'Yo soy Martin Parr': el arte de la fotografía según un rebelde
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Fran Nieto |
Martin Parr (nacido en 1952) es un icono de la escena fotográfica mundial, y es su misma identidad británica, o su relación con Gran Bretaña y el sujeto británico, lo que ha impulsado su cartera fotográfica. Conocido por sus colores brillantes y vivos y sus temas crudos pero humorísticos, que rayan en lo satírico, el trabajo de Parr es apreciado internacionalmente y reconocible al instante, tanto que en una expedición fotográfica, una mujer le preguntó sin darse cuenta si estaba tomando fotos "como Martin Parr".
Fue durante la inauguración de su exposición La Casa en los Rencontres de la photographie d’Arles 2019 que el fotógrafo y director Lee Shulman conoció, por primera vez, a uno de sus ídolos, el famoso fotógrafo británico Martin Parr. Dos años más tarde, coprodujeron una exposición, Déjà View, para Magnum Photos; lugar donde por cierto el trabajo de Martin Parr era tan divisivo e intransigente en ese momento que su entrada en la famosa agencia de prensa fotográfica dividió a sus durante mucho tiempo. La mitad de los componentes con derecho a voto amenazaron con quemar sus tarjetas de miembro si se le permitía entrar. La otra mitad, mientras tanto, amenazó con quemar sus tarjetas si no se le permitía.
Al final, todo esto desembocó en un nuevo proyecto en formato audiovisual que unió a Lee Shulman y Martin Parr, un documental del primero dedicado al segundo.
La primera secuencia que abre Yo soy Martin Parr está llena del mismo contraste kitsch y a la vez genuino que anima las fotografías más famosas del protagonista de este documental
La primera secuencia que abre Yo soy Martin Parr está llena del mismo contraste kitsch y a la vez genuino que anima las fotografías más famosas del protagonista de este documental. En un paseo marítimo salpicado por la perenne cirrosis británica, un hombre mayor camina apoyado en su carrito de paseo. Se detiene un momento, levanta la cámara profesional que lleva colgada del cuello para sacar una instantánea y luego vuelve a parlotear, ahora acompañado por las notas extradiegéticas de White Riot de The Clash. Así, sobre la alfombra sonora anárquica de la banda de rock, algunas de las fotografías más hermosas y ácidas del anagráficamente senil pero intelectualmente muy joven Martin Parr se despliegan ahora en la pantalla a través de una edición frenética.
Esta secuencia inicial es la parte más interesante de los sesenta y siete minutos de una obra que, por desgracia, se ve frenada por las habituales cabezas parlantes que suelen prodigarse en los documentales biográficos. Su condición de anciano en teoría inofensivo le permite pasar desapercibido e ir sacando una instantánea detrás de otra buscando la que él llama “la alineación de las estrellas”. En ocasiones sí que pide a los fotografiados que adopten una u otra pose, y estos casi siempre acceden de buena gana, pero la mayoría de los posados son fruto de la espontaneidad y de la desfachatez de quien no le duelen prendas a la hora captar imágenes del público sin su autorización previa y dispara con sigilo su cámara huyendo después con su taka-taka a cuestas.
Lee Shulman nos lleva en un viaje por carretera siguiendo los pasos de su ilustre mayor con quien ha formado un vínculo de amistad y confianza
Lee Shulman nos lleva en un viaje por carretera siguiendo los pasos de su ilustre mayor con quien ha formado un vínculo de amistad y confianza. De este modo, nos ofrece la oportunidad única de ver a su amigo en acción -en particular su interacción con sus sujetos- mientras regresa, a través de testimonios -incluido el de su esposa Susie Parr- y archivos, a la obra y la vida de este genio excéntrico y provocador: desde el niño que compartió su pasión por la fotografía con su abuelo y decidió hacer de ella su profesión a la temprana edad de trece años, hasta el adulto que sacudió los códigos con su mirada iconoclasta y aguda sobre la sociedad occidental de consumo y ocio.
Tal vez obligado por la corta duración del documental a la que hacíamos referencia con anterioridad, el director se acerca al protagonista según las rígidas jaulas de la narrativa personal: entrevistas con colegas, galeristas y artistas que rinden homenaje a su producción (Grayson Perry y el músico Mark Bedford), imágenes del trabajo realizado por la fundación que creó y que da confianza a los jóvenes profesionales de la imagen, la sombra del anciano fotógrafo que ilustra verbal y físicamente su poética.
Si bien desde el punto de vista técnico Yo soy Martin Parr cumple plenamente su tarea –el énfasis justo en el trabajo en blanco y negro, visible por ejemplo en la espléndida serie “Abandoned Morris Minors of the West of Ireland” que mostraba la crisis industrial irlandesa a través de la búsqueda de coches abandonados en el campo de la región– se dedica poco espacio al marco teórico de su vasta producción. La crítica a la sociedad de consumo en sus fotografías más extravagantes y famosas se cita casi de pasada, como si la indudable fuerza icónica de sus instantáneas fuera suficiente para burlarse de los efectos más ridículos de la sobreexpansión capitalista.
Conceptos como el turismo excesivo y la comida chatarra están efectivamente presentes en los discursos de los entrevistados, pero sin ampliaciones que tal vez puedan revelar sus posibles influencias y legados en el discurso cultural actual. La única fotografía social de esta hora prolongada sigue siendo la de Martin Parr. Pero en ese momento bastaba con ir a una exposición personal o comprar uno de sus libros.