<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=621166132074194&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
jueves. 12.06.2025
ABRIL, LIBROS MIL

El libro, tesoro del conocimiento

Ramón Hdez de Ávila | Todo gobierno sabe que la lectura es el resultado de la pluma, y ésta, desde que lo dijera Cervantes, es mÔs poderosa que la espada.

biblio

En la encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), de la que nos venimos haciendo eco en estas pĆ”ginas, se concluĆ­a que hay zonas en EspaƱa que de cada diez personas ocho no leĆ­an ni habĆ­an leĆ­do un libro en su vida. Solamente dos leĆ­an de cuando de cuando. Es grave recordar este dato al que hay que dar la mayor importancia, pues si no se aprecia y se destaca, quizĆ” se deba a que no convenga que se sepa. Hay que hacerlo, empero, aunque no sea mĆ”s que en este mes dedicado al libro y como homenaje al DĆ­a del Libro, el 23 de abril, declarado asĆ­ por la UNESCO en 1995. Leer es importante y la ausencia de lectura debe ser considerada problema importante tambiĆ©n; de ella depende el futuro de un paĆ­s. 

El futuro de un pueblo se forja en la familia, luego en la escuela y mĆ”s tarde en el trabajo, cada cual en su cometido. En la inclinación por la lectura, la primera institución que falla es la familia. El niƱo tiende a imitar lo que ve, luego lo copia y lo adapta a su visión infantil. Y lo primero que ve es la tele. Forma parte de la familia, casi siempre programas de baja calidad. No hay criterios de elección. En EspaƱa no hay ningĆŗn hogar donde la tele no sea protagonista. Con esa inclinación predispuesta llega el chico al colegio, influido ya desde pequeƱito por ese aparato que muchos dieron en llamar la caja tonta, y eso es. Con gustos e inquietudes marcados por la tele, quĆ© se puede hacer para que el joven adquiera al menos cierta atracción por los libros. Resulta difĆ­cil, dadas las circunstancias, empeoradas aĆŗn mĆ”s por leyes acomodadas a la voluntad del gobierno, que no tienen continuidad ni se pueden cumplir; mejor asĆ­, que si llegan a cumplirse habrĆ­a tal mezcla de cursos, materias, materiales, currĆ­culos y demĆ”s que serĆ­a un laberinto. Lejos de convencer al chico para que adquiera gusto por la lectura, se le impone inconscientemente el desdĆ©n, el desprecio por lo que huela a cultura, por considerar al libro un rollo (y eso era al principio), un peso que hay que soportar durante los aƱos de adolescencia. Se les espanta con leyes y mĆ©todos didĆ”cticos y pedagógicos donde sigue prevaleciendo el sistema de notas, esos exĆ”menes que traen a matar a todo estudiante. Lógico que de mayores, desechen los libros limitĆ”ndose, en caso de seguir estudiando, a los de texto. Desde los primeros aƱos de colegio no se incita al niƱo a que lea, a que adquiera amor por los libros. Es culpa del sistema educativo, obsoleto en cuanto a cometidos repartidos en cuadrĆ­culas y en cuanto a las formas didĆ”ctico-pedagógicas donde sigue prevaleciendo el sistema de notas para evaluar los conocimientos. LlĆ”mese la evaluación como se llame, continua, final, progresiva, fatal... 

Cada gobierno que sube en España, la pilla con la educación. Y con todo. Pero sobre todo con la educación. QuizÔ porque saben de la gravedad de una educación pública y gratuita, y tratan de adecuarla a su conveniencia, proponiendo y dictando leyes que entorpecen la anterior o nunca llegan a ponerse en prÔctica como es debido, sin respetar planes de anteriores generaciones. Se trata de manejarla. Por eso los chicos dejan el colegio, no se quieren dejar manejar. Cuando mÔs se imponen las cosas desde arriba, menos aceptadas son desde abajo, como sucede con la asignatura de religión. Vaya irresponsabilidad en un estado laico que debe pretender lograr la convivencia multirreligiosa y pluricultural.

Sin lectura, prensa o libros, no se puede formar opinión, ni los comportamientos pueden ser libres

Pero sigamos hablando del libro, al que este mes estamos rindiendo homenaje. Cada libro es un mundo. Hay que saber descubrirlo. Nos cuentan una historia, lejana o cercana, fantĆ”stica o real, y nosotros la vamos pintando segĆŗn nuestra destreza en el lienzo de nuestra imaginación, vamos forjando nuestro pensamiento. Creando un mundo semejante al de otros, y a la vez muy distinto.

Sin lectura, prensa o libros, no se puede formar opinión, ni los comportamientos pueden ser libres. Sin lectura el pensamiento se estrecha, se encoge como ropa de grosera estameƱa cuando se lava, el pensamiento se anquilosa y por tanto, el comportamiento se harĆ” cada dĆ­a mĆ”s mecĆ”nico, sin reflexión, ni decisiones libres. Sin lecturas el hombre va perdiendo la capacidad de pensar, de hablar (el lenguaje es pensamiento) y de actuar (irĆ” Vicente por donde vaya la gente). SerĆ” carne de cañón de otros que le guiarĆ”n por donde a ellos les interese, sin darle opción a elegir. Se guiarĆ” por lo que digan los demĆ”s, o los medios de comunicación sin diferenciar a unos de otros; todo le sonarĆ” de la misma manera, aunque sean bien distintos sus sonidos, su ideologĆ­a y su enfoque editorial. Sin lectura, en fin, el ser humano perderĆ” la capacidad de elegir con libertad, serĆ” una marioneta en manos de intereses espurios, ajenos a Ć©l y a la mejora de la sociedad. La rapidez de pensamiento se ejercita con la lectura y en casos graves Ć©sta ayuda a tomar decisiones con el menor riesgo de equivocación. Extraemos enseƱanzas, sacamos opiniones que nos permitirĆ”n a su vez fundamentar las nuestras. Sin lectura na ha lugar a que tengamos opiniones propias. Es decir, nos insuflamos sabidurĆ­a. Y la sabidurĆ­a, querido Sancho, es la mayor de las virtudes. Te hace libre y te enseƱa a disfrutar mĆ”s y mejor de la vida. 

Leer no es una pesada carga. QuizÔ se vea de esa manera por recuerdos amargos del colegio. Leer es un placer. Por eso la razón del gusto es solamente una excusa.

Pero hay otra, querido Sancho, mĆ”s grave aunque disculpable. No leen, dicen los encuestados, porque no les interesa lo que traen los libros, o sea su contenido. Eso lo sabĆ­a bien el caballero andante, pero leĆ­a porque no hay libro, por muy malo que sea, que no contenga algo bueno. No puedo quitar la razón a estos ciegos a los que es ajeno todo lo humano. En cierto sentido la tienen. 

La lectura es un acto voluntario pero requiere un mĆ­nimo esfuerzo, como el deporte (viene a propósito lo que dijo Saramago, todos dicen y aconsejan que hay que hacer deporte, pero nadie dice que hay que leer). Como el deporte, la lectura tambiĆ©n recompensa; aquel, manteniendo la salud corporal, y la lectura, la salud mental. Con deporte y lectura el individuo se verĆ” reconfortado. El esfuerzo serĆ” mayor para quien amigo de la imagen estĆ© acostumbrado a otra manera de matar el tiempo, influido por la irrupción masiva de la tele o Internet, pero se volverĆ” cada vez mĆ”s agradable y gratificante la lectura, en la que una vez inmerso, el mundo se verĆ” de otra manera y aprenderĆ” a verlo desde otro punto de vista. Es cuestión de escoger los textos, desechando modas, marketing, y publicidad; acabar con prejuicios y enfrentarse a esos pensamientos que todo libro nos plantea. La mejor manera de aprender, de accionar con el mundo, con el entorno y consigo mismo, aunque externamente parezca lo contrario.   

EL CONOCIMIENTO

Estamos pasando una crisis. La palabra crisis, la misma que en griego, no es otra cosa que cambio, el mundo estĆ” abocado a cambiar de una u otra manera. No puede seguir como hasta ahora, despilfarrando recursos y destruyĆ©ndose los humanos a sĆ­ mismos, y lo que es peor, destruyendo el planeta. Crisis económica y de valores. Me atreverĆ­a a aƱadir, tambiĆ©n de planteamientos. Estamos partiendo quizĆ” de un concepto erróneo. Frente a ella, frente a los grandes problemas sociales el conocimiento es la Ćŗnica salvación. El arma que siempre ha hecho y hace a los seres humanos mĆ”s conscientes y libres. La cultura es deleite y diversión, y tambiĆ©n es instrumento de cambio, a travĆ©s de ella se consigue la transformación de la sociedad. Para buscar el concepto apropiado de ese planteamiento con el fin de conseguir un cambio a mejor, estĆ”n los legados de nuestros antepasados reflejado en los libros. La autĆ©ntica sabidurĆ­a, esa que eleva el espĆ­ritu hasta categorĆ­as inconmensurables, se encuentra en los libros. Ellos son el arca donde se guarda, se conserva y se propagada. Desde que el pueblo sumerio hace milenios, allĆ” en la Mesopotamia, inventó la escritura, la mayor revolución de la Humanidad junto al descubrimiento del fuego, los conocimientos traspasaron y vencieron  el tiempo y el espacio, los dos condicionantes mĆ”s imperiosos del ser humano que le limitan cualitativamente. La escritura, es decir, la fijación de signos en tabillas para llevar la contabilidad primero y luego recados, sĆŗplicas, informaciones y conocimientos, acabó con esa intrĆ­nseca limitación temporal y espacial, otorgando al ser humano el sentido de inmortalidad que supera el espacio y el tiempo. Y no digamos el avance que supuso cuando los fenicios inventaron los signos que conocemos como el alfabeto, mĆ”s  fĆ”cil de descifrar que la escritura jeroglĆ­fica anterior, cuya combinación expresa ideas y pensamientos en mayor amplitud, donde la escritura se democratiza. Ya no era necesario que los conocimientos, como hasta entonces se venĆ­a haciendo, se traspasaran de boca en boca, cara a cara, lo que llamamos tradición oral, de padres a hijos. No era necesario que estuviera presente el maestro para comunicar sus saberes al discĆ­pulo, al pueblo en general, ni que el abuelo o el viejo sabio reunieran a sus vĆ”stagos o la comunidad para comunicarle su historia, sus costumbres, su manera de ser y desarrollarse en la vida. No era tampoco necesario recurrir al pareado, o a la rima, como son los proverbios y refranes populares, recurso de la tradición oral para transmitir, fieles a la idea, las frases exactas, los hechos y razonamientos con menores deformaciones. Todo quedaba fijado en la escritura. La rima era el truco para retener el texto, su sentido y su enseƱanza de manera fĆ”cil y precisa en la memoria, y poder comunicarlo a su vez con claridad. ā€œEn abril, aguas milā€, ā€œpor san Blas, la cigüeƱa verĆ”s, y si no la vieres, mal aƱos de nievesā€, ā€œcuando marzo mayea, mayo marceaā€, ā€œen abril, aguas milā€, refranes y saberes populares transmitidos por tradición oral, con enseƱanzas sobre meteorologĆ­a, animales, cultivos, que se extienden a otras materias y actividades, entre las que, lógicamente, permanecen las referidas a la cultura rural. El pensamiento, la tradición, se materializaba en un objeto con signos y rasgos que podĆ­a utilizar cualquiera aunque su autor no estuviera presente. Estaba su impronta, sus enseƱanzas, su consejo. Su texto, lo escrito, quedaba para la posteridad.

De los signos en tablillas o cerĆ”mica, se pasó con el devenir de los siglos, al papiro extendido en el antiguo Egipto con textos enrollados, de donde proviene el papel que hoy utilizamos, y de los rollos se pasó al libro como hoy lo conocemos. El Ćŗltimo avance parecen ser los libros sin libro, textos en una pantalla. La ausencia de soporte en papel o en cualquier otro material. En la era de la informĆ”tica ni tablilla ni papel son necesarios, el libro son signos en una pantalla, que lentamente, mĆ”s de lo previsto por los profetas de la modernidad, se va abriendo camino entre los lectores. Pero sea real o virtual, lo importante es que lo escrito, escrito estĆ”, y permanece mĆ”s allĆ” del espacio y del tiempo; los conocimientos se democratizan y pueden llegar a quien quiera echar mano de ellos para enriquecerse, al menos en cuanto a saberes se refiere. 

Es cuestión de acostumbrarse, y descubrir el significado de la lectura y el trampolĆ­n que significa para volar la imaginación y elaborar el pensamiento. Un libro nos ayudarĆ” a ver la vida de otra manera. 

ā€œLIBER-LIBREā€

El libro es conocimiento y libertad. La lectura, consecuencia de la invención de la escritura, la revolución mÔs seria y profunda de la Humanidad que indica su grado de evolución (evolución-revolución) es la mejor manera de aprender, y aprendiendo se hace uno mÔs libre. Libro y libertad provienen de la misma raíz, liber-libris, de ahí su vinculación, libertas.

ā€œLa cultura nos hace libresā€, repetĆ­a el Viejo Profesor y alcalde de Madrid en los primeros aƱos de la democracia, don Enrique Tierno GalvĆ”n, un intelectual metido en polĆ­tica por un compromiso con la misma libertad y los derechos del hombre. Hombres cultos necesita este paĆ­s, entre otras cosas para que no prolifere tanto corrupto, carentes de Ć©tica y compromiso social, para quienes el Ćŗnico afĆ”n es amontonar dinero robando a los contribuyentes. Delincuentes que no han abierto un libro en su vida y se atreven a dirigir la sociedad, a mangonearla, a privarla de sus derechos y estropear su bienestar. Y por si fuera poco, imponiendo cargas fiscales e inconvenientes a la cultura.

Cierto es que hay que pagar por los libros, que debían ser mÔs baratos si el gobierno así lo dispusiera tratando a la cultura no como bien de consumo para privilegiados, sino como necesidad de inversión para asegurar el futuro del país. Pero esto es otro tema. Hoy los libros estÔn al alcance de todos y no es necesario pagar para leer (bibliotecas públicas). Debe dejar de ser una carga o un inconveniente para convertirse en una necesidad. El gobierno, todo gobierno, debe promocionar la lectura, no solamente conmemorando días del libro, organizando ferias, convenciones o exposiciones, sino sobre todo tomando medidas que promocionen la lectura, entre ellas la anulación fiscal, o tasa simbólica, facilitando el , desde bibliotecas públicas a talleres gratuitos, locales públicos de lectura y otras actividades de ocio así como la promoción de la creatividad con becas, subvenciones y ayudas tanto económicas como materiales. QuizÔ por eso en España se lea tan poco y estemos atrasados, por debajo del porcentaje medio europeo.

LOS SIETE PECADOS CAPITALES

Me gustarĆ­a acabar con uno de los tĆ­picos axiomas del gran novelista don PĆ­o Baroja, que siempre daba en el punto exacto con su sabia socarronerĆ­a. DecĆ­a el gran novelista del noventa y ocho que el espaƱol va intrĆ­nsecamente unido a los siete ā€œpecados  capitalesā€:

"La verdad es que en EspaƱa hay siete clases de espaƱoles... Sƭ, como los siete pecados capitales:
1- los que no saben;
2- los que no quieren saber;
3- los que odian el saber;
4- los que sufren por no saber;
5- los que aparentan que saben;
6- los que triunfan sin saber, y
7- los que viven gracias a que los demƔs no saben.

Estos Ćŗltimos se llaman a sĆ­ mismos ā€œpolĆ­ticosā€, y a veces hasta ā€œintelectualesā€, y son quienes manejan la sociedad.

Y no le falta razón. Eso mismo que dijo en 1904, podía decir hoy, cuya relación corre por Internet como la pólvora; poco han cambiado las cosas, el español sigue igual. Y la política peor. Y la cultura... No te digo na. QuizÔ porque el gobierno, todo gobierno, sabe que la lectura es el resultado de la pluma, y ésta, desde que lo dijera Cervantes, es mÔs poderosa que la espada, o sea, es un arma de doble filo. Fue soldado y él bien lo sabía. No salen balas, sino palabras que perduran en el tiempo y pueden llegar a cambiarlo. Cosas veredes que irarÔn los cielos, querido Sancho.

El libro, tesoro del conocimiento