<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=621166132074194&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
sábado. 07.06.2025
LA 'GENERACIÓN DE CRISTAL'

Ni dioses ni reyes, solo el pueblo

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna

 

Jaime Polo | @lovacaine

Una semana ha pasado ya. La tormenta que ha devastado l'Horta Sud en Valencia, una de esas Danas voraces que ya parecen una tradición de tragedia en nuestra tierra, ha dejado algo más que barro y pérdidas materiales. Ha dejado una pregunta sin respuesta, una duda que retumba en los charcos y entre los restos de vida cotidiana esparcidos por las calles: ¿Quién está realmente aquí cuando el pueblo se ahoga? No son dioses ni reyes quienes ayudan; no son quienes ocupan los despachos de mármol ni quienes dirigen con manos pulidas desde lejos. Somos nosotros, las personas de a pie, los vecinos que comparten una escalera o una avenida inundada, quienes acabamos recogiendo el peso de cada desastre.

Valencia ha sufrido una vez más el azote de la naturaleza. Mientras Mazón, el presidente que debería ser el timón en esta tormenta, dudaba o permanecía en la distancia, la tragedia seguía creciendo, invadiendo hogares y calles. La respuesta oficial, lenta y fría. La ayuda militar, tarde.

Hemos sido nosotros, sin dioses ni reyes, solo el pueblo. La próxima vez que nos llamen débiles, que miren bien

Los vecinos se organizaron con una rapidez que dejó en evidencia la ineficacia institucional: sacaron cubos, palas y mantas, se turnaron para evacuar y rescatar. L’Horta Sud resiste gracias a su gente. A pesar de la falta de un liderazgo eficaz, de una respuesta que llegara cuando debía, el pueblo se mostró, una vez más, como el verdadero pilar. Esa valentía compartida, esa capacidad de levantarse cuando el barro aún aprieta los pies, es la misma que nos salva.

Ni dioses ni reyes nos salvarán. Ellos no están para nosotros cuando los necesitamos, y porque el poder reside en la gente común. Son esos vecinos sin nombre los que sostienen nuestras calles cuando parece que todo lo demás está en ruinas.

Somos nosotros, las personas de a pie, los vecinos que comparten una escalera o una avenida inundada, quienes acabamos recogiendo el peso de cada desastre

Apareció la “generación de cristal”. Nos llaman así por ser supuestamente frágiles, por rechazar los modelos antiguos, por cuestionar todo lo que nos viene dado y defender que las cosas pueden hacerse de otra manera. Sin embargo, cuando el agua subió y se llevó todo a su paso, esa generación de cristal fue la primera en responder, en mojarse, en entrar a las casas anegadas de vecinos a los que ni siquiera conocía, en poner un grito común y una mano de ayuda. Mientras algunos líderes locales parecían más interesados en gestionar la narrativa que en gestionar la crisis, nosotros estábamos allí.

Cuando todo esto pase, los despachos se secarán, las cámaras se apagarán, y las palabras volverán a ser solo palabras. Pero el recuerdo de una comunidad que se levantó sola, que rompió prejuicios y demostró su valor, ese permanecerá. Hemos sido nosotros, sin dioses ni reyes, solo el pueblo. La próxima vez que nos llamen débiles, que miren bien.

Ni dioses ni reyes, solo el pueblo