
Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna
Aleix Sales | @Aleix_Sales

No se puede poner en duda la tenacidad que ha tenido Javier Ruiz Caldera al dedicar su filmografía a trasladar los géneros de la comedia americana popular a un ecosistema español falto de estos modelos de contrastado éxito. Desde su debut con la spoof movie (Spanish Movie, 2009), Caldera ha transitado por la teen movie (Promoción fantasma, 2012), la romcom gamberra made in Judd Appatow (Tres bodas de más, 2013), la comedia de espías (Anacleto: Agente secreto, 2015), la parodia de superhéroes (Superlópez, 2018) o el retorcimiento de la historia en una mezcla de Tarantino y Edgar Wright (Malnazidos, 2020). En Wolfgang (Extraordinario) aborda ahora la comedia familiar con el subgénero de “papá por sorpresa”, adentrándose en un terreno distinto, tocando más de pleno el drama mientras firman su propuesta más madura y, probablemente, satisfactoria hasta la fecha.
El Wolfgang del título (el debutante Jordi Catalán) es un niño de 10 años superdotado intelectualmente y con grandes dotes para la música que, tras la repentina muerte de su madre, se ve obligado a irse a vivir con su padre (Miki Esparbé) -un actor de novela diaria que aspira a dar el pelotazo-, quien nunca se ha hecho cargo de él. Evidentemente, la racionalidad y meticulosidad del infante chocará con la despreocupación y liviandad de su progenitor. La adaptación de la novela de Laia Aguilar, que coescribe el guión ella misma junto a Valentina Viso, Yago Alonso y Carmen Marfà, se erige en una feel-good movie bastante bien equilibrada en cuanto a humor, gravedad y emoción, donde se logra la difícil labor de aproximar problemáticas complejas y de vital importancia como la depresión, el síndrome de Asperger o la salud mental de una manera accesible y sin caer en la condescendencia o la banalización. El tratamiento de estos temas es básico, pero lo suficiente para hacerse una idea de lo que suponen y dar a conocer la existencia de estas realidades al público más joven. Wolfgang (Extraordinario) recurre a una fórmula efectiva para vehicular un mensaje poliédrico sobre la convivencia con la frustración, la presión por la perfección y la toma de conciencia de hasta dónde puede llegar (o no) uno dependiendo de sus circunstancias. Y conseguir esto ya es más que un éxito dentro del cine familiar.
Más cercana a los libretos elegantemente casuales de Richard Curtis o al Nick Hornby de Un niño grande (Paul Weitz, Chris Weitz, 2002), que a la astracanada de Adam Sandler de Un papá genial (Dennis Dugan, 1999), el encanto de Wolfgang (Extraordinario) proviene también de su afinado reparto, especialmente de la simpática química entre sus dos protagonistas, cuestión esencial para llevar la película a buen puerto, que tanto Jordi Catalán como Miki Esparbé solventan con creces. En el caso de Esparbé, nos brinda otra faceta más en la que despliega su vis cómica, la cual nunca es excesiva, mientras que también llega sin despeinarse a las cotas dramáticas necesarias (esa escena en el puente de París es una buena prueba de ello). Combinando un poco de descaro, ternura y fragilidad, el actor acaba entregando sigilosamente una de sus interpretaciones más redondas, con la que paulatinamente va calando y ganándose al espectador. En el plantel de secundarios, es un placer recuperar para el cine a Àngels Gonyalons como la suegra desconfiada y protectora; así como la garantía de Ana Castillo, que aporta las dosis de luz necesarias para guiar emocionalmente al pequeño Wolfgang en su periplo. Berto Romero actúa como el alivio cómico más acentuado, aunque se siente desaprovechado, mientras que Nausicaa Bonnín, a pesar de tener una colaboración corta, imprime la entidad suficiente para encarnar a ese espectro maternal que sume en la incomprensión al niño y a los adultos.
Fácilmente a Wolfgang (Extraordinario) se le puede reprochar una cierta carencia de imaginación en su propuesta visual -se nota que se ha priorizado mucho más el texto que las posibilidades de la imagen, que poseía muchas-, algún salto de fe o que otro truquillo de guión barato que resta verosimilitud a un conjunto. Sin embargo, ata sus cabos de manera satisfactoria y los empaqueta apetitosamente, cumpliendo con su objetivo de realizar un necesario cine de clara vocación popular y en catalán, resuelto con unos estándares de calidad buenos y superiores a la media. Ya de por sí, un hecho para congratularse.