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El hábito de pontificar sin ton ni son está tan extendido que, con frecuencia, aseveraciones sumamente discutibles pasan totalmente desapercibidas. Da la impresión de que numerosas declaraciones se escuchan como quien oye llover. Un médico que cojea ostensiblemente del pie derecho es interrogado sobre el curioso fenómeno de que, mientras las primeras olas de COVID-19 en Madrid prendían mucho más en los distritos y municipios pobres, en cambio la del verano de 2021 se comportaba al revés, afectando con más potencia a las zonas ricas. El galeno se salió por la tangente respondiendo muy ufano que se trataba de cosas diferentes, y por tanto funcionaban de forma diferente.
Procedamos con método y vayamos por partes. El uso de la palabra cosas por un especialista es harto llamativa. En cuanto a considerar que oleadas de una misma pandemia constituyen hechos distintos, es una aserción aventurada, por decirlo suavemente. El conjunto es una mera vulgarización de los caducados axiomas científicos que la Teoría del Caos y la Dinámica de sistemas complejos desacreditaron hace tiempo como falacias. Al igual que no es cierto que los sistemas simples tengan un comportamiento simple ni que un comportamiento complejo tenga causas complejas, también es falso que sistemas diferentes tengan necesariamente comportamientos diferentes.
Las leyes de la complejidad son universales, no se preocupan en absoluto de los detalles de los componentes elementales de un sistema (Gleick: Chaos)
Hoy la afirmación del entrevistado es rigurosamente insostenible. Esto puede parecer algo baladí, pero quien está hablando no es un licenciado en cosas como Derecho, Turismo o Protocolo y organización de eventos. Se supone que es alguien con formación y práctica científicas.
Por otro lado, esto no es nada nuevo. La Teoría del Caos y las matemáticas de la complejidad estaban ya en plena efervescencia cuando este señor llevaba pantalones cortos, incluso pañales. Ya va siendo hora de ponerse al día. Respecto al tema que le ocupa, explicarlo no requiere pararse a pensar mucho. En las olas iniciales, el personal desprotegido era el que daba la cara en lugares nada seguros, sin equipamiento y utilizando un transporte público atestado. Los que podían teletrabajar y permanecían a buen recaudo en confortables domicilios, haciéndose traer hasta la puerta los insumos de primera necesidad, arriesgaban más bien poco. Consecuencia: barrios y municipios pobres presentaban tasas de incidencia disparadas en tanto que el Madrid rico la tenía en mínimos.
Pero en julio de 2021, el escenario viró radicalmente. Ahora el gran foco de infección lo constituía el ocio en bares, discotecas y fiestas, así como una elevada movilidad, motorizada o no, en busca de vacaciones y jolgorios diversos. Y aquí la palma se la llevaron los sectores acomodados, en los que la incidencia creció exponencialmente. Mientras, los entornos laborales más acorazados y el uso continuado de medidas de protección individual en el trabajo y el transporte disminuyeron los contagios entre los menos pudientes. Lo único que cambió fueron las condiciones iniciales, y eso tuvo resultados muy diferentes en cuanto a la adscripción social de los afectados. Con todo, desde el punto de vista epidemiológico, aquella oleada se comportó exactamente igual que las anteriores.
Llos epidemiólogos se sintieron descolocados ante un fenómeno que, sin embargo, se presentaba como una evidencia: la tendencia de las epidemias a desarrollarse en ciclos, regulares o irregulares
Durante mucho tiempo los epidemiólogos se sintieron descolocados ante un fenómeno que, sin embargo, se presentaba como una evidencia: la tendencia de las epidemias a desarrollarse en ciclos, regulares o irregulares. La rubeola o la polio aparecían en forma de ondas periódicas de crecimiento y decrecimiento. Fue Robert May el primero en construir un modelo no lineal con el objeto de intentar reproducir esas oscilaciones aparentemente no sistemáticas. Introdujo además una perturbación en el sistema –una campaña de vacunación– para observar sus efectos. En principio, esto llevaría en poco tiempo al proceso a una situación de estabilidad y a evolucionar en el sentido de una progresiva retirada de la epidemia. Pero lo que reveló el modelo era una serie de enormes oscilaciones. Aunque la tendencia a largo plazo era, por supuesto, a la baja, la trayectoria incluía picos inesperados.
Estos resultados teóricos fueron fehacientemente comprobados en la práctica con ocasión de una campaña para la erradicación de la rubeola en el Reino Unido. A falta de una interpretación plausible, se llegó a la conclusión de que la vacunación había sido un fracaso relativo. No obstante, una vez trasladados esos datos a las coordenadas de la nueva ciencia, se constató que eran simplemente lo previsible en un fenómeno de comportamiento caótico como son las epidemias. Y la pandemia de COVID-19 no hace sino confirmarlo. Si las características de cada ola están determinadas muy fuertemente por sus condiciones iniciales, su comportamiento sigue leyes comunes. Caóticas pero deterministas, permiten cierto grado de predictibilidad y, desde luego, son perfectamente explicables.