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Celín Cebrián | @celincebrianvaliente

El Papa Francisco, Obispo de Roma, el que fuera el Sumo Pontífice de las Iglesia Católica, no pudo superar sus problemas derivados de una neumonía bilateral que le diagnosticaron en febrero y, finalmente, ha muerto a los 88 años de edad. La última aparición pública de Jorge Mario Bergoglio fue el domingo en el balcón del Vaticano para dar la Bendición Urbi et Orbi. En su día, su elección como Papa fue toda una curiosidad, por ser el primer Papa latinoamericano. Su vínculo con el cine se compone de recuerdos personales. La relación del Papa y el cine ha sido un diálogo hecho de encuentros y recuerdos. De niño asistía con sus padres a proyecciones de películas neorrealistas, que se quedarían grabadas en su memoria. Siendo ya Obispo de Roma, en una ocasión resumió la fuerza de la gran pantalla con estas palabras: “comunión, creatividad y visión”. Y añadió: ―”El cine, como sabemos, es una gran herramienta para unir a la gente. Y también para hablar de belleza”. Y tras la pandemia, dijo: ―“Necesitamos unos nuevos ojos para mirar la realidad”. Lo cierto es que, por unas cosas u otras, el vínculo del Papa con el cine se intensificó más en este caso concreto, el de Francisco, ya que a lo largo de la historia varios son los filmes que se ocuparon de la figura del Santo Pontífice, tal vez por el interés que despertó su vida, lo que se tradujo en documentales, miniseries y una superproducción dirigida por Fernando Meirelles. Por enumerar algunas de ellas, hablaremos primero de “Francisco, el padre Jorge”, una película dirigida por Beda Docampo Feijóo y que está basada en el libro “Papa Francisco: vida y revolución: Una biografía de Jorge Bergoglio”, escrita por Elisabetta Pique, con Darío Grandinetti como protagonista y que reconstruye el periplo de Bergoglio desde aquel humilde jesuita que era hasta llegar a ser la figura central de la Iglesia Católica. Luego, tendríamos La agonía y el éxtasis, inspirada en el libro de Irving Stone; Conspiración en el Vaticano, de Christoph Schrewe, que relata la historia del cónclave del año 1458; Amén, en la que se describe la supuesta complicidad de la Santa Sede en el exterminio de judíos; Habemus Papam, que explora en clave de comedia la elección de Papa; y El Papa Bueno, una miniserie sobre la vida de Juan XXIII. En el terreno del documental, tenemos el interesante trabajo que hizo Wim Wenders en 2018, El Papa Francisco: Un hombre de palabra, en la que Francisco brinda su mirada sobre el rol de la Iglesia y su devoción por los pobres, una herencia de San Francisco de Asís. En 2015, se hizo otro documental más, dirigido por Matías Gueilburt. Finalmente cabe mencionar “Historias de una generación con el papa Francisco”, una miniserie de televisión de origen italiano, en la que gente de la tercera edad comparte sus historias con jóvenes cineastas. También tenemos la película In viaggio, de Gianfranco Rossi, dedicada a los viajes internacionales del Papa y basada en los vídeos de archivo para contar la historia del compromiso del Papa en sus visitas apostólicas. Incluso también podríamos mencionar aquí que Martín Scorsese…, respondió a la llamada del Papa para preparar una película sobre Jesús basada en una novela del japonés Shüsaku Endö. El director norteamericano, en una entrevista que le hizo el director del Observatore Romano, Andrea Monda, dijo: ―”Cuando pienso en el Papa Francisco tengo que decir que la primera palabra que me viene a la cabeza es compasión”. El Papa siempre recordaba con cariño a Roberto Benigni, director de La vida es bella, que le hacía sonreír por su amabilidad y su humor: ―”¡Vos sos argentino, podemos bailar un tango”, le repetía una y otra vez. Incluso debemos subrayar que no era la primera vez que en el Vaticano se acogían proyecciones de películas, como Unbroken, de Angelina Jolie, o Il Capitano, de Matteo Garrone.

De hecho, el Papa Francisco insistió bastante en esta idea y, cuando se refería al cine, lo hacía desde el punto de vista de un ángulo, de una manera de observar la realidad y por eso a menudo decía que “el cine era como una catequesis de la mirada, acercándola a la mirada de Dios mismo”. De tal modo que en su infancia y adolescencia fue una de sus pasiones. De todas las películas que vio, la que más le gustó fue La Strada, de Fellini. Y con 12 años se había visto todas las películas de Anna Magnani y Aldo Fabrizi. Y por supuesto Roma, cittá aperta, de Rossellini, y I bambini ci guardano, de Vittorio De Sica. Por gustarle, llegó a gustarle El festín de Babette, un filme de Gabriel Axel basado en un cuento de Karen Blixen. Cuando la vio, dijo: ―”Las alegrías más intensas de la vida nacen cuando podemos procurar la felicidad de los demás”. Otra de sus películas favoritas era esa obra maestra de Tarkovski: Andrei Rublev.
El cristianismo encontró en el arte un canal de transmisión y enseñanza para sus preceptos de la fe. La representación artística de la religión ha sido capaz de ser sublimada a través de la pintura, la escultura, la arquitectura o la literatura. Pero la relación no siempre fue buena, hasta tal punto que, llegado un momento, la Iglesia le declaró la guerra al cine. Corría el año 1913 y el papa Pío X prohibió a los sacerdotes acudir a las salas de cine para ver películas. Es más, la Iglesia tardó casi medio siglo en reconciliarse con el séptimo arte. Y a pesar de que más tarde se lograra cierta reconciliación entre la Iglesia y el cine, las relaciones no se cerraron del todo y siempre estuvieron marcadas por tiranteces y reproches. Pensemos en El código Da Vinci (2006), de Ron Howard o La última tentación de Cristo (1988), de Scorsese, por no citar La Pasión de Cristo (2004), de Mel Gibson, una película que Juan Pablo II llegó a ver, como se aseguró en un comunicado de la Sala de Prensa de la Santa Sede, confirmado por el arzobispo Stanislaw Dziwisz, secretario personal del papa polaco.

Hemos de reconocer que el Vaticano ha tenido a lo largo de los años una relación tensa y cautelosa con el mundo cinematográfico, especialmente cuando se trataba de temas espinosos, de ahí que el propio cine haya tenido que adentrarse en la piel del lobo, en los enigmas de la institución o en los corredores del Vaticano, explorando conspiraciones y escándalos en su interior, como sucedió en 2023 con Rapito, de Marco Bellochio, en la que nos habla del secuestro del Papa, reconstruyendo la historia real de un niño judío que fue secuestrado y criado a la fuerza como cristiano en la Roma del siglo XIX y en la supuestamente estaba implicado el Papa Pío IX.
Desde las tensiones artísticas del Renacimiento hasta las conspiraciones modernas, el cine ha logrado capturar la complejidad de la figura papal en diferentes épocas y contextos. La Iglesia Católica es una de las instituciones más antiguas y poderosas del mundo. Y el Vaticano en particular, uno de los centro de poder. De forma directa o indirecta, ha habido varios filmes que, desde distintos puntos de vista, intentaron contar lo que hay detrás de esas paredes, de esa imagen hierática del Pontífice. Hay quienes pusieron su énfasis en los aspectos biológicos del hombre que ocupaba el trono de Pedro; otros, lo hicieron poniendo la lupa más allá de los cortinajes y los muros; los últimos, se detuvieron en las intrigas palaciegas. Jorge Bergoglio le hizo frente al medioambiente, la pedofilia, las relaciones de familia o al drama de los inmigrantes. Abordó todos los asuntos que ponían en peligro el futuro de la humanidad y ofreció una forma simple y clara de afrontarlos. Entre las paredes de la Curia quedaban “sus enfermedades”, los cardenales ricos y ambiciosos…, los mismos que le reprochaban al Papa Francisco que iba demasiado rápido. Pero él proseguía. No tenía miedo. Sabía lo que había que hacer y quería llegar lo más lejos posible. Logró cambiar muchas cosas en favor de la gente de buena voluntad.

La filmación más antigua de un Papa que se realizó para acallar rumores en las cancillerías mundiales sobre la delicada salud de León XIII, quien llevaba diez años sin ser fotografiado, fue realizada por Dickson y su ayudante Emile Lauste entre abril y junio de 1898, basándose en unos apuntes manuscritos del mayordomo de León XIII. Tenía 88 años y la prensa mundial se interrogaba sobre su salud, sobre todo porque dos pesos pesados de su misma edad, como lo eran William Gladstone y el canciller alemán Bismarck, habían muerto ya. En 1951 se rodó Cónclave Secreto, de Humberto Scarpelli, y en 1959 El gran pescador, de Frank Borzage, sobre la vida de San Pedro, el apóstol de Cristo, y sobre cuta piedra se edificaría su Iglesia. Pero la mayor proliferación de películas vinieron en los años sesenta. El Cardenal (1963), de Otto Preminger, donde da una lección soberana sobre la puesta en escena. Una película polémica, como no podía ser menos, que recorre los avatares de un hombre ambicioso, un sacerdote brillante al que nada de lo humano le es ajeno, con una narración irable y una recreación psicológica de los personajes impresionante. Describe como nadie la ambición humana. Un hombre llamado Juan (1965), de Ermano Olmi, que se separa un poco de las grandes superproducciones de Hollywood y opta más por el intimismo. El resultado fue una película fascinante que, sin embargo, fracasó en taquilla. El tormento y el éxtasis (1965), dirigida por Carol Reed, una de las primeras en destacar las tensiones entre la política, la religión y el arte, centrándose en la creación del techo de la Capilla Sixtina. Charlton Heston, como Miguel Ángel, y Rex Harrison, como el Papa Julio II. En 1968 llegaría Las sandalias del pescador, dirigida por Michael Anderson, en la que Anthony Quinn hizo uno de los papeles más relevantes de su vida. En ella se describen los entresijos de la elección Papal con todo lujo de detalles, con un reparto de lujo y a la que quizás le sobre algo de metraje para que, llegado el momento, la película no decayese tanto y se enfriara. De un país lejano, de Krystorff Zanussi, que viene a ser la biografía de Karol Woijtyla desde sus comienzos en Polonia. Luego tendríamos Los dos papas (2019), de Fernando Meirelles, en la que el Papa es interpretado por Jonathan Pryce, junto a Anthony Hopkins en la piel de Benedicto XVI. Por último, Cónclave (2024), dirigida por Edward Berger, una cinta que sigue al cardenal Lawrence interpretado por Ralph Fiennes, es designado como responsable del ritual más secreto y antiguo del mundo: la elección de un nuevo Papa. Cuando los líderes más poderosos de la Iglesia Católica se reúnen en los salones del Vaticano, Lawrence se ve atrapado dentro de una compleja conspiración a la vez que descubre un secreto que podría sacudir los cimientos de la Iglesia. Cónclave es un thriller psicológico en el que un grupo de cardenales se reúne en secreto en la Capilla Sixtina para participar en él. El filme explora las intrigas, las tensiones y cuantos secretos se van desatando, y mientras salen a la superficie los conflictos de poder y los misterios ocultos, se van cuestionando las lealtades. El cine nos sigue demostrando que la relación entre el cine y el poder sigue viva.
