TRIBUNA POLÍTICA

Contra Trump y cía: recuperemos el concepto y la práctica del 'partido político'

Hay que establecer una interrelación progresiva de la ciudadanía con una propuesta política de progreso.

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La toma de posesión de Trump parece haber dado pleno sentido a las palabras “toma” y “posesión”, incluso a la expresión “las derechas desencadenadas”. O quizás, con mayor rigor, habría que asumir que asistimos, parece que impotentes, a la “crisis del sistema de partidos democráticos”. Crisis para hacer frente a esas derechas neofascistas desencadenadas, tanto en EEUU como en Europa, como apuntan Alemania y Francia, tras Italia, Hungría…

Y para darle alguna explicación, hacemos lo habitual, darle la culpa, o el mérito, a los otros. En este caso señalando su influencia (y poder de propietarios) en las redes con un alcance de muy difícil réplica. Para hacerles frente, una organización política progresista afirmó al día siguiente de esa toma de posesión que se borraba de “X”, lo que me recordó el juego de aquellos niños que, tapándose los ojos, afirman “¡no estoy!”.

No es la primera ocasión, y seguro que no será la última, en la que las fuerzas de progreso parecen estar en desventaja. Y podría no ser la primera en la que comprobemos que era posible superarlo. Para los más veteranos baste recordar cómo combatimos al franquismo, para los menos sería bueno preguntar, estudiar, y entenderlo. Para entender la fuerza de la ciudadanía cuando no actúa como suma de individuos sino como conjunto de organizaciones sociales en torno a una propuesta de avance, y de cambio.

En momentos de crisis como los actuales, me parece prioritaria la organización ciudadana en partidos porgresistas capaces de influir de forma decisiva en el conjunto de la ciudadanía

Organización social, entre ellas los sindicatos y otras formas de aglutinar a colectivos sociales en defensa de sus derechos e intereses. Pero, en momentos de crisis como los actuales, me parece prioritaria la organización ciudadana en partidos políticos, partidos progresistas, capaces de orientar la acción colectiva, de influir de forma decisiva en los movimientos sociales y en el conjunto de la ciudadanía.

Pero lo que define una entidad no es la denominación que se autoatribuye, sino su naturaleza efectiva. Porque en este momento parece que de “partidos políticos” progresistas sí los hay. En todo caso como tales se inscriben y proclaman, aunque en la práctica no pasen de ser esencialmente plataformas electorales, clubs de fans de líderes y lideresas, suma de tertulias de más o menos amigos…, pero no organizaciones de permanente influencia en la sociedad, de propuesta e iniciativa para una acción social sostenida.

Ante el triunfo de Trump y los evidentes avances de las fuerzas más reaccionarias, los autodenominados “partidos” de progreso se limitan a llorar, a lamentarse y denunciar sus malévolas intenciones y prácticas, aunque a veces no pasen del espectáculo. En el mejor de los casos a intentar analizar las causas, con estudios sobre el voto rural, el de los trabajadores no industriales, el de los lesionados por la globalización globalizándose o desglobalizándose, la fragmentación, individualización, de los intereses colectivos. Entender las causas es evidentemente útil, pero claramente insuficiente.

Qué hacer para superar la apuntada crisis del sistema de partidos democráticos, para construirlos de modo que sean capaces de ganar y gobernar

Vuelve la pregunta histórica: “¿qué hacer?”. Qué hacer para superar la apuntada crisis del sistema de partidos democráticos, para construirlos de modo que sean capaces de ganar y gobernar. O de influir decisivamente en gobiernos de los otros.

Una fácil fórmula para ello sería la de reivindicar la recuperación de pasadas experiencias, de su concepto y práctica, actualizándolo con la necesaria respuesta a la problemática actual. No es tarea de sumar cuatro fórmulas, pero voy a permitirme apuntar algunas ideas con la voluntad, no sé si ilusoria, de contribuir a su elaboración colectiva.

De mi experiencia política en los años 70 del siglo pasado y sindical desde entonces (y en coyunturas no siempre más favorables que las actuales), entiendo que se desprenden dos aspectos esenciales que quiero resumir en:

1) Establecer una propuesta (plataforma reivindicativa) positiva, no utópica, no religiosa, de difícil pero posible conquista ahora. Tener, elaborar, una política capaz de movilizar. Y

2) Construir una organización, no una secta, con directa implicación de dirigentes sociales, que adquiera, que genere, que consolide y desarrollo confianza. Confianza de la ciudadanía en la organización, confianza de las bases de ésta en sus órganos de dirección.

Para, con todo ello, establecer una interrelación progresiva de la ciudadanía con una propuesta política de progreso.

Con estas notas me dirijo a quien corresponda: ¿es posible ponerse a ello?