
Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna
En un artículo previo señalé las semejanzas y diferencias entre los proyectos de país que ofrecen los dos aspirantes a la presidencia estadounidense, pero Harris y Trump también tantean alternativas a la desgastada globalización neoliberal. En esta ocasión examinaré algunas de las ideas que bullen en la propaganda de Trump respecto al diseño de un nuevo orden mundial y un marco geopolítico global con los que ambiciona preservar el liderazgo mundial de EEUU, proporcionar estabilidad a las relaciones internacionales y embridar las tensiones belicistas que están fuera de control.
1. El trasfondo de la crisis del orden mundial neoliberal
La pandemia de 2020 desató una crisis multidimensional que desordenó el mundo. A partir de entonces se aceleraron un intervencionismo estatal y un repliegue neosoberanista que fortalecieron la capacidad de regulación y actuación de los aparatos estatales. La nueva situación favoreció la impugnación de las instituciones y consensos globales que se extendieron por todo el planeta durante la etapa de la globalización neoliberal (1980-2020), especialmente tras la implosión de los sistemas de tipo soviético en 1989 y su integración en un mercado global que permitió a China convertirse en el mayor beneficiario del modelo de globalización neoliberal.
Trump no es sólo el candidato de la mitad de los votantes estadounidenses, también es el preferido por Putin para derrotar a Ucrania y entronizar a Rusia
Desde 2020, el mundo capitalista vive un momento intervencionista sin que el viejo consenso neoliberal pueda darse por muerto o haya sido derrotado. La multiplicación de aranceles y subsidios, la reactivación de la política industrial, el creciente protagonismo de la política fiscal o el incremento de los recursos e incentivos públicos destinados a impulsar especializaciones productivas con mayor densidad tecnológica y futuro evidencian un momento intervencionista que tiende a constituirse en una época intervencionista. El mundo se ha situado en una encrucijada en la que se intensifican las sanciones comerciales y tecnológicas proteccionistas, las confrontaciones políticas revestidas de batallas culturales en las que todo vale y un militarismo que privilegia la razón de la fuerza para afrontar los graves problemas y amenazas en presencia o al acecho. Tiempos extremos que generan múltiples incertidumbres y miedos que son el caldo de cultivo perfecto en el que proliferan los populismos y simplismos.
Mirar el mundo con los ojos de Trump permite conocer sus intenciones sobre el nuevo orden mundial por construir. Otra cosa es que, si resultara elegido presidente, pueda concretarlas y llevarlas a cabo, siquiera parcialmente. Ésa sería otra historia, una página que se abriría el 5 de noviembre y en la que aún no hay nada escrito.
Trump no es sólo el candidato de la mitad de los votantes estadounidenses, también es el preferido por Putin para derrotar a Ucrania y entronizar a Rusia como la gran potencia regional con la que confía salvar su régimen y cohesionar a las nuevas elites mafiosas y clases dominantes en las que se sustenta. Y el preferido por Netanyahu, que aprovechó la acción terrorista de Hamás del pasado 7 de octubre de 2023 para afirmar el compromiso de EEUU, republicanos y demócratas, con Israel, sin que importen los crímenes de guerra que cometa contra el pueblo palestino o en Líbano. La apuesta de Netanyahu y la extrema derecha fundamentalista israelí se ha doblado, ya no trata sólo de aplastar toda oposición palestina y maniatar a sus aliados en todo Oriente Medio, sino de imponer en la región un poder militar absoluto e incuestionable.
La victoria electoral de Trump acabaría impactando en la UE, obstaculizando la integración europea y consolidando los avances de la amalgama política que ya forman buena parte de las derechas y las extremas derechas europeas para las que la cesión de competencias a instituciones comunitarias es un impedimento para la soberanía nacional. No comprenden que la soberanía compartida y la integración comunitaria son claves para que la UE pueda lograr una influencia efectiva en el diseño de un nuevo orden mundial. Avanzar en la integración europea es la única manera que tienen la mayoría de los 27 Estados de la UE y los 9 países candidatos oficiales a la adhesión de disponer de una soberanía real en cualquiera de los escenarios en los que termine concretándose el nuevo orden mundial.
2. Los centros de atención de Trump
En la configuración del nuevo orden mundial por construir, las mayores preocupaciones que ha manifestado Trump se refieren a tres asuntos. El primero, presentarse como el único que puede parar las guerras emprendidas por Rusia e Israel durante el mandato de Biden, haciendo uso de sus buenas relaciones con Putin y de un apoyo incondicional a Netanyahu. El segundo, intensificar las medidas de contención de la economía china, la gran competidora de EEUU, para minar la competencia de la que ya es la primera potencia comercial y manufacturera mundial y bloquear su a las tecnologías occidentales más avanzadas. Y tercero, debilitar a la UE, que sigue siendo para Trump un galimatías que ni entiende ni aprecia y a la que le gustaría ver sumida y paralizada en disputas internas, para lo que contaría con la colaboración entusiasta del régimen de Putin y de las extremas derechas comunitarias.
La victoria electoral de Trump acabaría impactando en la UE, obstaculizando la integración europea y consolidando los avances de la amalgama política que ya forman buena parte de las derechas y las extremas derechas europeas
El heterogéneo conjunto de países emergentes, en desarrollo o clavados en el subdesarrollo que son la mayoría de la comunidad internacional y que con frecuencia se agrupan tras el impreciso concepto del “Sur global”, como si compartieran unos intereses, características o misiones comunes, ocupa un segundo plano en las prioridades de Trump. Despreocupación basada, sin duda, en la ignorancia y la prepotencia, pero que también se sustenta en una densa red de incentivos y amenazas que funcionan razonablemente bien y marcan las relaciones de EEUU con los regímenes de ese Sur global que son sus socios o cómplices y con los que se oponen a un liderazgo excluyente, pero autolimitan sus críticas al campo de la retórica. La existencia de una lista reducida y cambiante de países que forman el “eje del mal” sirve como aviso a navegantes y ejemplifica el destino que reserva EEUU a sus enemigos.
Tras la etiqueta del Sur Global no se puede identificar un bloque de países que compartan objetivos estratégicos o acción política. Se trata de una propuesta que expresa los deseos de sus principales componentes de ganar peso en la configuración del nuevo orden mundial y que también se plasma en la agrupación de los países emergentes de mayor crecimiento (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y el resto de Estados que se han sumado o desean incorporarse a los BRICS+) con el objetivo de evidenciar los agujeros del liderazgo mundial de EEUU, negociar un nuevo orden mundial y considerar todos los intereses y necesidades en juego.
Tampoco existe ninguna alianza estratégica entre China y Rusia para actuar conjuntamente en la escena mundial y disputar a EEUU su liderazgo. Se trata, más bien y por ahora, de una aproximación circunstancial de carácter defensivo que, de persistir EEUU, como ha anunciado Trump, en una estrategia más dura en el bloqueo y las sanciones contra China, podría dar lugar a una confluencia más estrecha y sólida de políticas y objetivos entre China, Rusia y sus aliados más próximos.
La alianza estratégica entre China y Rusia es una posibilidad entre otras, pero hay muchas más opciones. De hecho, la victoria electoral de Trump es la única baza de Putin para conseguir sus metas en la guerra de agresión contra Ucrania o, a más largo plazo, cimentar un mundo multipolar en el que Rusia pudiera recrear su dominio sobre la mayoría de los pueblos y naciones de la desaparecida URSS. Rusia, tras su agresión militar a Ucrania, ha sido marginada del mercado global, al que no podrá reincorporarse plena y abiertamente mientras mantenga su desafío a la legalidad internacional, si no es de la mano de una victoria electoral de Trump que imponga las tesis de Putin en una negociación de paz a cambio de territorios que certifique el entierro de los principios de la legalidad internacional que defienden la soberanía nacional, la independencia política y la integridad territorial de los Estados.
En cambio, la victoria de Trump supondría para China el endurecimiento de las medidas tomadas en los últimos años para reducir su a los mercados y las tecnologías avanzadas occidentales. China se resiste a dejarse empujar junto a Rusia, Irán o Corea del Norte a esa marginación. Y baraja estrategias más sofisticadas y flexibles en sus relaciones con el mundo capitalista desarrollado, que incluyen la necesidad y la posibilidad de propiciar acuerdos basados en intereses económicos comunes, sean cuales sean las querencias políticas o ideológicas de sus gobernantes, gane quien gane las elecciones del 5 de noviembre y sea cual sea la acción política de la próxima presidencia estadounidense. Y aunque China no pueda renunciar por el momento a propiciar un escenario político y un mercado alternativos, en los que la participación del máximo de países emergentes sería clave para que siga desarrollándose si finalmente no puede mantener su actual participación en el mercado global.
El mundo es mucho más ancho y complejo de lo que piensan los consumidores de etiquetas y relatos rápidos o los aficionados a revestir sus lealtades políticas de elucubraciones geopolíticas.
3. El nuevo orden mundial
Los modelos neoliberales de globalización y hegemonía de EEUU están en crisis y han dejado de ser funcionales para gestionar los cambios energéticos, ecológicos, tecnológicos o culturales que están en marcha, pero su destino no está escrito de antemano. Cabe que se produzca una decadencia prolongada de esos modelos, su ingobernable sustitución por nuevos modelos o una transición negociada y ordenada hacia un nuevo orden mundial del que desconocemos todo. No hay ninguna superpotencia que tenga la capacidad de prever o imponer la vía a seguir y hay varias potencias y grandes poderes globales que tratan de influir en su gestación. El futuro orden mundial está por construir, sin que existan un plan o un rumbo claros, un proyecto elaborado, un sujeto político articulado ni un destino o final inevitables.
Poderosos factores empujan a favor de la fragmentación del mercado mundial y el surgimiento de un nuevo orden multipolar tan indeseable en términos económicos, por las ineficiencias y la inseguridad jurídica que generaría, como en términos geopolíticos, al subordinar las instituciones y reglas internacionales a la razón de la fuerza y una carrera armamentista que hicieran creíbles las amenazas militares entre bloques y en el interior de cada bloque. Ya conocimos una situación similar en el felizmente desaparecido mundo bipolar en el que la confrontación entre las dos grandes superpotencias se expresaba bajo la forma de conflictos bélicos en la periferia del sistema bipolar y de intervenciones militares directas de la URSS y de EEUU contra países pertenecientes a sus respectivos bloques con objeto de sofocar toda rebelión o intención de recuperar sus soberanías nacionales perdidas o limitadas.
Las elecciones presidenciales en EEUU del 5 de noviembre tampoco pueden determinar el futuro del orden mundial. EEUU conserva gran parte de su liderazgo global, pero hay otros actores capaces de influir en la construcción del nuevo orden mundial y con la voluntad de hacerlo. Con Trump como presidente, la conciliación de voluntades políticas e intereses comunes entre los principales núcleos de poder autónomo mundiales sería imposible. Con Harris, una incógnita.
¿Será posible que el nuevo orden mundial se sustente en reglas e instituciones multilaterales respetuosas con los derechos humanos y la legalidad internacional?
China tampoco puede liderar ese proceso de negociación del nuevo orden mundial, menos aun cuando las políticas de bloqueo económico que practica EEUU empujan al acercamiento, por ahora circunstancial y limitado, de China con el régimen de Putin.
Sólo queda como posible muñidora de esa negociación una UE maniatada por sus propias debilidades e incoherencias institucionales, por unas extremas derechas autoritarias que defienden nacionalismos excluyentes que han contaminado a una parte importante de las derechas y la ciudadanía comunitarias y se oponen a la integración europea y por la dificultad que demuestra en la superación de las reglas y políticas económicas obsoletas que ya demostraron su ineficacia en la crisis financiera global que estalló en Europa en 2008. ¿Puede volver la UE a reinventarse, reforzar sus procesos de integración y aplicar políticas innovadoras acordes con las tareas pendientes?
Ya lo hizo el BCE en 2013 y lo volvió a hacer la Comisión Europea en 2020. ¿Podrá la UE hacerlo de nuevo y convertirse en un actor influyente en la negociación de un nuevo orden mundial y un nuevo modelo de globalización? ¿Será posible que el nuevo orden mundial se sustente en reglas e instituciones multilaterales respetuosas con los derechos humanos y la legalidad internacional y abiertas a las necesidades particulares de desarrollo económico, democrático y cultural de los países emergentes y de los que siguen anclados en los suburbios del sistema mundial? Dudas e interrogantes que aún no pueden contestarse, pero pueden servir como punto de partida del análisis y la reflexión.
En todo caso, las fuerzas progresistas y de izquierdas no deberían seguir fantaseando con los mundos que imaginan o desean sin hacerse cargo del mundo real y de la dura y prolongada tarea de contribuir a conjuntar al amplio y heterogéneo espectro de fuerzas y voluntades dispuestas a defender la democracia y proteger al planeta y a la mayoría social en una etapa de grandes cambios estructurales y en un contexto político tan complejo. Comprender los estrechos márgenes que van a existir en el corto y medio plazo para llevar a cabo los cambios posibles es una condición necesaria para no caer en la melancolía y el desistimiento ni acabar encaramados en torres de marfil.