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Hay vecinos que parecen condenados a enfrentarse. Por motivos territoriales, ideológicos, sistémicos, económicos, raciales, religiosos. O por un sumatorio o combinación de estos.
Sin discusión, la guerra vecinal más peligrosa (activa o latente, según el momento) es la que enfrenta a India con Pakistán. Los dos países son el resultado de la fractura de la gran colonia británica (la joya de la corona), al final de la segunda guerra mundial. Los sangrientos enfrentamientos étnicos, raciales y religiosos entre hindúes y musulmanes dieron lugar a dos Estados que nunca han sido capaces de construir una relación de mínima confianza.
UNA CONFRONTACIÓN DE NACIMIENTO
A estos problemas básicos originales se unió el contencioso territorial de la frontera septentrional en torno a la región de Cachemira, territorio dividido entre los dos nuevos Estados. En la parte india, el maharajá Hari Singh, consiguió la independencia del territorio, pero la presión de las tribus de credo musulmán en el noroeste le obligó a buscar el apoyo de la India y, al cabo, de integrarse en este país, aunque con un régimen formal de autonomía. Esta deriva contradecía la fractura racial y religiosa, ya que la mayoría de la población de Cachemira era musulmana y la India cuatro de cada cinco habitantes era hindú.
A partir de ese momento, la inestabilidad ha sido crónica. La guerra no tardó en estallar. Pakistán apoyó a los musulmanes de Cachemira y consiguió recuperar una parte del territorio. India prometió un referéndum de autodeterminación que nunca celebró. Otras dos guerras vinieron por conflictos territoriales que fueron en realidad excusas de una enemistad originaria. Tan irreconciliable llegó a ser el conflicto que ambas partes se dotaron de la mayor amenaza disuasiva posible: el arma nuclear.
Este mes de abril, Cachemira ha vuelto a ser detonante en la explosividad de las relaciones bilaterales
Este mes de abril, Cachemira ha vuelto a ser detonante en la explosividad de las relaciones bilaterales. Un atentado cometido por un oscuro grupo musulmán partidario de la independencia del territorio se cobró la vida de 26 turistas, la mayoría indios, que visitaban aquellos bellos parajes montañosos. El denominado Frente de Resistencia parece ser un camuflaje del grupo Laskhar-e-Toiba, amparado por Pakistán y autor de la aún no olvidada matanza de Mumbai en 2008. El régimen militar de Islamabad ha utilizado esta y otras formaciones para hostigar a la India desde finales de los cuarenta.
India ha perdido ocasionalmente la paciencia con estos atentados y con el juego encubierto de su vecino. La tensión ha tenido sus picos bélicos intermitentes, que no siempre han sido satisfactorios para Delhi. La lista de incidentes es larga e inquietante.
En 2019, un atentado en Cachemira se cobró la vida de 40 agentes paramilitares indios. Delhi respondió con un ataque aéreo contra instalaciones pakistaníes. Uno de los aviones fue derribado. Islamabad en un gesto que fue más propagandístico que conciliador, entregó el piloto sano y salvo a su estado enemigo no sin exhibirlo previamente. La mediación norteamericana impidió una muy peligrosa escalada. Años después, el Secretario de Estado americano de aquel momento, Mike Pompeo, confesó que India y Pakistán estuvieron entonces al borde de una guerra nuclear (1).
La crisis no se saldó sin daño. A pesar de una retórica engañosa de normalización y promoción del turismo como factor de desarrollo económico, el gobierno indio suprimió la autonomía de Cachemira invocando un dudoso plan de integración del territorio en el sistema político nacional. Modi ha practicado una política autoritaria de control policial, restricción informativa, acoso de líderes políticos regionales y cancelación de las elecciones locales. Estas decisiones han irritado aún más las pasiones en el régimen militar pakistaní. La tensión en el disputado territorio no han cedido desde entonces (2).
Tras este último atentado, ambos estados se han infligido medidas de retorsión, como la expulsión de personal diplomático o la suspensión de los visados
Tras este último atentado, ambos estados se han infligido medidas de retorsión, como la expulsión de personal diplomático o la suspensión de los visados. Pero lo más grave ha sido la suspensión india del Tratado de utilización conjunta de los ríos que nacen en las alturas de Cachemira y cuyas aguas son esenciales para la agricultura pakistaní, siempre amenazada por la sequía. Dirigentes políticos pakistaníes han calificado esta medida de “terrorismo del agua”. Islamabad ha suspendido el acuerdo sobre las fronteras en la región de Cachemira (3). En los últimos días se han registrado intercambio de disparos en la zona (4). El riesgo de escalada vuelve a ser máximo.
EL ENTORNO GEOESTRATÉGICO
La hostilidad indo-pakistaní se ha complicado a lo largo de décadas por el efecto de otras tensiones de mayor envergadura. India y China no han conseguido resolver sus conflictos fronterizos en el Himalaya, lo que ha dado lugar a guerras de baja intensidad y duración. Esta enemistad favoreció el acercamiento de China a Pakistán, dos países que originariamente tenían muy poco en común, aparte de la hostilidad hacia la India. La cooperación de las últimas décadas ha forjado una sólida red de infraestructuras plasmada en un corredor económico que atraviesa la Cachemira pakistaní.
A su vez, la India este país estrechó relaciones con la Unión Soviética, durante décadas rival de China en Asia, tras el cisma comunista de los años cincuenta. Moscú se convirtió en el principal suministrador de armas de Delhi hasta los tiempos presentes, en que China y Rusia parecen haber recuperado su alianza de la era comunista.
China e India no van a ser amigos seguramente nunca, pero sus ambiciones estratégicas aconsejan un nivel de entendimiento que podría favorecer la relajación de las tensiones
Esta dimensión geopolítica regional complica el enfrentamiento indo-pakistaní, pero paradójicamente pudiera ser uno de los factores que contribuyera a su resolución. China e India no van a ser amigos seguramente nunca, pero sus ambiciones estratégicas aconsejan un nivel de entendimiento que podría favorecer la relajación de las tensiones entre los dos países nacidos de la descolonización británica en la región.
A India no le llega este nuevo episodio de tensión vecinal en el mejor momento. Los aranceles de Trump también pesan sobre la economía india. El gobierno ultra nacionalista de Narendra Modi confiaba en que su afinidad ideológica con el Presidente norteamericana le hubiera blindado de su hostilidad comercial, pero no ha sido así. Pakistán, por su parte, teme que ese potencial acercamiento entierre de una vez la alianza de conveniencia con Washington. La duplicidad de los militares pakistaníes durante la persecución y muerte de Bin Laden y la fracasada guerra contra los taliban afganos ha despertado siempre una feroz antipatía en Trump. Por eso no puede ser casual que este último atentado en Cachemira haya coincidido con la visita a Delhi del Vicepresidente D. J. Vance, una de cuyas misiones era tranquilizar a los nacionalistas indios acerca de las intenciones estratégicas de Trump en la región.
NOTAS
(1) “Kashmir Attack Shatters Illusion of Calm”. SUMIT GANGULY (Universidad de Stanford). FOREIGN POLICY, 28 de abril.
(2) “India and Pakistan Are Perilously Close to the Brink. The Real Risk of Escalation in Kashmir”. SUSHANT SINGH (Universidad de Yale). FOREIGN
AFFAIRS, 29 de abril.
(3) “India must prove Pakistan’s complicity in the attack in Kashmir”. THE ECONOMIST, 29 abril.
(4) “Tensions entre l’Inde et le Pakistan: nouveaux échanges de tirs entre les soldats des deux pays dans la nuit de dimanche à lundi”. LE MONDE, 28 de abril.