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Una época muy tenebrosa de la historia de América Latina se desarrolló durante las décadas de 1960 y 1970, consecuencia de la captura sistemática de gobiernos democráticamente electos por parte de las fuerzas cívico-militares. Las dictaduras se extendieron por todo el continente: Paraguay (1954-1989); Bolivia (1964-1982); Brasil (1964-1985); Perú (1968-1980); Ecuador, (1972-1979); Uruguay (1973-1985), Chile (1973-1990) y Argentina (1976-1983). En nombre de la “salvación de la patria” o en contra del “enemigo interno” se llevó a cabo una brutal represión en contra de miles de ciudadanos/as que fueron etiquetados como terroristas y subversivos/as. Si bien, los regímenes represivos tuvieron diferente duración y múltiples formas de agresión estatal, la violencia transnacional estuvo coordinada regionalmente, a través del llamado Plan Cóndor, que fue una campaña de represión y terrorismo de Estado de las dictaduras con apoyo de Estados Unidos. La idearon las cúpulas de los regímenes y sus servicios secretos que, alentados por Washington, llevaron a cabo torturas, asesinatos y desapariciones forzosas, entre otros crímenes. Se trató de un sistema coordinado para anular a la izquierda que se fraguó y desarrolló en secreto, y empezó a destaparse en los años 90.
La película es un abrazo a la democracia -dijo el actor Luiz Bertazzo- al enterarse de las nominaciones al Óscar. También un abrazo para no caer en los discursos de odio
Desde el ámbito del cine se denunció la dictadura argentina, en la película Argentina, 1985, estrenada en 2022 dirigida y producida por Santiago Mitre. La trama son los Juicios llevados a cabo en 1985 a los comandantes de las tres primeras Juntas Militares de la dictadura argentina entre 1976-1983. Fueron posible gracias a un Decreto de Raúl Alfonsín y en el que tuvo un papel fundamental el fiscal Julio César Strassera y su ayudante Luis Moreno Ocampo. Sobre este film en este mismo medio publiqué el 13 de noviembre de 2022 el artículo titulado Tras visionar Argentina, 1985 como español siento una profunda vergüenza. Creo que este sentimiento está más que justificado.
Ahora es también el cine el que denuncia los crímenes de la dictadura brasileña, en el film de Walter Selles, “Ainda estou aqui “ “Aún estoy aquí”, que acaba de ser premiada con el Óscar a la mejor producción extranjera. Ya obtuvo el Goya a la mejor película sudamericana. Es una obra sobre la memoria en un país que empezó a investigar los crímenes de la dictadura en 2011. En 2014, la Comisión de la Verdad, instaurada a tal fin, reveló que 20.000 brasileños fueron secuestrados y torturados entre 1964 y 1985 y que al menos 434 ciudadanos fueron asesinados y desaparecidos durante ese periodo. La cifra, sin embargo, es ínfima comparada con las estimaciones más recientes: un estudio organizado por el exdiputado Gilney Viana reveló que al menos 1654 personas (52 de ellas niños y niñas) murieron o desaparecieron durante la dictadura. Entre 2019 y 2023 Bolsonaro cerró la Comisión de la Verdad y Lula volvió a abrirla en su tercera presidencia.
Ahora, el film de Walter Salles toca la fibra sensible en su país: hay quienes aseguran que podría tener efecto sobre los procesos judiciales. Cuenta la historia de Eunice Paiva- representada por la actriz Fernanda Torres, que ya había recibido el Globo de Oro-, esposa de Rubens Paiva, desaparecido en 1971 durante la dictadura, torturado y asesinado. Rubens nació en 1929 y asesinado en 1971. Fue un ingeniero civil y político brasileño que, como congresista en la Cámara de Diputados de Brasil, se opuso a la implementación de la dictadura militar en 1964. Por su vinculación con actividades consideradas "subversivas" por el régimen dictatorial, fue aprehendido por las fuerzas militares. Fue elegido diputado federal por el Partido Laborista Brasileño Acto Institucional y se autoexilió; al regresar a Brasil, volvió a la ingeniería y a ocuparse de los negocios, pero mantuvo o con los exiliados. En 1971, la represión del régimen lo detuvo, murió en las instalaciones de un cuartel militar entre el 20 y el 22 de enero de 1971. Su cuerpo fue enterrado y desenterrado varias veces por agentes de represión hasta que sus restos fueron arrojados al mar, frente a las costas de la ciudad de Río, en 1973, dos años después de su muerte.
La película es un verdadero fenómeno en el país. Los brasileños se reunieron en bares y restaurantes a ver los Globos de Oro y los Óscar
Eunice nunca desistió de buscar la verdad sobre lo que había ocurrido con su marido. Fue presa y torturada durante doce días. Cuidó sola a sus hijos y se reinventó: estudió Derecho, se volvió experta en derechos humanos de los pueblos originarios y fue consultora del gobierno federal, del Banco Mundial y de la ONU. Veinticinco años después de la desaparición de su esposo, Eunice obtuvo su certificado de óbito y el reconocimiento de que la muerte de Rubens Paiva estuvo vinculada con la dictadura, pese a que nunca pudo recuperar su cuerpo. Eunice falleció en 2018, con Alzheimer.
La película –inspirada en el libro homónimo de Marcelo, hijo de Rubens– es un verdadero fenómeno en el país. Los brasileños se reunieron en bares y restaurantes a ver los Globos de Oro y los Óscar. El premio a mejor película extranjera llegó en medio del carnaval y lo celebraron como si Brasil hubiese ganado el tan soñado hexacampeonato mundial.
El fenómeno de la película ha movilizado a Brasil en distintas capas. La historia de Eunice y Rubens también ha inspirado a jóvenes menores de treinta años a compartir en TikTok historias de padres y abuelos torturados, exiliados y perseguidos en la dictadura. Posteos virales, con más de cinco millones de visualizaciones. La memoria de la dictadura militar no estaba posicionada de forma tan central en el debate público como ahora, tras el estreno de Aún estoy aquí.
La película ha contribuido a iniciar quizá la amenaza más importante a la impunidad que se ha concedido a los militares
Es uno de los grandes triunfos de la película. Estamos teniendo la oportunidad colectiva de debatir ese tema. “Brasil todavía tienemuchas heridas abiertas”, dijo el hijo de Paiva, Marcelo Rubens Paiva. “Creo que todo este movimiento ha hecho reflexionar a la sociedad, especialmente a los jóvenes, sobre qué tipo de país quieren”.
La película ha contribuido a iniciar quizá la amenaza más importante a la impunidad que se ha concedido a los militares. En diciembre, el juez Flávio Dino citó la película en una sentencia para revocar la amnistía concedida a dos coroneles acusados de asesinar a activistas políticos durante la dictadura. Aún estoy aquí ha “conmovido a millones de brasileños”, escribió. “La historia de la desaparición de Rubens Paiva, cuyo cuerpo nunca fue encontrado ni recibió un entierro adecuado, pone de relieve el dolor imperecedero de innumerables familias”.
En Brasil, la transición hacia la democracia estuvo determinada en gran medida por la propia junta militar, que aprobó una ley de amnistía en 1979 que protegía de la persecución tanto a los disidentes como a los militares. “La amnistía, de la forma en que se hizo en Brasil,borró el pasado”, dijo Nilmário Miranda, asesor especial sobre memoria y verdad del Ministerio de Derechos Humanos de Brasil, quien dijo haber sido él mismo víctima de tortura. “Trataba a los perpetradores como a sus víctimas, a los torturadores como a los torturados”.
Los intentos de responsabilizar a los militares de los crímenes de la época de la dictadura a lo largo de los años se enfrentaron a la firme resistencia de los militares, que siguieron teniendo una enorme influencia política incluso después del retorno de Brasil a la democracia.
El juez Dino ha respaldado un argumento jurídico según el cual, en cualquier caso, en que los cadáveres sigan desaparecidos, se trata de un “delito permanente” perseguible hasta que se encuentren los restos.
A principios de febrero, el Supremo Tribunal Federal también decidió revisar si debía revocar la amnistía en el caso de Paiva. En 2014, las autoridades brasileñas acusaron a cinco hombres de su tortura y muerte; nunca confesaron haber cometido delito alguno. Dos de ellos siguen vivos y han guardado silencio en su mayor parte; uno de ellos dijo a los fiscales que estaba de vacaciones durante la detención de Paiva, afirmación refutada por documentos de ese periodo. La decisión del Supremo Tribunal Federal en el caso podría sentar un precedente legal que podría afectar al menos a otros 41 casos de la época de la dictadura. En un gesto simbólico, un organismo federal ordenó la revisión de 434 certificados de defunción de personas asesinadas o desaparecidas durante la dictadura. El de Paiva fue el primer registro que se corrigió, pasando de no indicar ninguna causa de muerte a citar la causa como “no natural, violenta, causada por el Estado brasileño”.
Como era de esperar Bolsonaro, que a menudo ha defendido la dictadura, ha atacado repetidamente Aún estoy aquí, tachándola de película política que demoniza a los militares y muestra solo “un lado” de la historia. Este argumento en esta España nuestra nos resulta muy familiar. “Ni siquiera voy a ver esa película suya”, dijo en una entrevista reciente con The New York Times, cuando le preguntaron si apoyaría la película a los Óscar. Algunos de los partidarios de Bolsonaro también han boicoteado Aún estoy aquí y se han opuesto a los esfuerzos para llevar a los militares ante la justicia por crímenes del pasado.
Lula, por su parte, ha elogiado la película, calificándola de “fuente de orgullo nacional” y creando un premio en honor a Eunice Paiva. Poco ha, el presidente de Brasil reunió en el palacio presidencial a ministros del gobierno y líderes del Congreso, así como a dos de los nietos de Paiva, para una proyección especial.
Un hecho ocurrido en 2014 muestra de una manera incuestionable la catadura moral de Jair Bolsonaro. Todo un paradigma de odio visceral. La entrada de la Cámara de Diputados de Brasil, en Brasilia, estaba repleta. Periodistas, amigos y familiares del exdiputado Rubens Paiva asistían a la ceremonia en la que se inauguraba su estatua en el recinto, como un homenaje póstumo. “Mi familia estaba allí con fuerza. Conmovidas, mi madre y mi tía pronunciaron hermosos y orgullosos discursos sobre la memoria de su padre”, recuerda Chico Paiva, nieto del político asesinado. La emoción del momento fue interrumpida por un diputado hasta entonces considerado un radical. Jair Bolsonaro. Con un pequeño grupo de amigos y sus hijos (hoy también diputados), el que se convertiría más tarde en presidente de Brasil avanzaba a pasos firmes en dirección al acto de homenaje. Al llegar, gritó en dirección a la estatua:
–¡Rubens Paiva tuvo lo que se mereció! ¡Comunista desgraciado, vagabundo!
No satisfecho, Bolsonaro escupió la estatua que recién se inauguraba. Un escupitajo en medio de un homenaje a un colega diputado brutalmente asesinado. Un escupitajo a la lucha contra la dictadura.
No era para extrañarse. Durante los más de veinte años que fue diputado en Brasil –aunque hoy prefiera fingir que fue un outsider de la política–, Bolsonaro dijo que el error de la dictadura militar fue “no matar más”. También aprovechó cada instancia que pudo para elogiar al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, uno de los más sanguinarios responsables de la maquinaria de tortura del régimen, quien torturó madres en frente de sus hijos, puso ratones y cucarachas vivas en la vagina de mujeres, posibilitó violaciones y torturas con electroshocks. Según Bolsonaro, él era un “héroe”, y por eso tiene hasta hoy, en su velador, un libro con su historia.
La rabia de Bolsonaro hacia Rubens Paiva viene de mucho antes. El expresidente pasó parte de su adolescencia en Eldorado Paulista, escenario en el que la familia Paiva tuvo mucha influencia. El padre de Rubens, Jaime Paiva, era un coronel local y fue elegido diputado dos veces, la última vez en 1968 por el partido de la dictadura Arena. La familia era propietaria de una fazenda y su poder adquisitivo les permitió liderar la economía y la vida social del municipio. Por su parte, Bolsonaro nació en una familia humilde y la fortuna de los Paivas representaba una distancia social insalvable. En su biografía, ‘Mito o Verdad: Jair Messias Bolsonaro’, escrita por su hijo Flávio Bolsonaro, el político afirma que le incomodaba la diferencia de clases.
La película es un abrazo a la democracia -dijo el actor Luiz Bertazzo- al enterarse de las nominaciones al Óscar. También un abrazo para no caer en los discursos de odio. Durante toda su vida, Eunice Paiva hizo énfasis en que no quería que ella y su familia fueran consideradas víctimas. En una escena de la película, mientras es fotografiada por un medio extranjero que quiere contar la tragedia de su familia, Eunice impulsa a todos a sonreír. Que la maldad no vea el sufrimiento que causó. En 1995, cuando obtuvo el certificado de óbito de su marido, Eunice y el general Alberto Cardoso se abrazaron. En una entrevista publicada en el diario Folha de São Paulo en la ocasión, el general dijo:
– Me impresionó el equilibrio y la simpatía de aquella mujer que, lógicamente muy dolida, no exhibió el menor rencor.
Frente al escupitajo, la sonrisa. Aún estamos aquí. Ese escupitajo es una muestra incuestionable de esa lacra de odio, que se está expandiendo de una manera irreversible. ¿Por qué se expande esta epidemia de odio" que bautizó Lope de Vega. No olvidemos el odio a Zapatero que fue tan intenso como el de hoy a Sánchez. Quizá este motivado, porque no soportan que otros ejerzan el poder, al considerarlo patrimonio natural de las clases altas y sus aliados. Un poder que nace de la gracia de Dios y de la fuerza de las armas.
Al respecto resulta muy pertinentes las reflexiones de Caitlin Ring Carlson, profesora del Departamento de Comunicación de la Universidad de Seatle en su libro El discurso del odio. Señala que desgraciadamente ninguna cultura, país o medio de comunicación es inmune a la existencia o la influencia del discurso de odio. A través de una pantalla o en persona, en la red o en un medio escrito, la gente blande el lenguaje como arma con la que atacar la identidad de otros, reafirmando su propia posición de pretendido dominio y solidificando sus sentimientos de pertenencia a un grupo social determinado. El impacto de esta expresión es perjudicial para los individuos aludidos, como para las sociedades que toleran su uso. El discurso de odio traumatiza a sus víctimas e impacta negativamente a su autoestima, además silencia la participación política y distorsiona el discurso público. Lo estamos constatando en España. El discurso del odio también puede usarse como instrumento con el que deshumanizar a ciertos colectivos-inmigrantes, homosexuales, independentistas, feministas-, también para normalizar la violencia contra ellos y amplificar posicionamientos atroces a través de los medios de comunicación de masas. Ese odio ya es visible en nuestra sociedad, polarizada con tal agresividad que disuade a los sensatos, inhibe a los tolerantes, intimida a los moderados y ensucia el campo de juego democrático. Mas el odio solo se combate rechazando el contagio. Hacerle frente con más odio, es lo que quieren quienes odian. No les hagamos el juego. Que odien ellos. Nosotros, no. Como tampoco odian los familiares de Rubens Paiva.
Quiero terminar con unas palabras de Nelson Mandela. Premio Nobel de la Paz en 1993.
“Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su origen o su religión. La gente aprende a odiar. Y si se puede aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar. El amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario”.