
La discusión sobre el colonialismo en la Segunda Internacional refleja claramente la división en el seno del socialismo a principios del siglo XX entre las dos grandes posturas del mismo: la reformista y la revolucionaria.
La cuestión colonial apareció en el Congreso de ParĆs del aƱo 1900 con la ponencia del socialista holandĆ©s Van Kol, bien conocedor de las colonias holandesas, donde defendió una polĆtica colonial positiva. En esta lĆnea estarĆan tres grandes socialistas reformistas o revisionistas, el alemĆ”n Bernstein, el francĆ©s JaurĆØs y el belga Vandervelde. Pero la mayorĆa votó en contra del colonialismo de forma contundente. Tenemos que tener en cuenta que se acababan de vivir los acontecimientos del 98, de Fachoda, la revuelta de los Boxers y la durĆsima y sangrienta guerra de los Boers.
La postura mĆ”s favorable al colonialismo se basaba, como se puede comprobar en la moción de Van Kol en el Congreso de 1904 en Ćmsterdam, en cuestiones económicas, en que era inevitable en una sociedad en expansión. La postura anticolonial fue defendida por el britĆ”nico Hyndman.
Los conflictos en el norte de Ćfrica, en Marruecos, en los aƱos 1905 y 1906, asĆ como en el Congo y en Ćfrica central, y los levantamientos en el Sureste AsiĆ”tico convirtieron la cuestión colonial en un tema de intenso debate en la opinión pĆŗblica y en el seno de la Internacional, especialmente en el Congreso de Stuttgart de 1907. En esta reunión aparecieron tres posturas. En el extremo mĆ”s favorable al colonialismo destacó David, miembro de lo que se conoce como la corriente imperialista del SPD. Europa tenĆa necesidad de las colonias; es mĆ”s, necesitarĆa seguir aumentĆ”ndolas, ya que sin ellas el continente serĆa como China desde el punto de vista económico. En este sentido, el francĆ©s Rouanet defendió que era falso considerar la colonización como un fenómeno puramente capitalista, ya que era tambiĆ©n un hecho histórico. HabĆa que obtener en las colonias mejoras considerables. Ante inmensos territorios, los paĆses civilizados europeos y norteamericanos debĆan utilizar esos espacios para mejorar sus propias existencias.
Una visión mĆ”s moderada, menos extremista, era la defendida por Van Kol, en la misma lĆnea que venĆa planteando en los Ćŗltimos Congresos, es decir, la inevitabilidad del hecho colonial y cómo la polĆtica colonial se podrĆa reconducir en un sistema socialista en un sentido civilizador y no explotador. Esta postura se basarĆa en el carĆ”cter humanista del socialismo. Se criticaba la brutalidad seguida por las potencias coloniales pero no la existencia de colonias en sĆ. El sistema colonial, sin esa explotación y brutalidad, podrĆa ser positivo para otros pueblos. Bernstein y Vandervelde seguĆan defendiendo esta postura. Bernstein no querĆa que los socialistas mantuvieran un criterio puramente negativo ante esta materia. HabĆa que rechazar por utópica la idea de abandonar las colonias. Como existĆan habĆa que ocuparse de ellas. Una cierta tutela de los pueblos civilizados sobre el resto de los pueblos era una necesidad. Sin lugar a dudas, habĆa una evidente carga paternalista en esta postura.
Kautsky reaccionó con dureza ante la moción de Van Kol. Por una estrecha mayorĆa se aprobó la condena a todo tipo de colonialismo. La misión civilizadora que se asignaba a la sociedad capitalista no era mĆ”s que un pretexto para encubrir la sed de explotación y de conquista. Solamente la sociedad socialista podrĆa ofrecer a todos los pueblos la posibilidad de desarrollar plenamente su civilización.
Rosa Luxemburg y otros lĆderes socialistas internacionales, incluyendo Karl Kautsky (Alemania), Victor Adler (Austria), Georgii Plekhanov (Rusia), Edouard Vaillant (Francia) y Sen Katayama (Japón) en el Congreso de 1904 en Amsterdam