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Niños y jóvenes protagonizan malas noticias con demasiada frecuencia. Indisciplina familiar o/ y escolar, violencia pandillera, acoso a compañeros y compañeras, desinterés por el aprendizaje y bajo rendimiento escolar, abuso y uso dañino de los móviles, son síntomas de algo serio que merece nuestra atención. Más aún cuando los niños o los jóvenes cometen delitos de diversa gravedad, maltratan a profesores o compañeros de clase, a mendigos y homosexuales, y hasta son capaces de matar o robar a sus propios padres. Es evidente a todas luces que este asunto merece una actuación urgente. ¿La tiene? De ninguna manera.
Y el caso es en verdad preocupante, porque hay muchos niños y jóvenes fuera de control de unos y otros y a merced de las redes de internet.
¿Por qué ocurre todo esto?
Esta es una pregunta que cada día se plantean millones de personas en todo el mundo debido a la cantidad y a la cualidad de problemas que presenta la diaria convivencia con niños y adolescentes en las familias y en las aulas. Y hacen bien de preguntarse eso, porque vivimos en plena Era de la Confrontación, en el esplendor más ruidoso y amenazante de la Barbarie, como se percibe en todos los telediarios, mientras las familias y sus hijos comen o cenan. Y los niños son esponjas mentales y emocionales que captan prontamente conductas y las almacenan en su subconsciente y mundo emocional. Dependiendo de su nivel de conciencia y sensibilidad, algunas de esas conductas pueden provocarles rechazo y asco, pero otras pueden inspirarles. Del total, cada niño o niña puede quedarse con esa vaga sensación de desorden, violencia y guerras en muchas partes: algo nada tranquilizante que no contribuye precisamente a que nuestros jóvenes tengan una imagen armónica y confiable del mundo en que viven. Más aún si sus propios padres se quedan sin trabajo, sufren abusos laborales, se quejan de lo mal que está todo, existen problemas de machismo o alcoholismo, maltratos y abusos, o sufren un desahucio. Sumemos a eso el tipo de barrio, las relaciones sociales familiares y personales del niño en ese medio si por ejemplo es un barrio marginal tipo La Cañada Real. Sociedad de la Confrontación es todo eso para el joven. ¿Qué puede hacer la escuela en un mundo así?
Un problema complejo con fáciles soluciones parciales
Siento tener que decir que aunque en España hay excelentes profesores, estos no son mayoría ni mucho menos. En general, el profesorado termina su carrera con muchos déficits curriculares y culturales, tanto en una cultura general crítica como en formación psicológica aplicada al aula y en resolución de conflictos entre alumnos y con sus familias. A esto se añade el predominio del pensamiento conservador en nuestros profesores y su tendencia al individualismo autosuficiente.
En la escuela pública, la condición de funcionarios les mantiene un tanto alejados -siendo trabajadores- de los conflictos generales del mundo del trabajo, hacia el cual no suelen mostrar interés, algo anormal teniendo en cuenta la procedencia de clase trabajadora de los maestros y maestras. Y aún es peor en el caso del profesorado de la escuela privada.
Tal vez ese desinterés hacia la clase trabajadora de la que unos y otros proceden explique en parte su poca visibilidad en los medios conservadores, pero también en los públicos. En cambio, un cocinero, un hotelero, un policía, o un médico, y por supuesto un político cualquiera, aunque sea fascista, goza de una visibilidad pública y una valoración de la que un o una docente se halla en las antípodas. Y esto tiene consecuencias en la mente infantil y juvenil.
Profesores invisibles, desprestigio seguro
Las consecuencias que en los niños y jóvenes de ambos sexos tiene la escasa valoración pública de quienes les enseñan a trancas y barrancas, unido a sus déficits profesionales señalados, a su distanciamiento real de las familias y al carácter burocrático de esas relaciones por medio de los Consejos Escolares, hacen de la figura de maestros o maestras personas alejadas del mundo emocional de nuestros jóvenes, lo que facilita la indisciplina en las aulas y la falta de respeto a sus profesores. Esta actitud es a menudo apoyada por las propias familias, que viven con la falsa idea de que quienes cuidan en los colegios a sus hijos o hijas tienen muchas vacaciones y poco trabajo, ignorando su realidad laboral estresante y sus horas de dedicación ocultas en sus aulas y domicilios para preparar sus tareas tan poco agradecidas, empezando por los propios gobiernos antes y después de Franco, a pesar de ciertas mejoras salariales. Pero los curas siguen metidos en las aulas públicas y privadas, el material didáctico sigue siendo escaso, el número de alumnos/profesor excesivo, y la burocracia una pesadilla para cualquier docente.
Sin duda todo esto debe ser revisado y cambiado por un conjunto de medidas que abarquen la formación inicial del profesorado, la unidad de principios educativos y metas a conseguir por cada colegio con las familias de sus alumnos; la mayor valoración profesional y visibilidad pública de los docentes por parte del Estado y los medios; un número suficiente de maestros y maestras con carácter estable en todos los centros, y el material didáctico necesario para facilitar el doble trabajo de educar y enseñar siempre en aulas climatizadas, amplias y luminosas. Eso no es nada utópico. Se invierte infinitamente más en rearme y otros asuntos.
La escuela privada, tiene todo eso muy a menudo. La pública, en cambio, adolece de todo eso, y tal cosa debe ser corregida de inmediato. No puede haber en un país como el nuestro, una escuela privada mantenida en parte con los impuestos de los trabajadores y a las que pocos de ellos tienen y diseñada para reproducir la diferencia de clases entre futuros dirigentes y futuros dirigidos preparándose en sus modestas aulas para ser su mano de obra años más tarde. Eso no se puede consentir en un país democrático que ya lo descubrió en la Institución Libre de Enseñanza y en las escuelas de la República.
Muchas tareas, sí, pero ¿cuántos voluntarios?