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De todas las noticias que nos llegan de EEUU tras la elección de Donald Trump —la gran mayoría verdaderamente inquietantes— hay una que, tal vez por mi matriz sindicalista, me parece especialmente preocupante. No solo por sus consecuencias sociales y el modelo de sociedad que proyecta: desregulación de los derechos laborales y sindicales.
Me refiero a la decisión, acompañada de discursos cargados de sadismo, de permitir que un algoritmo —creado por un flamante equipo de jóvenes agresivos salidos de Silicon Valley— decida el despido masivo de miles de funcionarios públicos del Estado por decisión del recién creado y cínicamente nombrado Departamento de Eficiencia Gubernamental, el DOGE.
DOGE, dirigido por Elon Musk, ha convertido la cultura empresarial en un juego de poder ególatra que se dedica a “optimizar” el Gobierno de EEUU
Este departamento, dirigido por Elon Musk, ha convertido la cultura empresarial en un juego de poder ególatra que se dedica a “optimizar” el Gobierno de EEUU. ¿Cómo? Despidiendo empleados públicos mediante un software, sin entrevistas, sin evaluaciones humanas, sin criterios transparentes. Un correo electrónico, una justificación forzada de tus tareas y, si el algoritmo no entiende tu función, estás fuera. A la calle. Despedido.
No, no se trata de una distopía sacada de una serie de Netflix, sino de una realidad que ya está en marcha. Y es importante subrayar que el problema no es el algoritmo. El problema es quién lo ha creado, quién lo utiliza y con qué fines. Son decisiones políticas, tomadas por personas concretas. En este caso por un personaje que combina la arrogancia del tecnócrata con la prepotencia del millonario iluminado: Elon Musk.
Los sindicatos están haciendo frente con todas sus fuerzas a esta política de la istración Trump con la tremenda dificultad añadida de que la ley prohíbe a los empleados federales —aunque sean víctimas de despidos arbitrarios o decisiones automatizadas como esta— hacer huelga como herramienta de presión. La Federación de Empleados del Gobierno Federal de EEUU (AFGE, por sus siglas en inglés), el sindicato más grande de trabajadores del Estado, ha desplegado una potente ofensiva legal, llevando los despidos ante los tribunales. Y ha conseguido importantes victorias.
Un juez en California ordenó a la istración Trump la reincorporación de los despedidos en seis agencias, sentenciando que el despido “se basa en una mentira”
Un juez en California ordenó a la istración Trump la reincorporación de los despedidos en seis agencias, sentenciando que el despido “se basa en una mentira” y que la Oficina de Gestión de Personal (OPM) no tenía autoridad legal para ejecutar esa orden. Otro juez en Maryland suspendió temporalmente los despidos planificados en 18 agencias, incluido el Departamento de Educación, que había anunciado la eliminación de la mitad de su personal. Esta demanda fue presentada no solo por sindicatos, sino también por dos fiscales generales estatales. En la misma línea, el Tribunal del Distrito Norte de California ordenó la reincorporación inmediata de empleados en período de prueba despedidos de los Departamentos de Asuntos de Veteranos, Agricultura, Interior, Energía, Defensa y Tesorería.
Otro efecto colateral de esta política ha sido una espectacular avalancha de nuevas afiliaciones sindicales desde enero. En una entrevista reciente a HuffPost, el presidente de la AFGE, Everett Kelley, ironizaba: “Realmente quiero enviarle un premio a Trump”.
Desde Europa cuesta imaginar hoy una situación similar. No porque aquí seamos inmunes a los ataques neoliberales, sino porque tenemos —o creemos tener— un sindicalismo con más músculo, y una cultura colectiva de resistencia todavía viva. Nos gusta pensar que si se intentara despedir a miles de empleados públicos mediante un algoritmo, la respuesta sería inmediata: escándalo democrático, presión mediática, movilización en las calles, huelgas de norte a sur y de este a oeste.
La tentación de sustituir la negociación colectiva por la dictadura algorítmica no conoce fronteras
Pero no nos equivoquemos, esto no es solo un experimento americano. Es un aviso para todos. Es una advertencia de lo que puede venir si bajamos la guardia. Hoy ocurre en Washington. Mañana puede pasar en Bruselas, en Madrid, en Berlín o en París. Porque la tentación de sustituir la negociación colectiva por la dictadura algorítmica no conoce fronteras. Porque hay políticos, empresarios y tecnócratas que sueñan con gobernar sin sindicatos, sin interlocutores, sin molestias.
Depende de nosotros y nosotras. Y ahí está la clave: la necesidad urgente de un “rearme sindical europeo”, con más afiliación y organización de los sindicatos. Porque lo que se está jugando no es solo el futuro del trabajo, es el de la democracia.