<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=621166132074194&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
lunes. 09.06.2025

“Shut your mouth!”, un análisis subjetivo de la música en directo

concierto

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna

 

Pablo D. Santonja | @datosantonja

Hay una nueva plaga en los conciertos, y no, no hablo de las pantallas de los móviles grabando, puedo vivir con ello. Me refiero a ese grupo de personas que, por alguna razón inexplicable, decide que el concierto es el lugar perfecto para ponerse al día de su vida. Y no en voz baja precisamente.

Quienes vamos a un concierto lo hacemos por la música, por el simple placer de escuchar en directo al artista por el que has pagado una entrada. Pero cada vez es más común encontrarse con gente que parece haber pagado la entrada para montarse su tertulia personal. Lo he vivido en varias salas de Madrid, desde el concierto de Colectivo Panamera, con su mezcla de cumbia y folk que pide ser disfrutada y bailada, hasta en eventos más atmosféricos como los de La Femme o Cultura Profética, que vienen por primera vez a España en años, donde el ruido de las conversaciones ajenas no deja de meterse en tu oído. 

¿Alguien puede explicarme la necesidad de pagar 60 euros por un concierto para pasarlo hablando con tu acompañante?

¿Alguien puede explicarme la necesidad de pagar 60€ por un concierto para pasarlo hablando con tu acompañante? Hay momentos para todo, y quizás una canción íntima no es el mejor instante para hablar de tu último drama laboral a gritos. Es agotador estar metido en una letra, en una melodía, y que al lado tengas un grupo disertando sobre lo cara que está la vida o el viaje a Ibiza del verano pasado.

Claro que puedes comentar algo puntual con quien tienes al lado, es parte del disfrute. Pero una cosa es eso y otra convertirte en el centro del universo con tu charla interminable. Lo curioso es que no es un fenómeno aislado. Da igual el género musical: en conciertos acústicos, de rock o de electrónica, siempre hay alguien que no pilla la dinámica.

La peor parte se la lleva el público que sí quiere estar ahí de verdad. Es frustrante pagar una entrada para vivir un momento especial y acabar escuchando una conversación ajena más alta que el propio artista. Y no hablemos de los músicos, que en más de una ocasión han tenido que pedir silencio desde el escenario. Si ellos, que están tocando, tienen que llamarte la atención, igual es momento de replantearse el comportamiento.

La pregunta es: ¿por qué pasa esto? Puede que estemos tan acostumbrados a consumir música como ruido de fondo que hemos olvidado cómo se disfruta en directo. O quizá es simple falta de respeto. Sea como sea, hay una norma básica no escrita que se debería recordar: si no te interesa lo que pasa en el escenario, nadie te obliga a quedarte. Citando a Will Smith: “Shout your mouth!”.

No se trata de estar en completo silencio ni de convertir los conciertos en ceremonias solemnes. Pero al final, quien pierde no es solo el artista: perdemos todos los que queremos disfrutar de la música sin interferencias innecesarias.

Ahora, respecto a la industria de los conciertos, que la entrada te cueste casi 100€ en algunos casos para grupos nacionales, tengamos que coger las entradas con un año de antelación y que se agoten a los 15 minutos de haber salido, hablamos otro día. 

“Shut your mouth!”, un análisis subjetivo de la música en directo