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lunes. 26.05.2025
ANÁLISIS DEL DISCURSO

La hora del fin

Ha llegado la hora del fin. Fin de la ocupación más larga de la era moderna. Fin de un sistema oprobioso de apartheid. Fin de la impunidad ante las violaciones groseras del derecho internacional.

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James Fernández Cardozo

  1. La transformación traumática: De la Nakba a la ocupación prolongada
  2. El estado actual: Entre la catástrofe humanitaria y la impunidad internacional
  3. Imperativos para la acción 
  4. Hacia un Estado de Palestina 
  5. El imperativo moral de nuestro tiempo

El pueblo palestino y sus raíces históricas y culturales

Desde tiempos inmemoriales, el pueblo palestino ha habitado la tierra de Palestina, consolidando un rico patrimonio cultural en una región considerada cuna de civilizaciones. Esta tierra, situada en el corredor que conecta África, Asia y Europa, ha sido tradicionalmente hogar de una diversidad de comunidades, incluyendo árabes cristianos, musulmanes y pequeñas comunidades judías que coexistieron durante siglos en relativa armonía. Sus ciudades —Jerusalén, Haifa, Jaffa, Gaza, Ramallah, Hebrón, Nablus— encarnaban un mosaico vibrante de tradiciones, comercio y convivencia intercultural.

Continuar con el silencio o la inacción frente a esta catástrofe es una complicidad que contradice nuestros valores fundamentales de dignidad humana, igualdad y justicia

Durante el largo período del Imperio Otomano y después bajo el Mandato Británico, las comunidades palestinas autóctonas desarrollaron una identidad distintiva arraigada en su conexión con el territorio, sus tradiciones agrícolas, su artesanía, literatura y cultura. Estas comunidades palestinas e israelitas compartieron espacios sagrados, mercados y recursos, tejiendo una historia de interconexión que muchas lecturas contemporáneas omiten deliberadamente.

La transformación traumática: De la Nakba a la ocupación prolongada

El siglo XX trajo consigo transformaciones profundas y traumáticas para el pueblo palestino. La inmigración judía masiva impulsada por el sionismo político, exacerbada por la horrorosa persecución en Europa, coincidió con el colapso del Imperio Otomano y el establecimiento del Mandato Británico sobre Palestina. Este complejo entramado de factores geopolíticos sentó las bases para un conflicto que alcanzaría su punto crítico con la creación del Estado de Israel en 1948.

Este acontecimiento histórico, celebrado por unos como la realización de una aspiración nacional legítima, significó para los palestinos la Nakba ("catástrofe"), un evento traumático que resultó en el desplazamiento forzado de aproximadamente 750,000 palestinos. Familias enteras fueron desarraigadas de tierras que habían cultivado durante generaciones; comunidades enteras vieron sus hogares destruidos, y cientos de pueblos fueron sistemáticamente borrados del mapa.

La historia juzgará a nuestra generación no solo por los horrores que permitimos, sino por nuestra capacidad para actuar ante la injusticia que explota hoy ante nuestros rostros

La ocupación militar iniciada tras la Guerra de 1967 extendió este trauma al imponer un sistema de control sobre Cisjordania, Gaza y Jerusalén Oriental que ha evolucionado durante más de cinco décadas. Esta ocupación se ha caracterizado por la confiscación sistemática de tierras, restricciones severas a la movilidad, fragmentación territorial, proliferación de asentamientos considerados ilegales bajo el derecho internacional, y la implementación de un sistema legal dual que aplica desiguales estándares a palestinos e israelíes en los mismos territorios.

El estado actual: Entre la catástrofe humanitaria y la impunidad internacional

Gaza, gobernada desde 2007 por Hamas tras ganar unas elecciones parlamentarias, ha vivido bajo un bloqueo terrestre, aéreo y marítimo que ha destruido su economía y limitado severamente el a servicios básicos. Este territorio, uno de los más densamente poblados del mundo, se ha convertido en lo que muchos expertos describen como "la prisión a cielo abierto más grande del planeta".

Los acontecimientos del 7 de octubre de 2023 marcaron un punto de inflexión cuando combatientes de Hamas llevaron a cabo un ataque sin precedentes en territorio israelí, resultando en aproximadamente 1,200 muertes, principalmente civiles, y la toma de unos 250 rehenes. Este atentado cruel, ampliamente condenado por la comunidad internacional, provocó una respuesta militar israelí de proporciones catastróficas.

En lugar de buscar una respuesta proporcional o recurrir a mecanismos internacionales de resolución de conflictos, el gobierno de Netanyahu, respaldado por sectores de extrema derecha, ha implementado operaciones militares que han resultado en más de 35,000 víctimas palestinas, la mayoría civiles, incluyendo más de 15,000 niños. Estas operaciones han destruido infraestructura civil esencial —hospitales, escuelas, plantas de tratamiento de agua, centrales eléctricas— generando una catástrofe humanitaria sin precedentes.

La magnitud del uso desproporcionado de la fuerza por parte de Israel, potencia militar nuclear con uno de los ejércitos más avanzados tecnológicamente del mundo, contra una población civil desarmada y confinada, establece un paralelo histórico inquietante con el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. 

Sin embargo, existe una distinción particularmente perturbadora: mientras aquellos ataques nucleares de 1945 ocurrieron en un instante devastador que sorprendió a la humanidad, la catástrofe humanitaria en Gaza ha sido meticulosamente anunciada, documentada en tiempo real y sostenida deliberadamente durante meses ante los ojos del mundo, que ha sido testigo día tras día de su progresiva intensificación. 

Esta violencia calculada y prolongada, ejecutada bajo plena observación global, representa hoy un desafío fundamental a la arquitectura moral del orden internacional contemporáneo.

La restricción sistemática y deliberada de ayuda humanitaria, rigurosamente documentada por una constelación de organizaciones internacionales imparciales, ha precipitado condiciones de hambruna inminente en Gaza que desafían la conciencia colectiva de nuestra era. 

UNICEF y la OMS han emitido advertencias cada vez más desesperadas sobre la catástrofe nutricional que envuelve a decenas de miles de niños palestinos, cuyos cuerpos frágiles sucumben progresivamente a la desnutrición aguda mientras la comunidad internacional observa impotente. 

Israel ha obstaculizado calculadamente el flujo de asistencia humanitaria básica, despojando a la humanidad misma de su derecho esencial a ejercer la compasión y la solidaridad en circunstancias de extremo sufrimiento. 

Esta obstrucción deliberada del impulso humano más elemental —el de extender la mano al hambriento, al niño en peligro, al inocente atrapado en circunstancias catastróficas— muestra que Israel nos ha quitado a todos el derecho a ayudar. 

Paralelamente, en Cisjordania se ha intensificado la expansión de asentamientos y la violencia por parte de colonos extremistas, con la protección del ejército israelí. Declaraciones públicas de del gobierno israelí sobre la "reocupación permanente" de Gaza y la construcción de asentamientos en territorios devastados revelan intenciones oscuras: Israel se quiere quedar allí para siempre, ante los ojos de todos. 

Colateralmente, nos daña a todos porque esta crisis ocurre ante una parálisis institucional internacional, evidenciada por los reiterados vetos de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad que han bloqueado resoluciones para un alto al fuego inmediato, lo que aumenta nuestra grieta de credibilidad en el sistema multilateral de gobernanza global.

Imperativos para la acción 

El reciente cambio de postura de potencias como la Unión Europea, Reino Unido, Francia y Canadá, que han comenzado a condicionar su apoyo comercial a Israel y a exigir el cumplimiento del derecho internacional humanitario, representa un giro significativo pero insuficiente ante la magnitud de la catástrofe.

Enfrentamos una responsabilidad histórica existencial. La inacción ante estos crímenes de guerra y contra la humanidad no solo perpetúa el sufrimiento inmediato, sino que altera peligrosamente el orden internacional basado en normas, establecido tras la Segunda Guerra Mundial precisamente para prevenir tales atrocidades.

Es imperativo implementar medidas concretas y coercitivas:

  1. Imposición inmediata de un alto al fuego verificable bajo supervisión internacional.
  2. Apertura incondicional de todos los puntos de humanitario y garantías para la distribución segura de ayuda en todo el territorio de Gaza.
  3. Implementación de sanciones específicas contra entidades e individuos responsables de violaciones graves del derecho internacional.
  4. Suspensión de transferencias de armamento y tecnología militar que pueda utilizarse para perpetuar la ocupación ilegal y cometer crímenes de guerra.
  5. Activación efectiva de mecanismos de justicia internacional, incluyendo el apoyo inequívoco a las investigaciones de la Corte Penal Internacional y la implementación de la jurisdicción universal para crímenes internacionales graves.
  6. Reconocimiento formal del Estado de Palestina por potencias que aún no lo han hecho, como requisito para una paz basada en igualdad soberana entre estados.

La Corte Internacional de Justicia, en su reciente opinión consultiva, ha reafirmado la ilegalidad de la ocupación prolongada y los deberes de algunos estados, que miran para otro lado, se hacen los de la vista gorda. 

Hacia un Estado de Palestina 

Una solución justa debe fundamentarse en principios de derecho internacional, derechos humanos universales y reconocimiento mutuo:

El Estado de Palestina debe existir como entidad soberana en las fronteras de 1967, con Jerusalén Oriental como su capital, gozando de todos los atributos de la estadidad, incluyendo control sobre sus fronteras, espacio aéreo, recursos naturales y al mar.

Jerusalén debe convertirse en una ciudad abierta donde se respeten y protejan los lugares sagrados de las tres religiones monoteístas bajo un régimen internacional que garantice equitativo.

La cuestión de los refugiados palestinos debe resolverse de acuerdo con el derecho internacional, incluyendo opciones de retorno, compensación justa por propiedades perdidas y programas de reasentamiento con plenos derechos ciudadanos.

La reconciliación requiere un reconocimiento honesto de las injusticias históricas perpetradas contra el pueblo palestino y procesos de justicia transicional que permitan sanar heridas colectivas profundas.

La reconstrucción económica debe priorizar el desarrollo sostenible, la soberanía alimentaria y energética, y la integración regional que beneficie a ambos pueblos.

El imperativo moral de nuestro tiempo

Este momento cruel, exige una reflexión profunda sobre nuestros valores fundamentales más allá de fronteras e identidades. El tratamiento del pueblo palestino representa la prueba máxima para la conciencia global y la credibilidad del orden internacional basado en el derecho.

La historia juzgará a nuestra generación no solo por los horrores que permitimos, sino por nuestra capacidad para actuar ante la injusticia que explota hoy ante nuestros rostros. Como escribió Martin Luther King Jr., "la injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes".

Continuar con el silencio o la inacción frente a esta catástrofe es una complicidad que contradice nuestros valores fundamentales de dignidad humana, igualdad y justicia sobre los que pretendemos construir nuestras sociedades.

Ha llegado la hora del fin. Fin de la ocupación más larga de la era moderna. Fin de un sistema oprobioso de apartheid. Fin de la impunidad ante las violaciones groseras del derecho internacional.


James Fernández Cardozo | PhD Humanidades -Análisis del Discurso 

La hora del fin