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Carlos Valades | @carlosvalades
Una mesa repleta de jarras, vasos, jarrones y platos. Todos los elementos se disponen como un castillo de naipes, todo se sustenta en un frágil equilibrio. Cualquier tropiezo, un milímetro de más y el entramado se vendrá abajo. Esa es la alambicada escenografía de “Un sublime error”. Gonzalo Cunill, actor argentino afincado en España desde hace años, es el encargado de poner en escena el texto que el director belga Jan Lauwers escribió para él.
La historia describe la relación entre tres amigos de la infancia, Gonzalo, Christine y Alex. Todo se desarrolla en el funeral de Gonzalo que asiste como un espectador más, una escena sobre la que todo el mundo ha fantaseado en alguna ocasión, proyectando una multitud llorosa, gimoteando y gastando pañuelos mientras lamenta nuestra pérdida.
Cunill, que viste un elegante traje blanco, es el maestro de ceremonias. Un chamán elegante y tranquilo que va desgranando su vida y la relación que tuvo con sus dos amigos, cada uno con su personalidad, marcadamente diferente entre sí. Gonzalo se desdobla y utiliza el espacio escénico para interpretar a la inteligente Christine y al vehemente Alex. El actor utiliza al público en ocasiones, rompiendo la cuarta pared para hacernos partícipes del funeral, como si fuésemos amigos del fallecido.
El texto mezcla momentos poéticos, de una gran belleza, logrando emocionar al espectador y otros en los que es inevitable la sonrisa. Siempre recordamos los momentos más divertidos en un funeral, la comedia se abre paso en la emboscada de la tragedia y las lágrimas, por momentos, son de alegría. Cunill logra transmitir esa complicada mezcla de emociones como un quijote de la interpretación, un caballero de triste figura que expresa una jovialidad nostálgica.
Gonzalo maneja el sonido, una mesa de mezclas donde reproduce una triste melodía, el murmullo apagado del funeral o el sonido de las gaviotas cercanas a la casa donde transcurre la acción.
Un espectáculo de una belleza serena, que mezcla las multitudes que todos albergamos dentro y del que se sale con una extraña sensación de paz, como si hubiésemos practicado una meditación escénica.