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miércoles. 28.05.2025
TRIBUNA DE OPINIÓN

Tiempo de silencio: tiempo de destrucción

¿Es este tiempo para el silencio? ¿Hemos de callar ante la nueva y creciente invasión de los bárbaros?
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Foto: Flickr (CC BY-NC 2.0). (*)

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Desde hace años sólo oigo rebuznos. Sentía desde chico, me crié en un pueblo rodeado de huerta y montañas, una atracción incurable hacia ese animal tan depreciado y despreciado que a lo largo de los siglos ha ayudado al hombre más que ningún otro. El burro es un animal peculiar, cabezón, lento, incansable, también capaz de rebelarse, de pararse en medio de un camino y decir no doy un paso más. Se abusó de él hasta lo indecible, por mi calle pasaban decenas de rucios cargados hasta la extenuación, con la lengua fuera y la cabeza gacha, sufriendo las acometidas de la vara del dueño que regresaba a casa tras un día de fatigas interminable. Vinieron las máquinas y el burro desapareció, quedó como una reliquia del pasado en reservas para turistas y en algún caserío aislado donde hoy se le trata bien. Todavía hoy, cuando ha pasado tanto tiempo desde el fin de su esclavitud, tengo la suerte de oír en el pueblo los rebuznos de un asno que vive solitario en una casa de fin de semana. Me resulta entrañable, conmovedor, me da tranquilidad, sosiego, bienestar, me reconforta con el tiempo lento, ausente de prisa, donde la vida pasaba al ritmo del paso pacífico de ese animal generoso y generalmente maltratado. Sólo me queda un burro, vive cerca de la casa de mi madre en la huerta, sólo, rebuzna por las noches cuando la soledad se le hace menos llevadera, algunos colindantes protestan por canto ancestral, no les deja dormir dicen, pero yo lo escucho igual que ellos y duermo como un lirón en su compañía.

Oigo rebuznos digitales y analógicos, ya mis plateros de antaño apenas ocupan el lugar de sosiego de los días felices

Me gustaría seguir oyendo esa serenata intermitente, volver a ver a mi tío Alberto pasar por los caminos junto al río a la puesta de sol, los dos se movían al mismo ritmo, con un gesto de bondad infinita después de horas peleando con la tierra y el agua, con los últimos rayos de sol en la cara, quitándose las moscas, esperando la recompensa al final del camino. No sé por qué razón se comenzó a usar el nombre de ese animal para insultar a gente burda, bestia o iletrada, tampoco la razón por la que rebuznar sirve para calificar pensamientos y expresiones irracionales o nacidas de la ignorancia. Ni siquiera me explico el motivo por el que a un animal como el cerdo, que ha salvado a la humanidad de desaparecer por causa del hambre, se le llama cochino o marrano, cuando quienes tales cualidades tienen son quienes lo tienen a su cuidado. En fin, son reflexiones livianas en torno a un mundo nuevo que cada vez me trae recuerdos de otro viejo que conocí y en el que los hombres y los burros sobrevivían sin dejar huella.

Sí, oigo rebuznos digitales y analógicos, ya mis plateros de antaño apenas ocupan el lugar de sosiego de los días felices, los otros, sin embargo, afloran como setas en año de buenas aguas, como los manantiales perdidos tras un periodo de lluvias, como las nieves que ya sólo nos visitan cuando nadie las espera. Trump, antes de llegar, ya ha elegido su representante en Europa, se llama Giorgia Meloni, una mujer de cultura escasísima, católica, descamisada y fascista, que clama por el viejo mundo, que añora a Mussolini, que adora el Ordine Nuovo, no el de Gramsci y los comunistas de la resistencia, sino el de Giorgio Almirante y Pino Rauti, el de la gran Italia Imperial sin sometimiento a ningún ente supranacional, la Italia de los fuertes capaces de invadir Trípoli, Etiopía o de acudir a España a exterminar republicanos, el orden católico, apostólico y romano al servicio del gran capital. Es el orden que gusta a Trump, que para Oriente ya escogió hace décadas a Israel como base militar para cambiar el mapa de aquel mundo y someterlo genocidio tras genocidio, cortando la nueva ruta de la seda que pretende China, construyendo un inmenso cementerio donde los fuertes, que son los que tienen más pistolas, exterminen a los que no las tienen o las tienen peores.

Europa languidece, agoniza satisfecha de ser el gran museo del mundo pero renunciado a sus señas de identidad recientes

Entre tanto, mientras en el tablero mundial la potencia hegemónica mueve a sus peones y los pertrecha con todo tipo de armamentos para frenar al enemigo amarillo, Europa languidece, agoniza satisfecha de ser el gran museo del mundo pero renunciado a sus señas de identidad recientes, aquellas de las que nació el estado del bienestar y la defensa de los derechos humanos. Francia, guiada por un hombre que quisiera ser De Gaulle, pero es una caricatura, no sabe qué camino escoger, mientras la opción Le Pen llama cada vez con más fuerza a las puertas del Eliseo. Alemania, se diluye entre un gobierno socialdemócrata incapaz de serlo desde los tiempos de Helmut Schmidt y la presión cada vez más indisimulada de los nuevos partidos nazis que ya no se esconden para reclamar el retorno al pasado. La feliz Austria ansía seguir gozando de un bienestar maravilloso con emigrantes invisibles que vivan al margen, como las mujeres y los esclavos de la antigua Grecia. Holanda ha optado claramente por la xenofobia y los otrora envidiables países nórdicos se inclinan cada vez más por la exclusión y opciones más reaccionarias. Oigo rebuznos y no son los de aquellos animales que entonces ayudaban a los hombres que todo lo tenían que hacer con sus manos para sobrevivir y que vivieran de sobra los dueños de las tierras.

Rebuznos en la prensa que todavía duda en calificar de guerra de exterminio, genocidio o delitos contra la Humanidad las matanzas perpetradas por Israel y Estados Unidos en Gaza, Cisjordania, Líbano y, ahora, Siria. Rebuznos cuando ni siquiera son capaces de atisbar que aquello que empezó con la invasión de Irak está llegando ahora a su apogeo con los crímenes de Israel, la descomposición de Libia y las dictaduras nacidas de aquello que algunos llamaron primaveras árabes. Los siete plagas de Egipto no las envía Dios, el Dios del Sinaí, nacen del Pentángono y de momento las ejecuta Israel. Europa, calla casi siempre, y cuando habla rebuzna para dar la razón siempre al emperador, sin pensar en su futuro, sin pensar en su pasado, sin darse cuenta que uno de los pocos caminos que le quedan es llegar a un entendimiento con la dictadura rusa, es romper la nueva guerra fría que Estados Unidos pretende llevar a caliente sitiando al país de los zares como forma de amedrentar a China.

No es tiempo de silencio, es tiempo de implicarse, de hablar alto y claro, de convencer, de detener a la bestia parda

Europa se deshace enamorada de sus iglesias, museos y palacios, los ciudadanos europeos están dejando de creer en ella y miran hacia casa pensando que la culpa de su decadencia viene de los otros, ignorando que corre el riesgo de pasar por separado a la más mínima insignificancia, incluso a ser escenario no muy lejano de dramas tan bárbaros como los que ya vivió en el siglo XX. ¿Es este tiempo para el silencio? ¿Dejamos hablar sólo a los que rebuznan, a los que piensan que la guerra es la continuación de la política pero con otros medios? ¿Seguimos, silentes, a quienes desprecian a los que no han tenido demasiada suerte en la vida y adoran a explotadores, desalmados, especuladores, traficantes y demás gentuza? ¿Hemos de callar ante la nueva y creciente invasión de los bárbaros? Pues si eso hacemos, seremos los únicos responsables del tiempo de destrucción que entre todos estamos fabricando: Queda muy poco para que todos los gobiernos de Europa entera estén ocupados por fascistas. No es tiempo de silencio, es tiempo de implicarse, de hablar alto y claro, de convencer, de detener a la bestia parda.

(*) Foto: Flickr (CC BY-NC 2.0).

Tiempo de silencio: tiempo de destrucción