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domingo. 25.05.2025

Se está muriendo gente

Se está muriendo gente que no se había muerto antes. La frase atribuida al mexicano filósofo de Güemes nos sirve para expresar la perplejidad y el desconcierto en el que nos sumen determinadas desapariciones.
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Se está muriendo gente que no se había muerto antes. La frase atribuida al mexicano filósofo de Güemes nos sirve para expresar la perplejidad y el desconcierto en el que nos sumen determinadas desapariciones. Gentes que mueren, no necesariamente jóvenes, que nos abandonan, sin embargo, cuando más los necesitamos.

Lo hemos sentido recientemente con el Papa Francisco. Lo volvemos a sentir ahora, cuando nos abandona Pepe Mujica, por más que nos hubiera avisado hace meses:

-Me estoy muriendo.
-Hasta acá llegué.

Pero nos resistimos a creerlo. Nos cuesta aceptarlo.

Hay personas famosas que van muriendo, muchas, normalmente de muerte natural, tras pasar muchos años en la vida. Las recordaremos siempre por su buena poesía, el cine que rodaron, las pinturas que nos dejan para siempre, las canciones, o las músicas, con las que alimentaron nuestras almas, los relatos con los que conjuraron nuestros miedos y entretuvieron nuestras noches.

También se nos van personas menos conocidas, pero más cercanas, a las que nos ligan largos afectos, densos lazos de sangre, pertinaces costumbres compartidas durante muchos años. Formaron parte de nuestras vidas, acompañaron nuestros actos, morimos de a ratos con ellos, morirán sin remedio con nosotros.

-La muerte es ley de vida. La vida es esperar la muerte.

Tampoco esta frase tiene claros autores. De nuevo topamos con la expresión de la sabiduría popular. Mueren reinas longevas, famosos futbolistas, cantantes iluminadas por una fuerza capaz de adentrarse en nosotros y hacernos vibrar con su música.

Mueren políticos que protagonizaron una etapa de nuestra historia, o de otras historias, siempre cercanas desde que vivimos en la aldea global. Mueren diseñadores de moda, científicos de las profundidades, o de las estrellas, que son la misma cosa.

Mueren los poseedores temporales, breves y pasajeros de grandes fortunas y mueren los inventores de nuevas redes sociales, productos, plataformas, de los que pronto no recordaremos los nombres. Mueren los influencers y son olvidados ya antes de su muerte.

Procuramos no ver la muerte. No verla todos los días. Vivir como si fuéramos a hacerlo eternamente. Pero aceptamos el hecho de la muerte, la nuestra, la de otros. Nos vamos haciendo a la idea, a lo largo de la vida, con el paso amargo de los años,

-La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos, decía Cicerón.

Y, sin embargo, nos resulta desconcertante la muerte en aquellas personas, a las que hemos conocido, o a las que hemos elevado por encima de nosotros. A las que hemos convertido en lo mejor de nosotros, los depositarios de nuestros deseos de perdurar, permanecer, sobrevivir, encontrarnos con otros, ser recordados.

En esa categoría se encuentran personas como Francisco, o como Mujica. Hoy parece que es verdad que Mujica ha muerto. Es una muerte anunciada, pero una muerte que no durará en el tiempo, porque seguiremos recordando a quien pasó tantos años en un agujero y que, cuando salió de él, era ya otra persona.

Como si allí dentro hubiera aprendido a sentir el latido de todas las vidas del mundo. Como si aquel encierro, entierro forzado, le hubiera enseñado a valorar cada vida y cada instante de la vida. No todos le consideran el mejor presidente, pero pocos pueden dejar de valorar haber vivido en el tiempo de una gran persona.

Cada palabra, cada entrevista, su forma de estar en su casa, alejado del mundanal ruido, pero atento a cada leve sonido, le convirtieron en único, irrepetible, algo más de cuanto nosotros somos.

-Hasta siempre Pepe Mujica. No te olvidaremos.

Se está muriendo gente