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Celín Cebrián | @Celn4
El cine fronterizo es un género tan inmortal y cambiante como el tema que trata. Comenzó repleto de estereotipos y nos fue llegando a través de melodramas. A día de hoy, ese cine se ha convertido en una de las narrativas más complejas. Desde siempre fue un fenómeno lleno de matices.
Con las últimas noticias que nos llegan sobre el cierre de las fronteras, las deportaciones y la subida de aranceles anunciadas por el presidente de EEUU, tanto en México como en Canadá, el tema vuelve a estar de moda. Nada mejor que el celuloide para mantener la paz entre los Sioux y la Policía Montada de Canadá o entre los “espaldas mojadas” mexicanos y la Guardia Fronteriza de Estados Unidos.
La fascinación por la frontera ha dado un buen número de películas en las que Hollywood se refería a ella con una cierta connotación negativa, tanto es así que Donald Trump prometió construir un muro y ahora todos miran hacia la frontera
El cine es una polifonía en la que voces de diversos orígenes ofrecen una reflexión crítica sobre la migración, una decisión trascendental para aquellos que deciden construir su existencia en espacios que no siempre los acogen, lugares donde a menudo tienen que afrontar sucesos que traspasan sus expectativas. De tal manera que, esa línea que cruzaron llenos con esperanza, también con cierta tristeza, incluso con miedo, a veces se convierte en un punto de no retorno. Me viene a la memoria Les Oiseaux ivres (2021), de Ivan Grbovic, que nos cuenta la historia de gente que no deja su hogar solo por necesidad, sino buscando un sueño, viviendo la misma aventura que llevan a cabo los héroes para salir de la rutina, porque el secreto está en hacer las cosas como si todo fuera un juego, como la vida misma, que es otro juego en el que se puede ganar y alcanzar ese sueño siendo constante, trabajando, sin necesidad de disculparse en todo momento por ser inmigrante, sin mirar atrás, sino, todo lo contrario, yendo hacia adelante, hasta lograr integrarse en esa sociedad nueva, adoptando aquello que les gusta de ese país…, en definitiva, participando de ese tipo de vida.., porque, si lo pensamos, todos estamos buscando lo mismo. No importa si tenemos que cruzar la frontera de un país o las fronteras de nosotros mismos. Lo fundamental es el viaje.
Un país como Canadá sería impensable sin su frontera con Estados Unidos, la más extensa y menos vigilada del mundo, con 3600 kilómetros, una línea fronteriza donde vive un altísimo porcentaje de la población canadiense, establecida en ciudades. El paralelo 49 une y divide a la vez, y permite el o, las influencias, la elección, el comercio y también la diferencia. Y si nos referimos a México, sucede algo parecido, cuya frontera natural es un caudal de unos tres mil kilómetros que divide a los dos países, al que los estadounidenses le llaman Río Grande y los mexicanos Río Bravo, el mismo que marca la frontera, definida por el Tratado de Guadalupe Hidalgo, que fue firmado en 1848. Una cuenca que abarca cinco estados mexicanos y tres estadounidenses, atravesando varias regiones como las Montañas Rocosas del sur y el TrornScrub de Tamaulipas. Y ambas fronteras, durante años, dieron como resultado un sinfín de películas de género, como es el caso de México, o el de Canadá, un cine, este último, con menos estereotipos, pero donde también se dio ese “cine fronterizo” , ese cine que cruzaba la línea, como vemos en la película Bordertown Café, dirigida por Norma Bailey en 1991, donde asombra la similitud del paisaje de Warren, Manitoba, con algunos espacios fronterizos de EE.UU y de México, donde también está el típico pueblo que es una sola calle principal, a campo abierto, cuya tierra conforma una planicie que se pierde por el horizonte, y donde hay una señal que marca la frontera, y otra idéntica al lado contrario, y la protagonista es una mujer, sola y con un hijo, con el padre ausente… Y una vez más comprobamos que pesa más la frontera imaginaria entre Estados Unidos y Canadá que la territorial, porque de lo que hablamos es de la confrontación de culturas, tan presente, sobre todo en los personajes canadienses que, a pesar de convivir con los estadounidenses, nunca se sienten del todo a gusto con ellos, tan ruidosos e indiscretos como nos los muestran en las películas.

La globalización ha supuesto uno de los mayores niveles de intercambio de bienes y servicios en todo el planeta, de elementos culturales, así como de flujo de personas, algo que está afectando a la sociedad y a la definición de las comunidades. La fascinación por la frontera ha dado un buen número de películas en las que Hollywood se refería a ella con una cierta connotación negativa, tanto es así que Donald Trump prometió construir un muro y ahora todos miran hacia la frontera, a esa región que fue el foco de los grandes momentos del cine. Hay veces que, a la hora de poner un ejemplo, tenemos que echar mano de la ironía. Y digo esto porque, cuando hablamos de “cine canadiense de frontera”, como paradoja, las dos películas más representativas de ese género están hechas por dos realizadores estadounidenses: uno es Michael Moore, con su trabajo documental Canadian Bacon; y los otros dos son Trey Parker y Matt Stone con South Park: Bigger, Longer and Uncut. Pero también hay películas que nos hablan de la “frontera interior de Canadá”…, uno de los países más seguros y tranquilos del mundo, donde nos encontramos un cine hecho por emigrantes que nos habla de emigrantes, como sucede en Ararat de Atom Egoyan, que elabora un juego de muñecas rusas para armar un discurso de denuncia sobre la naturaleza de la verdad y la representación artística, y que viene a ser la palabra de un inmigrante armenio en uno de los países más progresistas del mundo. O Frozen River, una película dramática sobre las entradas de inmigrantes ilegales desde Canadá a Estados Unidos a través de la reserva india de los mohawk, haciendo viajes por el río St. Lawrence totalmente helado, por donde cruzan chinos y paquistaníes metidos en un Dodge Spirit. Y Profesor Lazhar, la historia de Bachir Lazhar, de 55 años y de origen argelino, que es contratado en un instituto como maestro de primaria en una escuela de Montreal en sustitución de la maestra que ha muerto en circunstancias trágicas, y que nos muestra su carisma y su particular manera de enseñar y sacar adelante el curso, y cambiar la vida de los niños. Y no digamos si nos referimos a Las invasiones bárbaras, dirigida en 2003 por Denys Arcand, capaz de removernos en la butaca con esas dosis de pesimismo, una película noble, que se llevó el Premio al Mejor Guion Original y Mejor Actriz en el Festival de Cannes, un buen número de Premios César y el Oscar a la Mejor Película Extranjera.

Pero…, volvamos a la frontera. A mediados del siglo XIX, Estados Unidos y México estaban en guerra por el estado de Texas. Esta larga disputa fue retratada por Hollywood en películas del Oeste que detallaban las escaramuzas violentas entre los colonos y el ejército mexicano. Un hito simbólico fue Río Grande, dirigida por John Ford. En 1958, Marlene Dietrich hizo una impresionante aparición en la brillante película de “cine noir” y de suspense Sed de mal, dirigida por Orson Welles. Entre las más espectaculares está El Álamo (1961), protagonizada por John Wayne y Richard Widmark. La frontera mantuvo su prominencia en numerosas películas de género. Una tierra que fue filmada de manera única y especial por Sam Peckinpach en Grupo Salvaje, una épica salvaje empapada de sangre que muestra la anarquía que se vivía en la zona. Hay filmes que comparten algunas características, pensemos en “Del crepúsculo al amanecer” (1996), que contó con Quentin Tarantino y George Cloony, una película de Robert Rodríguez, un director que tenía una gran pasión por la frontera y por ese tipo de cine. Lone Star (1996), de John Sayles. Traffic (2000), de Steven Soderbergh, Los tres entierros de Melquiades Estrada, un proyecto que llegó a buen puerto tras involucrarse Tommy Lee Jones, Guillermo Arriaga y el productor Michael Fitzgerald. Y Babel (2006), de Alejandro González Iñárritu, una parábola cinematográfica sobre lo que significa el concepto de las fronteras en la era de la globalización. Llegados al año 2007, aparecen los hermanos Joel y Ethan Coen y ruedan No hay lugar para los débiles, que trata sobre la mafia, la muerte y el fraude en una tierra peligrosa donde pocos pueden crecer o llegar a viejos: la frontera de Estados Unidos y México. Podríamos citar también Sicario, de Denis Villeneuve, un largometraje que contó con Benicio del Toro, o El abogado del crimen (2013), de Ridley Scott. Y, por no hacer la lista interminable, Sin nombre (2009), de Cary Fukunaga, una película impresionante en la que el californiano nos cuenta cuál es el destino de varios jóvenes mexicanos que luchan por ir a EE.UU: unos quieren escapar de las bandas criminales de México; otros anhelan un futuro de color de rosa en el país del sueño americano…, mientras viajan en los techos de los trenes, pasando penurias, hambre, un espectáculo crudo y devastador, envuelto por la belleza de las imágenes, tan sólidas como crudas.
RÍO GRANDE (1950)

Dice la leyenda que Ford hizo Río Grande para que el productor Herbert Yates le permitiera realizar El hombre tranquilo. La película viene a ser la parte final de la trilogía que dedicó a la caballería estadounidense tras Masacre de Fort Apache (1948) y “La carga heroica” (1949). La trama pone de relieve las relaciones familiares, incluida la relación con el hijo, interpretado por Claude Jarman Jr., y la complicada relación que existe entre la pareja formada por John Wayne y la maravillosa Maureen O'hara El director, siempre que se encontraba en una historia este tipo de relaciones psicológicas, solía ser muy sutil. Una película en la que no podemos olvidarnos de esos papeles secundarios que tanto le gustaban a John Ford: Ben Johnson, Harry Carey Jr. y Victor McLaglen…, con ese toque de humor o de burla que le permitía restarles importancia a ciertas situaciones.
Desde el primer momento, vemos ese inconfundible homenaje que Ford hace a su Monument Valley, rodando unas poderosas imágenes sobre las que aparecen los títulos de crédito, acompañados por la maravillosa melodía de Alfred Newman que nos mete de lleno la emoción en el cuerpo, aquella que suele imprimirle Ford a este tipo de secuencias, como se comprueba en esa bellísima secuencia en la regresa al fuerte la brigada de caballería dirigida por el ya veterano teniente coronel Kirby Yorke (un irable John Wayne), cuyo llegada va envuelta por una nube de polvo del mítico Oeste.
Río Grande es ese tipo de películas en las que la parte íntima alcanza una especial importancia, además de la evocación del pasado, que es el que marca el desarrollo de los acontecimientos, como nos lo demuestran las miradas, los silencios… Todo configurando en una tela de araña por la que se va deslizando el peso de esos sentimientos, a lo que añadir algunas subtramas que complementan la historia, como la del joven soldado que ha sido acusado por un asesinato que hizo o la presencia del malhumorado sargento Quincannon, interpretado por el siempre impagable Victor McLaglen… A medida que avanza la trama, lo que va quedando claro es el ojo que tiene John Ford para resolver las situaciones que se le presentan, que va más allá de las palabras. Hay quienes dicen que rodó con desgana y en poco tiempo, pero era tal el oficio que tenía…, que, con un puñado de secuencias espléndidas, nos da una lección de cine. Sirva como ejemplo, la secuencia en la que John Wayne se acerca de noche al río y contempla sus aguas tranquilas, ese tranquilo fluir… Quizás estemos ante uno de los momentos más hermosos rodados por Natani-nez (El Guerrero Alto), que era el nombre con el que llamaban los navajos al maestro John Ford. Río Grande es una película excelente.
NIÁGARA (1953)

La Fox y el director Darryl F. Zanuck querían hacer una película ambientada en las cataratas del Niágara (Ontario, Canadá). Y afirmó: -“Cualquiera que escuche el nombre de Niágara, pensará en parejas, en la luna de miel, y no en una historia de misterio y asesinato real”. Para dirigir la película se eligió a Henry Hathaway, un director especialista en wéstern y cine negro que ahora debía mostrar su habilidad en la pantalla para contar una historia desde otro punto de vista, tirando más por las aventuras y el espectáculo. Y para ello, tendría la oportunidad de rodar la grandiosidad de esas cataratas al tener en frente un decorado natural tan majestuoso.
Hoy nos puede parecer paradójico que se rodara en Technicolor un clásico del cine negro, pero así fue, algo que creó una atmósfera visual impactante al tener como telón de fondo la majestuosidad de las cataratas y contar con la belleza de Marilyn Monroe, que, en aquellos momentos seguía teniendo un contrato de estudio con una salario quizás ridículo para una actriz, ya que cobraba más el maquillador que ella. A partir de este filme, todo cambiaría.

El trhiller está ambientado a plena luz del día en un entorno maravilloso. La historia cuenta las vacaciones que hacen George Lomis (Joseph Cotten) y su esposa Rose (Marilyn Monroe) a las cataratas del Niágara. Las fuertes crisis emocionales que padece George, afectan a la bella esposa, de tal modo que esto la predispone a la hora de aceptar los galanteos de un apuesto joven. El marido es un ex combatiente de Corea que vive una fuerte crisis, con sus s de celos. Un papel interpretado por el prestigioso actor Joseph Cotten. Monroe encarna a Rose, una mujer intrigante, adúltera y muy atractiva, que intenta asesinar a su esposo con la ayuda del amante, y hacer todo lo posible para hacernos creer a todos que George, su marido, está loco. La otra pareja, en contraste con ésta, está formada por Polly, una mujer sobria, seria formal y discreta, pero a la vez fuerte, y de su marido Ray, un ingenuo y exitoso ejecutivo de ventas. Los dos juntos forman una pareja idílica.
Más allá de su fuerza narrativa, los primerísimos planos de Marilyn o esos otros con su vestido fucsia, tan ajustado, hicieron furor y marcaron los momentos más icónicos de la película. Es más, hay un momento, precisamente ése en el que la actriz está catando Kiss me y lleva el vestido fucsia, que parece derretirse en la pantalla. Esto nos sirve para desmontar ese mito de víctima que tenemos de Norma Jean, más aún cuando sabemos que la actriz se las ingenió para imponer su criterio en el rodaje, sobre todo en una secuencia en la que ella está bajo las sábanas como una sex symbol e insistía una y otra vez de hacerla totalmente desnuda (algo que no se vería ante las cámaras). Y algo parecido hizo en la secuencia de la ducha. El director, Hathaway, le decía que sería mejor que se pusiese un bañador o que se separara de la cortina de la ducha, dado que aún estaba vigente la censura y el famoso Código Hays, que regulaba, entre otras cosas, la conducta y la moral. Al final, Marilyn se salió con la suya, lo que le dio más autenticidad, si cabe, a esas secuencias, mientras a ella la catapultaban al estrellato, haciendo que se convirtiera en un mito sexual. De tal modo que la actriz llegó a encabezar el reparto. Su nombre aparece antes que el título de la película. También hay que decir que no sólo se prestó cuidado al vestuario de Marilyn y a esos vestidos reveladores que marcaban sus curvas, sino que se preparó la actuación de la actriz concienzudamente, su manera de interpretar, su voz, controlando en todo momento su registro…, hasta le enseñaron a graduar su expresión y istrarla para conseguir ese impacto que podríamos denominar “sexual”, así como a puntualizar los instantes más dramáticos. Hasta la fecha de la película, Marilyn sólo había sido una chica atractiva. La actriz Joan Crawford, al ser preguntada por la película, llegó a decir que ”era inapropiada para una actriz y una dama”.
De otra parte, la agobiante atmósfera de las cataratas para crear claustrofobia en plena naturaleza, puso de moda aquellos parajes, ya fuera buscando una instantánea maravillosa o pasar unos días de asueto y descanso. De tal manera que la zona pasó a recibir a miles de visitantes en busca de la grandiosidad de las propias cataratas y de los alrededores, tal y los había mostrado la película por buena parte del mundo.
SED DE MAL (1958)

El filme se inicia con uno de los planos secuencia más representativos del cine y supone la ruptura del principio narrativo de Hollywood que enfatizaba al héroe americano y al villano mexicano. Originariamente, Orson Welles fue contratado para actuar en la película, pero al final el productor Albert Zugsmith decidió que fuera él quien la dirigiera, lo que supuso grandes cambios sobre un guion que estaba ya terminado . Entonces, Charlton Heston, que iba a interpretar a un abogado, pasó a ser un agente mexicano de narcóticos; y Jane Leigh, de ser la esposa americana del abogado, terminó siendo una mexicana. A partir de ahí, la acción pasó a desarrollarse en la frontera. El director tenía en su mente rodar en Tijuana, pero al final no pudo ser.
Considerada por los críticos como una obra maestra, su análisis nos descubre que las fronteras son centros de perdición que atraen a lo peor de cada país. Un mundo violento, peligroso, sin ley, de grandes choques culturales y donde la corrupción persiste a ambos lados de la frontera. Construyendo toda una maraña narrativa y manejando exquisitamente el suspenso, la película nos deja al descubierto la dualidad de la justicia. Un agente de policía de narcóticos (Charlton Heston) llega a la frontera mexicana con su esposa (Jane Leigh) justo en el momento en el que explota una bomba. Inmediatamente éste se hace cargo de la investigación, contando con la colaboración de Hank Quinlan (Orson Welles), el jefe de la policía local, muy conocido en la zona por sus métodos expeditivos y poco ortodoxos. El voluminoso cuerpo del jefe de la policía local, la violencia de sus ojos y sus labios, más su caminar, resumen a ese hombre gordo y violento, un policía corrupto que mata, que asesina brutalmente como si fuera un oso, sin piedad, haciendo visible la suciedad de los poderes del Estado. Asesinar con el cuerpo y no con la mente, ese es el jefe de policía, capaz de humillar a la víctima a través de la locura de la fuerza, porque lo que le importa es dejar el sello de la violencia incrustado en el crimen que se lleva a cabo. Una obra soberbia donde Welles da rienda suelta a su imponente estilo visual para conformar una obra extraordinaria. Sólo un cineasta de su capacidad puede lograr una obra de arte como ésta.
GRUPO SALVAJE (1969)

Con este clásico regresamos de nuevo al western crepuscular, como sucedía en Sin perdón (1992), de Clint Eastwood, de la mano de la mano de Sam Peckinpah, para desempolvar la trama en un mundo fronterizo donde un grupo de atracadores de bancos sin escrúpulos se dirigen a México para llevar a cabo un ambicioso golpe. Estamos ante una película que cambiaría para siempre la forma de ver los western. El año de su estreno no era especialmente optimista: estaba la guerra de Vietnam en su violenta sangría, los crímenes de Masrtin Luther King o de Robert F. Kenedy… La sociedad no vivía momentos de paz , a pesar del idealismo de la revolución cultural y del movimiento hippie. Y lo que hace aquí Peckinpah es desgranar su ira y montar un espectáculo lleno de violencia, y mete las manos en el barro para realizar una epopeya a la violencia. NO a la de ahora, no, sino a la de todos los tiempos, que llega a nosotros a través de la educación, en nuestra infancia, en cada estamento de la sociedad… No es algo puntual, sino una manera de vivir. Tanto es así que esa violencia resuena en la sala y se mete dentro de las tripas. Nunca hasta entonces sonaron así los tiros, la sangre a borbotones, la cámara lenta… La violencia nunca es gratuita sino que está dentro de los personajes, dentro de nosotros. Algo que sirvió para desmitificar el género, que siempre trataba a los personajes como héroes, aduciendo que solo usaban la violencia para hacer el bien y de forma justificada.

En cuanto al nombre original de la película, The wild Bunch, fue el que usaba la prensa para denominar a una banda de forajidos que operaba en Oklahoma a cuya cabeza estaba Butch Cassidy. La historia de la película fue una idea de un actor y especialista llamado Roy N. Sickner, que se encargó de escribir Walon Green junto con Sam Peckinpah, que optó por no cambiar demasiadas cosas del original. Y cuando fue nominada al Oscar, los tres compartieron nominación: el actor, el guionista y el director. El rodaje fue tenso. William Holden amenazó con dejar la película. Otros actores amenazaron al director con llegar a agredirlo, ya que éste los llevaba a situaciones límites. Incluso alguno como Ben Johnson afirmó en una entrevista que las mexicanas con las que mantenían relaciones en el filme no eran actrices, sino prostitutas de un burdel cercano.
Estamos ante un cine fronterizo que fue bisagra entre el cine viejo y el que estaba llamando a las puertas de la modernidad o de la vanguardia, en el que la violencia se hace patente, una vez que ha sido anulado el Código Hays, que determinaba una serie de reglas restrictivas y de moral, es decir, qué podía verse y qué no, y es cuando el filme aprovecha el momento y las imágenes se vuelven subjetivas, y hablan por sí solas, y aparecen los protagonistas sin moral alguna, esos personajes ambiguos…, las autoridades, la codicia, el individualismo… Y, en fin, aparece un director en estado de gracia que nos deja una obra maestra.