
Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna
Celín Cebrián | @Celn4

La sinopsis es como sigue: Takumi y su hija, Hana, viven en un pueblo cercano a Tokio. Su vida se verá profundamente afectada cuando descubren que cerca de su casa se va a construir un glamouroso camping para que los habitantes de la ciudad hagan escapadas cómodas a la naturaleza. Cuando dos represfentantes de una empresa de Tokio llegan al pueblo para celebrar una reunión, queda claro que el proyecto tendrá un impacto negativo en el suministro de agua local y provocará problemas. Las intenciones de la agencia ponen en peligro tanto el equilibrio ecológico como su forma de vida.
La cinta ganó el Gran Premio del Jurado del Festival de Venecia y el premio a la Mejor Película en el BFI London Film Festival. La prensa, en general, la ha puesto por las nubes. Hay quienes han llegado a decir que estamos ante una obra magna. Yo creo que los críticos están para opinar pero también para controlar los desmanes de los cineastas, algunos bastante caprichosos, recordándoles que no todo vale.
El prólogo, con ese movimiento de cámara acimutal, lento, nos ofrece unas imágenes tan inquietantes, que, casi podríamos decir que son insuperables, a lo que sumar, la impresionante música de Eiko Ishibashi.
Lo mejor son los exteriores y esas montañas de Nagano, que es una reserva natural cercana a Tokio
La fotografía, en ese azul dramático, un color entre colores, crea una maravillosa experiencia visual y sensorial. Cuando estamos disfrutando de ese mundo casi onírico, de pronto, el realizador pasa, a corte (en seco), a un plano medio largo de la niña protagonista. Hasta aquí todo perfecto.
La obra, lo que en realidad nos viene a decir es que no hay un equilibrio entre el hombre y la naturaleza, o entre lo ecológico y cine de autor y con toda esta mezcla de imágenes, de propuestas, la idea que quiere transmitir no queda clara. Antes y después, porque, como epílogo, nos despacha con un final larguísimo, incomprensible, manipulado desde el primer fotograma.
Lo mejor, a parte de lo ya reseñado aquí, son los exteriores y esas montañas de Nagano, que es una reserva natural cercana a Tokio.
Ryûsuke Hamaguchi no afila la pluma sino su osadía al intentar hacernos creer y soñar con un relato manso que se podría haber resuelto en un cortometraje. El problema no estriba en que Takumi, el padre, se tire cinco minutos partiendo leña, sino que el problema viene cuando, al no haber un argumento definido ni una trama bien perfilada, el director se dedica a sumar momentos, subiéndonos en un tren donde cada vagón es una secuencia cotidiana. Y con ello construye el relato. La belleza queda enmarañada tras la hojarasca.