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miércoles. 28.05.2025
TRIBUNA POLÍTICA

Para alcanzar el poder las mentiras funcionan

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“Muchos norteamericanos, tarde o temprano tendrán que arrepentirse de haber votado a Trump y querrán volver al pasado, pero entonces será tarde”.


Uno aprende a guiarse mejor en la vida a partir de los errores y de las malas opciones tomadas. Ya lo dijo con razón la deslealtad del PP de Feijoo en la elección de Teresa Ribera retrasando la designación de los seis vicepresidentes de la nueva Comisión Europea, etc… Tantos desastres y tantas guerras están acabando decisivamente con el ingenuo optimismo utópico de que los avances tecnológicos nos traerían un mundo mejor. La realidad está demostrando que los seres humanos somos más impredecibles de lo que muchos creíamos; no teníamos en cuenta que las malas decisiones anteriores y la maldad de algunos líderes mundiales serían capaces de torcer el rumbo de la historia y derribar las utopías de progreso que tantas ilusiones habían suscitado: la realidad, como se dice, ha superado la ficción. Bien lo predijo nuestro Premio Nóbel en Medicina, Santiago Ramón y Cajal: “Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia”. Y subrayo lo de ignorancia porque estos tiempos, cargados de bulos y fake news, están condicionando, cuando no neutralizando, la verdad de los hechos por las mentiras interesadas. Y sabemos que las palabras pueden describir el pasado y el presente, pero, a su vez, comprometen el futuro. Esa es la razón del título de estas reflexiones: las mentiras funcionan y consiguen que, quien miente, pueda llegar hábilmente a alcanzar el poder. Es una confirmación más de la neurosis del y por el poder, como escribió Piero Rocchini.

Opinar no sólo es legítimo, es también un derecho. Todos podemos opinar, pero no todas las opiniones son igualmente aceptables. La opinión es libre, estemos o no de acuerdo con el opinante, pero la información que encierra la opinión, puede ser verdadera o falsa; la experiencia nos dice que hay opiniones que no se expresan desde la honesta sinceridad sino desde el oculto interés, la mentira, el bulo o el oportunismo. Existe la impresión de que estamos viviendo en un mundo que da vueltas sin esa rotación necesaria que marca, en permanente rutina, el paso de unas situaciones a otras y, en las presentes circunstancias, en este desconcertante vaivén, hacerse una exacta fotografía de la realidad política y social no resulta fácil: hay muchos vectores que se entrecruzan y que, a la vez, ensombrecen o difuminan el horizonte. Así lo explicaba Agustín de Hipona“Si no existe camino, ¿cómo saber dónde está la meta?” En este recorrido de incertidumbre vamos descubriendo que somos muchos los que no tenemos focalizada la diana de nuestra opinión. Si fijamos nuestra atención en el tiempo de la política, lo que fascina y a la vez perturba de la historia es ver la rapidez con la que se puede cambiar de opinión, de retroceder, de ir de más a menos, es decir, contemplar la decadencia de un tiempo histórico y de sus sistemas políticos.

Es un hecho incuestionable que Estados Unidos ha tenido un comportamiento imperialista desde el inicio de su formación como país, especialmente a lo largo de los siglos XX y XXI.

Afirmaba Noam Chomsky que la manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de un país. Quienes gobiernan o controlan los medios de comunicación y las redes sociales, intentan moldear nuestras mentes, definir nuestros gustos o implantarnos sus ideas, además de utilizar las emociones más que la reflexión. Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional y en el sentido crítico de los individuos e inducir determinados comportamientos o conductas. Estamos viendo, con cierta pasividad, cómo en elecciones de demasiados países, incluyo a Europa, pero especialmente en estos momentos, en los Estados Unidos, se privatiza el poder en beneficio de unos pocos. Ya no sorprende que se formen grupos de intereses de una clase económicamente dominante; surge así una clase privilegiada y dirigente que lucha por hacer reales sus altas expectativas de poder económico. Ellos saben que las elecciones las ganan quién tenga más dinero, y la conclusión es que los ricos pueden poner al presidente. Escasea la ética y, cuando funciona la teoría de la anomía, surge la formación de grupos desviados, que podemos definirlos simplemente porque están constituidos por individuos que tratan de obtener los beneficios que sólo a ellos interesa. De este modo, el ruido de tanta manipulación impide al ciudadano reflexionar en el silencio, mirar dentro de sí mismo, calibrar, sopesar y, finalmente, votar con conocimiento. 

En uno de sus certeros artículos, Chomsky analizaba cómo al final la concentración de la riqueza, a su vez, se concentra en los que tienen el poder. Él se refería al sueño americano. Y ese sueño le ha funcionado; lo hemos visto en las reciente elecciones en las que el discurso y lema de campaña de Trump se simplificaba así:  “Vótame y haré realidad tu sueño de vuelta”. El problema es que otra mitad del país no está de acuerdo con lo que el sueño americano de Trump representa, ni con la utilización que ha hecho de la distorsión, la destrucción, la mentira y el insulto para conseguirlo. Porque Trump cree en un sueño americano de que con él todo tendrá solución, a pesar de que sus críticos han argumentado que sólo está estafando a sus votantes, haciéndoles sentir que está luchando por ellos, logrando incluso que aumente su electorado entre los trabajadores negros e hispanos, incluidos los jóvenes, cuando su ambición sólo está en esto para sí mismo y para sus amigos ricos. El lema, con las siglas MAGA (“Make America Great Again”) se ha convertido en un movimiento ultraconservador, por el que han votado más de 74 millones de estadounidenses, cuyo eslogan estaba en boca de aquellos que precisamente, lo supieran o no, no va a hacer más grande a América sino todo lo contrario y, como consecuencia, irá destruyendo el futuro del planeta.

En sus reflexiones Chomsky muestra la importancia que tiene llegar a comprender que, para que las clases altas puedan mantener su estatus, la democracia, la verdadera democracia, es para ellos un inconveniente y nunca ha sido del agrado de los sectores privilegiados y poderosos. Y disecciona perfectamente los principios fundamentales de la concentración de esta riqueza y poder en Estados Unidos, que a efectos prácticos han secuestrado la democracia en favor de los intereses de una élite político-financiera, sumiendo a un gran porcentaje de la población en la miseria y desesperanza más absolutas. Estos son, en síntesis, los principales excesos y rasgos de la realidad americana y la estrategia por parte de una casta dominante para aferrarse al poder y a los privilegios que éste conlleva: Reducir la democracia; moldear la ideología; rediseñar la economía; disminuir los impuestos de las grandes corporaciones y aumentar los impuestos a la clase trabajadora; criticar la solidaridad; controlar la regulación; amañar las elecciones; acabar con los sindicatos y la conciencia de clase; controlar las creencias y la información; no tomar en cuenta la opinión de la sociedad para que se individualicen y renuncien a la solidaridad.

En los pocos días que nos separan de las elecciones de EE.UU. es inmensa la cantidad de artículos de opinión sobre ellas y el triunfo inesperado de Donald Trump. En todos los medios de comunicación, también en Nueva Tribuna, se han visto y leído diferentes análisis; pocos valorando positivamente el resultado y casi todos extrañados, incluso escandalizados, hasta tal punto que muchos analistas están intentando explicar las variables sociológicas que han hecho posible que un millonario histriónico, sembrador de caos y con una visión de la historia que no va más allá del negocio de la construcción, vaya a ocupar de nuevo la Casa Blanca. Se atribuye a Mahatma Gandhi la frase: “Si hay un idiota en el poder es porque quienes lo eligieron se sienten bien representados”. Desde la perspectiva de Gandhi, no resulta difícil sacar conclusiones de esta elección. Si Trump ha ganado es porque ha entroncado bien con ciertas clases populares, demonizando al enemigo; ha utilizado la mentira, el insulto con expresiones populistas, simplificando los problemas con propuestas seductoras y soluciones rápidas. “Vamos a arreglar todo lo que está mal en este país” ha afirmado, tras agradecer a los votantes que le hayan convertido en el 47º presidente de EE.UU., apareciendo ante ellos como un MESÍAS, un salvador narcisista, al afirmar que, en el atentado durante la campaña, “Dios le perdonó la vida para devolverle la grandeza a EE.UU. tras ganar las elecciones”.

La irracionalidad de la mentira no puede ser un contagio en aquellos que tienen la obligación de dar solución pronta y eficaz al dolor de tantos ciudadanos que, además de perder vidas queridas, lo han perdido todo

Sin ser augur se puede vaticinar que la vuelta de Trump a la Casa Blanca tendrá, con seguridad, estos seguros peligros: minorizar la importancia de la Unión Europea, encareciendo los productos de importación europeos con elevados aranceles, mantener el negacionismo climático, revertir las políticas del clima que buscan reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que calientan al planeta, calificando la crisis climática como “una de las grandes estafas de todos los tiempos”, cerrar la frontera en su primer día, aumentar las fronteras selladas a la inmigración, comenzar la mayor operación de deportación de ilegales en la historia del país con la expulsión de millones de migrantes, acabar con sus propios casos legales y perdonar a los acusados del asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Su extravagancia colocará estos graves temas en la agenda mundial, obligando a los políticos cuerdos a que superen su tibieza y los ataquen en su raíz. La crisis de identidad que experimentará Estados Unidos tardará muchos años en llegar a tener clara una conclusión certera: cómo millones de estadounidenses han elegido por segunda vez a un personaje de su catadura moral; un histriónico personaje que ha basado su relato en el resentimiento, el agravio, el odio, el desprecio, el insulto y la violencia y, aunque haya llegado de nuevo a la presidencia, siempre tendrá en su haber ser el primer presidente de EE.UU. condenado por 34 delitos y tres causas pendientes en los tribunales.

Desde la necesaria reflexión sobre lo que es y significa una democracia, a quienes estamos fuera de EE.UU., nos resulta muy difícil entender que un candidato presidencial como Donald Trump, que hace las cosas que hace y que dice las cosas que dice y que instigó un asalto al Capitolio para subvertir un resultado electoral en las anteriores elecciones, haya recibido de nuevo un respaldo masivo en las urnas. Si las democracias sirven para librarnos de los dictadores, cómo se explica que una democracia sólida como la americana pueda haber elegido para gobernarles un déspota delincuente.

Si ya en diciembre de 2019 The Washington Post llegó a afirmar y probar que Trump, como un estrambótico presidente, había hecho más de quince mil cuatrocientas trece afirmaciones falsas o engañosas, utilizando la estrategia de la mentira, la pregunta es obvia: ¿Por qué más de 74 millones de personas le han votado? Quienes le conocen, le han retratado como un personaje de extraña y excéntrica personalidad, ultraconservador, ultraderechista, con el poder ostentoso del dinero, cínico, populista, soberbio, machista, acosador sexual, xenófobo, mentiroso, agresivo y faltón contra las comunidades latina e islámica, polémico, políticamente incorrecto, bufón, maniqueo y reduccionista, guiado por la vieja máxima de que se hable de él, aunque sea mal, porque toda publicidad es buena ya que le beneficia. No somos pocos los que, basados en las diferencias notables entre Kamala Harris y Donald Trump, y viendo las encuestas, pensábamos que, conociendo ya su personalidad y sus ideas, no sería el candidato vencedor; su elección en los comicios de este pasado martes de noviembre ha desafiado las reglas más básicas de la inteligencia y ética políticas, pero teniendo en cuenta el sentir de la economía, viendo su ostentosa riqueza y la de los principales donantes multimillonarios del grupo que le acompañaba y apoyaba, tuvieron más en cuenta el sentir de que la economía podría ir mejor con él. Supo seducir al electorado con su promesa de hacer que la economía de EE.UU. volviera a crecer al ritmo de décadas pasadas. 

Si el éxito de un político consiste en intentar identificarse con los que más le pueden votar, hay que reconocer que Trump lo ha sabido hacer; sabe que tiene un público fiel hasta poder afirmar impúdicamente, sin que le pase factura, lo que ya dijo durante un mitin de campaña en las anteriores elecciones en Iowa: "Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos". ¡Qué contradicción!: los que le criticamos lo vemos como un peligro para la democracia, mientras que sus seguidores le consideran “un mesías” apoyándolo hasta las últimas consecuencias. Prometió que si volvía a la Casa Blanca pondrá fin a la guerra de Ucrania en 24 horas y que pondría fin inmediato a la guerra en Gaza…, y sus votantes parecen haberle creído.

Pero no es una novedad que Trump tenga una relación distante con los hechos y la verdad; ningún político moderno ha construido una presidencia sobre falsedades y mentiras tan escandalosas como él y como ya he mantenido más arriba, justificando el título de estas reflexiones, las mentiras funcionan y consiguen que, quien miente, pueda llegar hábilmente a alcanzar el poder. Pero Trump comercia con falsedades y mentiras, no sólo porque sabe que le benefician sino porque posee una patología endémica y fanfarrona, desafiando las reglas de la ética política y democrática y porque le ha guiado y apoyado Roger Stone, una de las figuras clave en sus campañas, que ha colapsado los tabloides neoyorquinos al descubrir, desde los años 80, que, cuanto mayor es la falsedad, más difícil es desestimarla. Las semillas del engaño florecieron ya, en una ofensiva de desinformación, diseñada para encubrir los fracasos de liderazgo de Trump durante la pandemia de covid-19, dirigida por quien fue entonces el secretario de Prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, que se opuso a la realidad de los hechos como instrumento eficaz para mantener el poder político de su presidente.Las mentiras de Trump son excepcionales por su implacabilidad y repetitividad, una avalancha interminable de errores, capaz de neutralizar a los mejores verificadores de hechos y que los seguirá repitiendo sin importarle cuántas veces le sean refutados, y esta capacidad trumpista para la mentira, para sus partidarios no es un error, sino una de las claves de oro de su atractivo y un factor multiplicador de su poder.

Trump retornará el 20 de enero como el 47º presidente a la Casa Blanca para un segundo mandato. Forzando las costuras institucionales de la democracia estadounidense para sacar adelante sus polémicos nombramientos, ha comenzado ya a anunciar el posible nombramiento de puestos clave para su istración. Necesita para ello la complicidad del Congreso, donde los republicanos tienen mayoría en ambas cámaras. Analizando el perfil de tales personajes se puede ir prediciendo cómo será su gestión presidencial.

Susie Wiles, la primera mujer jefa de gabinete de la historia de EE.UU., un cargo de gran influencia que hace de guardián y puerta de al presidente. Stephen Miller volverá como jefe de Gabinete adjunto para un segundo mandato en el que, según el propio Trump, llevará a cabo la mayor deportación masiva en la historia de Estados Unidos. Lee Zeldin, un negador del cambio climático, será elegido para dirigir la Agencia de Protección Medioambiental. Tom Homan, el zar de las fronteras, se encargará de la prometida deportación masiva de migrantes sin papeles, y como él mismo ha dicho, “dirigirá la mayor fuerza de deportación que este país haya visto jamás”. Elise Stefanik, futura embajadora ante la ONU, y mujer que ha calificado todas las manifestaciones contra la guerra de Gaza de “antisemitas”. Marco Rubio, senador hispano, de retórica racista, posible secretario de Estado. Trump quiere a Elon Musk, el excéntrico multimillonario tecnológico, dentro de su istración, desempeñando algún tipo de función que no ha concretado. Doug Burgum, aunque el cargo y sus competencias aún no se han concretado, está siendo considerado para el cargo de zar de la energía, con el fin de encargarse de hacer retroceder la normativa medioambiental. Mike Pompeo, su nombre suena para el cargo de secretario de Defensa, firme partidario de Israel y enemigo acérrimo de Irán. Robert F. Kennedy Jr., hijo del asesinado Bobby Kennedy y sobrino de JFK, tránsfuga político, terraplanista y declarado “antivacunas”, al que Trump le permitirá “hacer lo que quiera” como secretario de Salud. Su posible nombramiento ha indignado a la comunidad científica de EE.UU. Richard Grenell, excolaborador del canal derechista Fox News, un amigo cercano de Marruecos y uno de los artífices del reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sahara. Tom Cotton candidato con posibilidades para la vicepresidencia osecretario de Defensa. En “Manden al Ejército”, un artículo en The New York Times, calificaba las protestas del movimiento Black Lives Matter (“Las vidas de los negros son importantes”) como una rebelión, pidiendo que el Gobierno desplegara a los militares contra los manifestantes. Ben Carson, posible secretario de Vivienda y de Desarrollo Urbano, defensor de la prohibición nacional del aborto al compararlo con la esclavitud. Robert Lighthizer, firme partidario de los aranceles y uno de los personajes principales en la guerra comercial de Trump contra China. 

Es un hecho incuestionable que Estados Unidos ha tenido un comportamiento imperialista desde el inicio de su formación como país, especialmente a lo largo de los siglos XX y XXI. Con estas premisas sobre el nuevo presidente estadounidense y su posible gobierno, la incertidumbre política internacional y la importancia que la presidencia de los EE.UU. tiene para el orden mundial, es preocupante cómo será la forma en que vaya a emplear el poder que ejerce y más, en un escenario convulso e incierto como es el de las relaciones internacionales actuales, pues carecemos de propuestas y estrategias que nos ayuden a encontrar sentido y orientación sobre su devenir. 

Los retos a los que se enfrenta esta desquiciada nueva presidencia estadunidense trumpista son los de un modelo de gobierno con más tensiones diplomáticas, mayor inequidad económica y polarización social, debilitamiento de la coordinación multilateral, fuertes problemas ambientales y nuevas formas de malestar político en el mundo. Se requerirá, por tanto, de la acción decisiva de Naciones Unidas y de los gobiernos mundiales con mayor capacidad de acción para ejercer un liderazgo coordinado y legítimo, que produzca equilibrio y garantice un mínimo de estabilidad y seguridad globales. El escenario es complejo y no está exento de conflictos. Por la experiencia pasada, la presidencia del desequilibrado Donal Trump hace difícil que podamos confiar en un escenario futuro no conflictivo.

Aunque en justicia solidaria sería un tema a tratar con más tiempo y relato, no quiero terminar estas reflexiones sobre la mentira y el poder, sin hacer referencia al tema español que nos preocupa, y mucho, en estos momentos, en los que por la catástrofe de la “dana”, son muchos los que han sentido abandono por parte del Estado, ya regional ya central. La irracionalidad de la mentira no puede ser un contagio en aquellos que tienen la obligación de dar solución pronta y eficaz al dolor de tantos ciudadanos que, además de perder vidas queridas, lo han perdido todo. Decía Abraham Lincoln que Tiene el derecho a criticar quien tiene un corazón para ayudar.” Y en estos momentos no es la crítica lo que ayuda, sino la ayuda solidaria. Lo que no podemos perder es la solidaridad eficaz de todos los españoles, sobre todo, la de aquellos que, habiendo conseguido el poder, por mantenerse en él, son capaces de utilizar la mentira.

Para alcanzar el poder las mentiras funcionan