
Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna
La Discovery One flotaba silenciosa en la negrura espacial, apenas iluminada por el débil resplandor de una estrella moribunda. A través de sus sensores, una visión dantesca emergía del vacío: un extenso cementerio de naves de guerra y estaciones orbitales formaba su testimonio silente en torno a un planeta helado. Fragmentos de hierros retorcidos y es solares arrancados flotaban inmóviles, tan quietos como tumbas en el espacio. Bowman contempló desde el módulo de control las formas quebradas, fantasmas metálicos que parecían sepultarse entre manchas de herrumbre y cristal oscuro.
Entre las ruinas y la herrumbre resonaba un mensaje silente para todas las civilizaciones, incluida la humanidad: la crueldad sin compasión se alzaba como la última frontera
Dentro de la estación principal, la Discovery One se convirtió en detective del pasado. Los pasillos sombreados resonaban con ecos mudos de una vida extinguida. Bowman examinó es semidestruidos y miró a través de pantallas agonizantes los registros raspados de un diario de gobierno hecho trizas. Aunque gran parte de la información estaba perdida, incluso los fragmentos restantes hablaban con terrible claridad: decisiones istrativas habían cerrado compuertas de granjas de alimento, rutas de aprovisionamiento se habían desviado, y poblaciones enteras habían sido contadas como simples estadísticas. Cada cifra rotunda revelaba el mismo patrón atroz: el hambre fue un arma burocrática, la vida de los disidentes una variable sacrificada en tablas de silencio. Cada reglamento, cada acta oficial estaba redactada con implacable frialdad: negar raciones equivalía a decretar la muerte de generaciones enteras. Habían convertido el hambre en política de Estado, un genocidio planificado con cifras, eufemismos y sobras de compasión.
A medida que ascendía por las escalerillas corroídas hacia la parte superior de la estructura, el comandante sintió que el peso de aquel descubrimiento crecía en su pecho. En la cámara principal, iluminada tenuemente por la luz de su linterna, descubrió un santuario inesperado: muros tallados con escenas antiguas y simbólicas, con figuras estilizadas y jeroglíficos grabados que evocaban lejanos símbolos egipcios. Bowman reconoció figuras erguidas bajo palmeras extrañas, campesinos raquíticos llevándose las manos al estómago o suplicando al cielo, cosechas esquilmadas diseminadas en campos marchitos, y miradas infinitas de dioses indiferentes. Cada escena tallada parecía un verso mudo de desesperación, cada trazo capturaba la agonía de la inanición con exactitud terrible.
Habían convertido el hambre en política de Estado, un genocidio planificado con cifras, eufemismos y sobras de compasión
Bowman se detuvo ante aquel tapiz de piedra con el corazón encogido. En la tenue penumbra, las imágenes brillaban con una crudeza muda que desafiaba cualquier descripción. El comandante vio en ellas las sombras angustiadas de una especie que, pese a su grandeza técnica, había inscrito su propio crimen ancestral en los muros. Aquellas figuras no eran meras pinturas: eran la plegaria silente de un pueblo atrapado entre la indiferencia de sus dioses. Bajo la cúpula celeste de aquella cámara, Bowman comprendió que la historia de aquellos dioses caídos no era sólo un catálogo de muerte, sino también un espejo moral. Esa lección resonaba en él como una advertencia.
La reflexión se apoderó de él con la misma gravedad que el vacío. La imposibilidad de trascender sin compasión flotaba ahora clara entre las estrellas. En ese cementerio silencioso la Discovery One había encontrado algo más que restos sin vida: había hallado una advertencia grabada en el tiempo. Bowman alzó la mirada hacia constelaciones lejanas, imaginando la voz muda que aquellos dioses hermanos enviaban al universo. Entre las ruinas y la herrumbre resonaba un mensaje silente para todas las civilizaciones, incluida la humanidad: la crueldad sin compasión se alzaba como la última frontera, una advertencia que ninguna civilización podía permitirse ignorar.