
Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna
James Fernández Cardozo
La caída del régimen de Assad en diciembre de 2024 muestra cómo un movimiento revolucionario puede evolucionar desde la resistencia pacífica hasta convertirse en una fuerza cohesionada capaz de derrocar una dictadura. Este proceso, marcado por años de aprendizaje estratégico, resiliencia organizativa frente a adversidades extremas y un aprovechamiento del momento geopolítico adecuado, refleja no solo las complejidades de los conflictos prolongados, sino también las oportunidades para la transformación política y social en circunstancias de represión extrema.
Antes de la revolución, Siria era un país atrapado en un sistema estático, donde el poder dinástico de los Assad controlaba todas las estructuras gubernamentales y sociales. La sociedad civil vivía bajo un estado de opresión normalizada, con mecanismos de control y represión que sofocaban cualquier intento de cambio significativo. El surgimiento de la Primavera Árabe a finales de 2010 fue un catalizador histórico. Este movimiento regional despertó la conciencia colectiva de los sirios, generando tensión entre el deseo de cambio y el miedo a las represalias. Lo que comenzó como protestas aisladas pronto se transformó en un movimiento colectivo masivo, enfrentando la violenta respuesta del régimen de Assad. Esta represión marcó el inicio de tres grandes transformaciones: el paso de una resistencia pacífica a una armada, la evolución de protestas desorganizadas hacia una oposición cohesionada y la internacionalización del conflicto.
La campaña que llevó a la caída del régimen de Assad es un ejemplo de planificación estratégica y ejecución táctica precisa
El período entre 2011 y 2023 fue una etapa de aprendizaje estratégico para las fuerzas rebeldes. A pesar de las derrotas iniciales infligidas por el régimen, los insurgentes lograron consolidar estructuras de resistencia que demostraron una notable capacidad de supervivencia bajo presión extrema. Durante estos años, enfrentaron no solo al régimen de Assad, sino también a sus poderosos aliados internacionales. Sin embargo, los rebeldes pudieron construir redes de apoyo sólidas y desarrollar capacidades militares y organizativas que, junto con una resiliencia estratégica, sentaron las bases para el éxito de 2024.
El contexto geopolítico de 2024 fue significativo para el desenlace del conflicto. Los aliados internacionales de Assad, Rusia e Irán, enfrentaban serias limitaciones debido a su implicación en otros conflictos. Rusia estaba profundamente involucrada en la guerra en Ucrania, un conflicto que consumía gran parte de sus recursos militares y económicos. Irán tenía múltiples frentes abiertos, incluyendo su participación en Gaza y el aumento de tensiones en el Líbano. Este debilitamiento dejó al régimen de Assad aislado y vulnerable, sin el respaldo externo necesario para sostenerse frente a la ofensiva rebelde. Además, la distracción de la comunidad internacional hacia otros conflictos permitió a los insurgentes actuar con relativa libertad. Aprovechando esta ventana de oportunidad, los rebeldes lanzaron una ofensiva estratégica que marcó el inicio del fin para el régimen.
En este contexto, el timing —el sentido del momento preciso para actuar— se convirtió en un factor decisivo. La insurgencia demostró una extraordinaria capacidad para identificar y explotar esta ventana de oportunidad única. La ofensiva final, lanzada el 27 de noviembre de 2024, evidenció una comprensión magistral del timing estratégico, donde cada movimiento fue ejecutado con precisión para maximizar su impacto y minimizar la capacidad de respuesta del régimen. La preparación meticulosa, la coordinación efectiva entre los grupos rebeldes y la rapidez táctica fueron claves para el éxito de la campaña. Este enfoque permitió capturar ciudades clave como Aleppo, Hama y Homs en cuestión de días, antes de culminar con la toma de Damasco el 8 de diciembre.
La campaña que llevó a la caída del régimen de Assad es un ejemplo de planificación estratégica y ejecución táctica precisa. El ataque comenzó el 27 de noviembre de 2024 con una ofensiva sorpresa liderada por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), que desestabilizó rápidamente las posiciones del régimen. El 3 de diciembre, los rebeldes tomaron Aleppo, un centro estratégico clave. Su captura marcó un punto de inflexión, permitiendo a las fuerzas insurgentes consolidar su control en el norte del país y avanzar hacia el sur. Hama cayó pocos días después, cortando las líneas de suministro del régimen y debilitando su capacidad de respuesta. Desde Hama, los insurgentes avanzaron hacia Homs, una ciudad simbólica, que también cayó bajo su control. El avance culminó con la toma de Damasco, la capital, el 8 de diciembre. La huida de Assad a Rusia marcó el derrumbe definitivo de su régimen y el inicio de una nueva era en Siria.
Este proceso será largo y complejo, pero ofrece una oportunidad única para que Siria redefina su destino y emerja como un modelo de resistencia y reconstrucción
En la fase post-Assad, Siria enfrenta enormes desafíos. Aunque su caída representa una victoria para los rebeldes, el país ahora debe emprender el difícil camino hacia la reconstrucción y la reconciliación nacional. Se espera que la ONU juegue un papel prominente en la creación de una arquitectura democrática inclusiva, aunque la organización enfrenta críticas por su desempeño ineficaz en otros conflictos, como el genocidio en Gaza y la prolongación de la guerra en Ucrania.
Para Siria, este es un momento clave para que la comunidad internacional adopte un enfoque constructivo, enfocado en el desarrollo y la estabilidad en lugar de la competencia territorial. Los desafíos inmediatos incluyen establecer un gobierno legítimo que represente a la diversidad ideológica y religiosa del país, gestionar las tensiones regionales y las demandas de los distintos grupos que participaron en la rebelión, y avanzar en un complejo proceso de reconciliación nacional.
La transformación estructural en curso exige la redefinición del contrato social sirio. Internamente, se debe garantizar el pluralismo ideológico y la toma de decisiones basadas en principios democráticos. Externamente, es fundamental preservar los elementos esenciales de la soberanía nacional, evitando la injerencia excesiva de actores extranjeros. Siria tiene la oportunidad de construir un modelo democrático que supere las pasiones ideológicas y religiosas, pero el éxito dependerá de la capacidad de sus líderes para guiar al país hacia un futuro inclusivo y estable.
La experiencia de Siria deja importantes lecciones sobre los conflictos prolongados. La paciencia estratégica y la capacidad de resistencia bajo presión son elementos clave para el éxito, y el timing puede ser decisivo en el desenlace de los conflictos. Los movimientos organizativos, incluso en la adversidad, pueden madurar con el tiempo y alcanzar sus objetivos.
Sin embargo, el verdadero desafío comienza ahora: construir un país democrático, inclusivo y estable que supere los fantasmas de la guerra. Este proceso será largo y complejo, pero ofrece una oportunidad única para que Siria redefina su destino y emerja como un modelo de resistencia y reconstrucción.
James Fernández Cardozo - PhD Análisis del Discurso