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James Fernández Cardozo
El populismo es una actividad manipuladora de naturaleza principalmente política que se sostiene discursivamente mediante una confrontación esencial entre el pueblo, al que se le atribuyen valores fundamentales como la humildad y una identidad especial, y una élite, a la que se le califica directamente de corrupta y egoísta. Esta élite puede ser calificada como económica, política, mediática o intelectual.
Es importante precisar qué se entiende por 'pueblo' en el discurso populista. Este término, deliberadamente ambiguo, puede referirse a la mayoría numérica, a un grupo social específico con el que el líder busca identificarse, o a una construcción idealizada de la identidad nacional. Esta ambigüedad permite al populista adaptar su discurso a diferentes audiencias y situaciones concretas.
El fundamento del populismo radica en una promesa esencial: la de restaurar el poder y los derechos al pueblo de manera rápida y directa
El populismo es un fenómeno que puede ser impulsado por agentes de derecha, izquierda o incluso del centro. Y es precisamente lo que el populismo oculta: su raíz ideológica radical orientada a la manipulación. El populismo de derecha suele centrarse en temas como la inmigración, la seguridad nacional y los valores tradicionales, mientras que el populismo de izquierda enfatiza la desigualdad económica, la justicia social y los derechos de los trabajadores. El populismo de centro, por su parte, puede combinar elementos de ambos, adaptándose a las circunstancias políticas del momento.
Un ejemplo emblemático del populismo de derecha es el que agencia Donald Trump en Estados Unidos, con su retórica antiinmigración y su énfasis en la seguridad nacional; lo fue también Jair Bolsonaro en Brasil, con su discurso conservador y su defensa de los valores tradicionales; o el partido Vox en España, con su enfoque en la unidad nacional y la oposición al separatismo.
El fundamento del populismo radica en una promesa esencial: la de restaurar el poder y los derechos al pueblo de manera rápida y directa, en respuesta a la presunta lentitud, inercia o perversión de las instituciones. Sin embargo, en el fondo, el populista usualmente busca obtener o mantener el poder político.
El populismo es un fenómeno que puede ser impulsado por agentes de derecha, izquierda o incluso del centro. Y es precisamente lo que el populismo oculta: su raíz ideológica radical orientada a la manipulación
Los métodos del populismo son de naturaleza discursiva y pragmática. Desde el punto de vista discursivo, el populista construye una imagen de sí mismo a través de su carisma y de una intolerancia constante hacia la crítica. Se presenta como capaz de resolver rápidamente los problemas y como cercano y afín al pueblo.
Constantemente el populista simplifica las soluciones a los problemas complejos de la sociedad, utilizando un lenguaje sencillo y directo, ajeno a los tecnicismos propios de la economía, la política o la sociedad. Un ejemplo de esta simplificación es el uso de eslóganes como “¡Hagamos al país grande de nuevo!” o “¡El pueblo primero!”, que apelan a las emociones sin ofrecer soluciones concretas a los problemas complejos.
La dimensión principal del discurso populista es pasional, emotiva, movilizando sentimientos de miedo, indignación o esperanza en la sociedad a la que se dirigen. Mantienen una confrontación constante con lo que ellos identifican como élites, y frecuentemente emplean la desinformación como estrategia discursiva de manipulación.
Las actividades pragmáticas que ejecutan los populistas incluyen la realización de mítines y manifestaciones que les permiten presentarse como cercanos al pueblo. También utilizan mecanismos de aprobación directa, como encuestas, referendos y consultas. El texto jurídico puede convertirse en materia prima para la manipulación populista, utilizándolo selectivamente para justificar sus acciones y deslegitimar a sus oponentes.
Un ejemplo emblemático del populismo de derecha es el que agencia Donald Trump en Estados Unidos; lo fue también Jair Bolsonaro en Brasil; o Vox en España
El populismo ha evolucionado a lo largo del tiempo y las dinámicas contemporáneas lo han transformado hacia la expansión y universalización. En la actualidad los movimientos populistas hacen uso frecuente de soportes tecnológicos como el Big Data, la inteligencia artificial y la analítica web, que encuentran irrigación en plataformas tecnológicas, especialmente redes sociales, a través de las cuales difunden contenidos que generalmente carecen de una edición rigurosa y en ellas frecuentemente promueven noticias falsas.
Las redes sociales, en particular, permiten a los populistas crear 'cámaras de eco' donde sus seguidores solo reciben información que confirma sus creencias, lo que dificulta el debate y la confrontación de ideas. Además, la facilidad para difundir noticias falsas y la capacidad de micro segmentar al electorado con mensajes personalizados amplifican el poder de manipulación del populismo digital.
El populismo tiene efectos negativos sobre el concepto de soberanía, erosionándola. En primer lugar, los populistas construyen una visión homogénea del pueblo, excluyendo la pluralidad nacional y el pluralismo del pensamiento, al presentarse como auténticos representantes del pueblo. En segundo lugar, esta visión excluyente deslegitima a los grupos opositores, las minorías y los sectores críticos, a quienes acusan de representar los intereses de las élites, restringiendo así el debate democrático. En tercer lugar, la participación política se reduce a la decisión o lealtad al líder, lo que limita las posibilidades de las instituciones democráticas para la toma de decisiones, un aspecto esencial de la soberanía.
Los populistas también perjudican la democracia al buscar concentrar el poder en sus manos, afectando el principio de pesos y contrapesos en el poder público. Acusan de manera constante a las instituciones democráticas de ser corruptas o egoístas y distorsionan los mecanismos de participación, utilizándolos frecuentemente para sus intereses personales. Además, atacan la libertad de prensa, acusándola de estar sesgada y al servicio de las élites.
Este debilitamiento institucional tiene consecuencias negativas en diversas áreas. En primer lugar, en la independencia judicial, porque los líderes populistas suelen atacar la independencia del poder judicial, viéndolo como un obstáculo para sus planes. Buscan controlar o influir en las decisiones judiciales, nombrando jueces afines o presionando a los tribunales. En lo económico las políticas populistas, a menudo basadas en promesas irrealizables y en un desprecio por las restricciones fiscales, pueden generar inestabilidad económica. El enfoque nacionalista y aislacionista de muchos líderes populistas puede deteriorar las relaciones internacionales. El rechazo a la cooperación multilateral, la imposición de barreras comerciales y la retórica agresiva hacia otros países pueden generar tensiones diplomáticas y conflictos. El gobierno de Donald Trump en Estados Unidos, con su política de "America First" y su salida de acuerdos internacionales, es un ejemplo de cómo el populismo puede afectar las relaciones internacionales.
El populismo de derecha suele centrarse en temas como la inmigración, la seguridad nacional y los valores tradicionales, mientras que el populismo de izquierda enfatiza la desigualdad económica, la justicia social y los derechos de los trabajadores
Uno de los grandes problemas que el populismo plantea a la democracia es la polarización constante entre dos bandos: un pueblo puro y manipulado, frente a una élite corrupta y egoísta. Esta polarización reduce el debate democrático, dificultando la búsqueda de consensos y soluciones efectivas a los problemas sociales. Si bien es cierto que el populismo presenta serios riesgos para la democracia, algunos autores reconocen su potencial para canalizar el descontento social y para dar voz a sectores marginados que se sienten ignorados por las élites políticas. También se argumenta que el populismo puede actuar como un mecanismo de crítica a sistemas políticos percibidos como corruptos o ineficientes.
El populismo es un fenómeno complejo y multifacético. Aunque su capacidad para movilizar a sectores de la población y para desafiar a las élites establecidas puede ser positiva en ciertos momentos de la historia, su tendencia a la manipulación, la polarización y la erosión de las instituciones democráticas representa una seria amenaza para la estabilidad política y social.
Cunde en el mundo la tentación populista, ¿seremos capaces de resistirla?
James Fernández Cardozo | Doctor en Filosofía