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Carlos Valades | @carlosvalades
La patria es la infancia. Es una frase que se atribuye a Rilke. Un lugar donde se empieza a formar nuestra personalidad, los primeros recuerdos y una identidad en ciernes. Para los que crecimos en los arrabales esta obra resuena y mucho. Ese Madrid de los toldos verdes, de últimas paradas de metro, de yonquis de extrarradio y litronas en el parque. A mí me tocó crecer en Canillejas, en el extremo opuesto de la línea 5 de metro. Esos barrios donde antes todo era campo, las últimas fronteras de una ciudad que no ha dejado de crecer, poblados por gente humilde.
Roberto Martín Maiztegui, autor y director del texto Los brutos, sitúa la acción en Aluche. Estamos en el Madrid de los años 90, después de que la heroína hubiese acabado con todos los yonquis por sida o sobredosis. El Real Madrid pierde las semifinales de la copa de Europa contra el PSV Eindhoven, Aznar gobierna y tras las olimpiadas y la Expo de Sevilla, España está en el centro del mundo.
Nito (sco Carril), podríamos suponer que trasunto del propio Roberto Martín, es un chaval de Aluche que desde siempre quiso ser guionista o director de cine. Carril es ese actor cercano que siempre dota a sus personajes de una gran naturalidad, creíble y amigable. El tipo simpático que conoces de toda la vida, con el que te irías de cañas. Nito nos cuenta su infancia, su casa junto al bar el Segoviano, la relación con su familia y sus primeros amores. El Isra, interpretado por Emilio Tomé, es su gran amigo de la infancia, el ángel protector contra los macarras, el alma gemela con el que compartir anhelos y confesiones. Tomé está excepcional como canalla de barrio, ese amigo que siempre va un paso por delante, el primero que fuma, que te ofrece la calada de un porro o que sabe dónde pillar. Ángela Boix encarna a Naza, la primera novia de Nito. La actriz logra conmover al espectador. Dota a su personaje de una sensibilidad y de una profundidad de chica de extrarradio que se queda anclada al barrio. Tanto Emilio Tomé como Ángela Boix, encarnan varios personajes cambiando de registro en un clic, de una manera muy natural y en unas transiciones muy rápidas. Javier Ballesteros da vida a “el Rata”, el acosador del barrio, a Germán, compañero de Nito en la escuela de cine, y también al padre de Nito. Ballesteros muestra una gran versatilidad en cada personaje, tan opuestos unos de otros. Olivia Delcán es la nueva novia de Nito, al que conoce en la escuela de cine. La actriz está a gran nivel, como el resto del elenco, dotando de una dulzura irreverente a su personaje.
Monica Boromello, la escenógrafa, monta un tótem muy prolijo en detalles, una maqueta con todas esas casas de barrio, los toldos, las pintadas, los telefonillos de aluminio, el bar, la panadería… una maravilla a la que todos los espectadores hicimos fotos al terminar el espectáculo. Algo similar vimos en el montaje de Robert Lepage hace unos años con 887, donde también nos contaba su infancia en una maqueta de un bloque de pisos en su Quebec natal.
En resumen, un montaje que rememora una infancia en el extrarradio de Madrid, que habla de los ascensores sociales, de la ambición y las ganas de trepar, de la nostalgia de una época en la que los límites de la ciudad estaban definidos, y del error que supone olvidar las raíces de cada uno. Un pequeño gran montaje que merecería una sala de mayor tamaño.