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La comparecencia del Presidente del Gobierno ante el Pleno del Congreso el pasado 2 de abril fue un acto parlamentario interesante, porque Pedro Sánchez informó con precisión de la situación en que queda Europa entre los riesgos de agresión militar que pueden venir de Rusia y la agresión económica que ha iniciado el presidente de Estados Unidos. Fue un buen diagnóstico sobe el estado del mundo con análisis y propuestas. Sin embargo, ese discurso como instrumento de información y de análisis se perdió en la maraña de un debate parlamentario estéril. Entre la agresividad del Partido Popular, el trumpismo de Vox, la indecisión de Junts y el paleocomunismo de Podemos, pocos portavoces fueron capaces de situarse en la onda del Presidente Sánchez, que era la onda analítica de un problema creciente que está rompiendo paradigmas e ideas asentadas.
Estamos viviendo un extraño fenómeno que aún no terminamos de entender y que sociólogos y politólogos tampoco han terminado de explicar. Me refiero al fenómeno de la desinformación que amenaza con hacer opaco el mundo que vivimos y nos lleva a no entender la realidad social y política actual. Felices tiempos del Informe sobre la información de Vázquez Montalbán (1963) donde todo el debate giraba sobre la libertad de los medios de información. Y no menos felices tiempos los de Marshall MacLuhan, que nos obligaba a reflexionar sobre la contraposición del mensaje y del medio. Todo eso es la prehistoria.
Con una sociedad bien informada la extrema derecha no se habría consolidado en algunos países europeos
Ahora todo es más complejo, precisamente porque lo complejo se ha convertido en demasiado simple. Quiero decir que la conjunción de las redes sociales como instrumento prioritario de información/desinformación, el exceso de información a través de internet, la decadencia y muerte de la prensa escrita y el relativo retroceso de la radiodifusión y la televisión han provocado que vivamos ahora en el mundo de la desinformación. El comportamiento político de muchas personas ya no es un comportamiento informado. sino mágico, a partir de datos inconexos e inexactos; y ese comportamiento mítico ayuda a entender el auge de la extrema derecha en Alemana, en Francia, en Italia y, evidentemente, en Estados Unidos. Con una sociedad bien informada la extrema derecha no se habría consolidado en esos países.
Nada debe frenar la puesta en marcha de una acción política necesaria, como es la de ofrecer información solvente en medio de tanto mensaje confuso
Los demócratas y las fuerzas políticas progresistas han de dar respuesta a este fenómeno que amenaza con ocultar la realidad con un telón de medias verdades y de falacias. Quizás sean los partidos políticos y los Gobiernos progresistas quienes tengan que hacer un mayor esfuerzo de información a la ciudadanía. El medio ha cambiado tanto que las charlas radiofónicas en la chimenea que inició Roosevelt y practicaron otros políticos después de la Segunda Guerra Mundial pueden resultar ya inadecuadas, pero también puede ser necesario que los gobernantes, incluido el Presidente del Gobierno, se dirijan con periodicidad y frecuencia a la opinión pública para informar de los grandes problemas que afectan actualmente a la sociedad. La multiplicación de mensajes en toda clase de medios aconseja que los poderes públicos también informen a los ciudadanos, porque son precisamente los poderes públicos los que disponen de una información que aquellos no pueden recibir de manera sistemática. No faltará la oposición que se revolverá contra la labor informativa del Gobierno, sobre todo si en ello se implica el Presidente, pero ello no debe frenar la puesta en marcha de una acción política necesaria, como es la de ofrecer información solvente en medio de tanto mensaje confuso. Y, por supuesto, que los medios de información públicos han de coadyuvar ofreciendo sus plataformas al Gobierno y a la oposición.
Sólo la manipulación de la información manipulada explica que políticos como Trump, Milei o Bolsonaro ganen elecciones. Por ende, demócratas y progresistas han de incidir sobre la (des)información para neutralizarla y evitar que sirva de instrumento al servicio de políticas extremas que, además, contribuyen a asentar la personalización del poder en torno a quienes tienen vocación dictatorial.