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Parte de las clases populares votan desigualdad, machismo, intolerancia, supremacía blanca y masculina, disminución del Estado del Bienestar, incultura, violencia, pero incluso dicen no saberlo. Solo se han subido a un carro, o ni siquiera, a lo mejor solo tiran de él como otros arrastraron con sus brazos la carroza de Fernando VII. El presidente argentino Milei, cerró 13 ministerios, despidió a 30.000 empleados públicos y redujo hasta un 74 por ciento el dinero destinado a pensiones, educación, salud, ciencia, cultura y desarrollo social. Ha creado cinco millones de nuevos pobres que, sin embargo, apenas ha afectado a la popularidad del presidente. Y eso a pesar de tener una agenda negacionista del cambio climático, la memoria histórica de la dictadura, la igualdad de género y la justicia social. El apoyo de sus votantes sigue y sus detractores comienzan a aceptar que sus propuestas funcionan. Juan Carlos Pagotto, del partido presidencial afirma que los sectores humildes han entendido que no hay nada sin sacrificio y la fiesta se paga.
En las zonas más avanzadas de la sociedad industrial, la gente ha sido coordinada y reconciliada con el sistema de dominación
Todo ello ya lo intuyó Herbert Marcuse hace casi setenta años cuando afirmaba que la sola idea de una civilización no represiva, concebida como posibilidad real en la civilización establecida parece frívola. Inclusive si uno ite esta posibilidad en un terreno teórico, como consecuencia de los logros de la ciencia y la técnica, debe tener en cuenta el hecho de que estos mismos logros están siendo usados para el propósito contrario, o sea: para servir los intereses de la dominación continua. En las zonas más avanzadas de la sociedad industrial, la gente ha sido coordinada y reconciliada con el sistema de dominación hasta un grado imprecedente.
Esto condiciona que sólo se hable de las cuestiones en las que los partidos conservadores se sienten más cómodos: la cuestión cultural. Si hablamos de que España se rompe, de que nos invaden los inmigrantes, y de que éstos nos ocupan las viviendas y nos quitan el empleo, dejaremos de hablar del derecho a que las clases subalternas mejoren sus condiciones de vida. Con todo este relato construido, ya sólo queda enfrentar a la sociedad y alimentar el odio en los medios de comunicación. Y es así cómo una persona de clase trabajadora vota para que le bajen el salario. Principalmente porque quienes forman parte de esta clase trabajadora intentan escapar psicológicamente de la misma para alejarse lo máximo posible de lo que ellos consideran pobres. Se ha inventado esta categoría que es la clase media, que le acerca más a la clase privilegiada y le aleja del complejo torticeramente impuesto de que un trabajador es un fracasado social.
Uno de los pilares del neoliberalismo pasó por desmantelar el Estado social
Uno de los pilares del neoliberalismo pasó por desmantelar el Estado social. Muchas de las instituciones de protección social y los pactos surgidos en la posguerra fueron asaltados bajo la bandera de las privatizaciones. Ahora debía reinar el individuo, así lo sentenció Margaret Thatcher en su famosa máxima sobre la sociedad: “no existe tal cosa, solo individuos”. Javier Milei tiene un “desprecio infinito” por el Estado. Así lo aseguró en una entrevista que concedió a The Economist, que la llevó en su portada. La publicación británica lo definió como “un topo” que ha llegado para destruir al Estado desde dentro, como el propio Milei dijo en declaraciones anteriores. Ni Estado ni sociedad. ¿Qué le queda a los menos favorecidos? El principio de culpabilidad que es consustancial a la generación de escasez para imponer las bases de la dominación. El sentimiento de culpa se introyecta en las clases populares y así se mantienen las principales prohibiciones y contenciones de las gratificaciones emancipadoras. “No hay nada sin sacrificio y la fiesta se paga”, el sacrificio de los de siempre.
En mayo de 2010, el gobierno griego anunció las medidas de austeridad que tenía que adoptar para cumplir con las condiciones de la Unión Europea para recibir el capital de rescate destinado a evitar un colapso financiero estatal. Se había impuesto el relato del establishment euro-occidental dominante que ridiculizaba a los griegos como gente corrupta y floja, malgastadora e ineficiente, acostumbrada a vivir del apoyo de la UE. El relato del establishment europeo esconde el hecho de que el gran préstamo dado a Grecia sería usado para pagar la deuda con los grandes bancos europeos: la verdadera meta de la medida era ayudar a la banca privada puesto que, si el Estado griego caía en bancarrota, aquella sería afectada seriamente. Sin embargo, “no hay nada sin sacrificio y la fiesta se paga”, el sacrificio de los de siempre, no el de los banqueros.
Nuestra propia libertad sirve para enmascarar y sostener nuestra más profunda falta de libertad
En este preciso sentido, nuestra propia libertad sirve para enmascarar y sostener nuestra más profunda falta de libertad. Gilbert Keith Chesterton detectaba de forma perspicaz el potencial antidemocrático del principio de libertad de pensamiento. Podríamos decir en términos generales que el pensamiento libre es la mejor de todas las salvaguardas contra la libertad. En su estilo moderno, la emancipación de la mente del esclavo es la mejor forma de evitar la emancipación del esclavo. “Enséñale a preocuparse de si quiere ser libre y nunca se liberará.” ¿No es esto particularmente cierto en nuestro mundo posmoderno, con su libertad para deconstruir, dudar y distanciarse de uno mismo? No deberíamos olvidar que Chesterton hace exactamente la misma afirmación que Kant realiza en “¿Qué es la Ilustración?” “Piensa tanto como quieras y tan libremente como quieras, pero ¡obedece!”. La única diferencia entre ambos es que Chesterton es más específico, y señala la paradoja implícita tras el razonamiento kantiano: no se trata sólo de que la libertad de pensamiento no mine la servidumbre social real, sino de que además la sustenta de forma activa.
Todo ello, supone el aspecto más triste de una democracia: la democracia de aquellos que ganan como por defecto, que influyen políticamente a través de una desmoralización cínica.