo hizo con 202 diputados (57,7% del Congreso), 184 (52,5%), 175 (50%) y 159 (45,4%). José María Aznar, con 156 diputados (44,57%) y 183 (52,2%). José Luis Rodríguez Zapatero, con 164 diputados (46,8) y 169 (48,2%). Mariano Rajoy, con 186 diputados (53,1%) y 137 (39,1%). Y Pedro Sánchez, con 85 diputados (24,2%), 120 (34,2%) y 121 (34,5%), menos que nadie de sus antecesores.
Eso, en cuanto a lo cuantitativo. Respecto a lo cualitativo, a González en su última etapa y a Aznar en la primera, solo les hizo falta convenir con Pujol, aunque fuera hablando catalán en la intimidad, como en el caso de Aznar, para completar sus legislaturas. A Zapatero, apenas algunos apoyos puntuales, y lógicamente retribuidos, de partidos nacionalistas y a Rajoy, el soporte de Ciudadanos que, en realidad aspiraban, no a eliminarle, sino a heredarle. Ninguno de ellos, salvo Sánchez, tuvo que lidiar con un gobierno de coalición y, mucho menos, conseguir que, desde un partido de la derecha, derecha de verdad, catalana, hasta los grupos más a la izquierda del Congreso, le votaran no solo su investidura sino las leyes más importantes.
Eso, que Sánchez está rodeado de corrupción, en su gobierno, en su partido y en su familia, como dicen en el Partido Popular que, lo que es de corrupción, saben lo que no está escrito
Y, con esos mimbres, el gobierno de Pedro Sánchez ha tenido que ocuparse de los siguientes cestos, resumiendo solo los más importantes: una pandemia mundial, una crisis económica derivada de eso, una guerra en Europa, otra en Oriente Medio, la erupción de un volcán en territorio nacional, dos DANAS catastróficas y una crisis energética, entre otras. Y, sobre todo, una oposición al borde del "guerra civilismo" y unos socios peleados entre ellos. Por tener, no tiene dos socios nacionalistas, sino dos parejas de socios nacionalistas que se disputan entre ellos la hegemonía en su territorio a base de complicar las cosas al Gobierno de España.
Pero, a día de hoy, Pedro Sánchez sigue presidiendo el Gobierno de España y, lo que es más significativo, no se vislumbra una alternativa a ese gobierno, a corto plazo. Y, sin embargo, dicen que el gobierno de Pedro Sánchez es un gobierno débil. Pues, menos mal que Pedro Sánchez no tiene 202 diputados. ¿Qué hubiera hecho en esas circunstancias?
El DRAE, a donde hay que acudir para saber siempre de que estamos hablando, dice que fuerte es el "que tiene gran resistencia". Pero, ambos conceptos, el de fuerza y, sobre todo, el de resistencia, solo se pueden comprobar, en función de las fuerzas contrarias que debe resistir. Se puede ser, en teoría, muy fuerte, pero si no hay forma de comprobarlo, hay que confiar solo en la fe para tener conciencia de esa fortaleza.
En el caso del gobierno de Pedro Sánchez, hay pruebas suficientes de que, diariamente, tiene que vencer fuerzas adversas a las que debe oponer lo que parece ser un arma de pacificación masiva: el diálogo. Aunque, ya se sabe, no es así como es conocida esa habilidad, sino como su capacidad de mentir a diario.
Como el que a hierro mata, a hierro puede morir, anda la oposición tratando de hacer a Pedro Sánchez “un Rajoy”, es decir censurarle por corrupción. Cuenta para ello con materia prima suficiente, desde el punto de vista mediático pero insuficiente, todavía, desde el punto de vista judicial, ya que, hasta que lleguen, si llegan, los temas a una sentencia de la Audiencia Nacional perjudicial para Pedro Sánchez como fue la que propició la moción de censura a Rajoy, queda un trecho. Y, también insuficiente, desde el punto de vista social, como lo fue la de Rajoy, para sus partidarios.
Malas compañías las tiene cualquiera, y el que esté libre de ello es que ha nacido ayer por la tarde. Pero, al final, hay que elegir entre relatos. Entre el de una foto robada a la salida de un mitin y otra en un barco de contrabandistas. Entre el de un ministro cesado fulminantemente en sus funciones y otros defendidos a muerte una vez pillados con el carrito del helado. Y entre un partido acusado por un presunto delincuente y otro condenado por corrupción.
Por eso, hay mociones de censura posibles e imposibles.
Y, eso, que Sánchez está rodeado de corrupción, en su gobierno, en su partido y en su familia, como dicen en el Partido Popular que, lo que es de corrupción, saben lo que no está escrito. Tanto que, una vez tuvieron, el PP, un presidente que le echaron por denunciarla y abortaron la idea que había tenido de cambiar de sede social, Génova 13, porque había sido financiada con dinero vete a saber de qué origen.
Pero volvamos a la debilidad del gobierno de Pedro Sánchez. Fruto del relato, que en la tierra de Cervantes, Lope de Vega y tantos de nuestros clásicos, se da mucho, hemos asimilado que, así como Sánchez es un okupa (¿se acuerdan?), su gobierno, además de ilegítimo, está a punto de caer. Pero, como los muertos de Ruiz de Alarcón que gozaban de tan buena salud, el gobierno de Sánchez sigue vivito y coleando. Y, como el viejo pescador de Ernest Hemingway, termina siempre volviendo a puerto habiéndose salvado del ataque de los tiburones, aunque no lo haga con tanta pesca como hubiera deseado.
Incluso, algún eminente político como Pérez Rubalcaba, no anduvo muy preciso cuando calificó de “gobierno Frankenstein” a uno de los primeros que formó Pedro Sánchez en 2018. El personaje de ficción que creó Mary Shelley, ese monstruo de aspecto muy desagradable, aunque de alma bondadosa, tendría, es verdad, una factura no muy vistosa, pero lo efímero de su vida no se corresponde con la de un gobierno presidido por Pedro Sánchez.
Y, eso que es débil.