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En el libro "Igualdad. Cómo las sociedades más igualitarias mejoran el bienestar colectivo" Richard Wilkinson y Kate Pickett, señalan que hoy no sorprenden que individuos con un trastorno de personalidad caracterizado por la mentira, la manipulación, el engaño, el egocentrismo y la crueldad estén al frente de las grandes empresas. Los psicólogos Paul Babiak y Robert Hare definen a estos individuos como «serpientes con traje y corbata», y han estudiado cómo estas personalidades psicopáticas han medrado a expensas de otros en el mundo competitivo empresarial.
Con una mayor desigualdad no solo aumentan las tendencias psicopáticas en más personas, sino que crea un entorno de competencia brutal, en el que tales tendencias se consideran irables o valiosas y la competencia mejor que la colaboración. Que los puestos más altos en el mundo de los negocios los ocupen personas con tendencias psicopáticas ha interesado a los psicólogos y la opinión pública. El periodista Jon Ronson en su libro ¿Es usted un psicópata?, del 2011, describe cómo aprendió a detectar a los psicópatas con la Lista de Control de la Psicopatía de Robert Hare.
Ronson describe una reunión con Al Dunlap, ex director general de Sunbean-Oster, una empresa estadounidense de electrodomésticos. Este se hizo famoso en reflotar negocios y en recortar plantillas. Lo llamaban Al Motosierra y Rambo con Corbata por su dureza. Accedió a someterse al test de la Lista de Control de la Psicopatía, y estuvo de acuerdo en que muchas características del test lo definían, pero para él eran positivas. Afirmó que se consideraba «muy encantador». Para él muchos de los rasgos psicopáticos eran muestra de un liderazgo positivo. «Un afecto superficial te evita sentir emociones absurdas. La carencia de remordimientos te permite conseguir grandes metas. Contar con quien disfruta despidiendo es un gran regalo para una empresa». Llevó a cabo despidos masivos de muchas empresas, muy bien acogidos por los accionistas, pero con mucho sufrimiento humano. Y luego la empresa sufrió las consecuencias de su gran autoestima, ya que al haber falseado la contabilidad para engañar a los accionistas tuvo que cerrar. Este auténtico delincuente se puede conocer en Wikipedia.
¿Dunlap es una excepción entre los ejecutivos de las grandes empresas? Las psicólogas Belinda Board y Katarina Frizon han comparado los rasgos de personalidad de 39 ejecutivos de empresa, todos hombres, con una muestra de 768 pacientes del hospital de alta seguridad de Brooor, todos ellos diagnosticados con enfermedad mental o trastorno psicopático. Los ejecutivos presentaban puntuaciones más altas que estos pacientes, en varios rasgos negativos, como histrionismo (encanto superficial, falsedad, egocentrismo, y manipulación), narcisismo (grandiosidad, falta de empatía, explotación, independencia), y compulsión (perfeccionismo, obsesión por el trabajo, rigidez, obcecación y tendencias dictatoriales).
Babiak y Hare describen el clima empresarial iniciado en Estado Unidos a fines de la década de 1970, un momento de fusiones, recortes de plantilla, innovación. Se perdió entonces la lealtad a la empresa y el contrato social entre empresario y trabajador, entre empresa y sociedad. Este cambio hay que vincularlo con la implantación neoliberal. La fe en el individualismo y en libre mercado señaló el inicio de la ampliación de la brecha salarial. Las grandes empresas actuales se parecen a los individuos narcisistas y psicópatas, a los que contratan a menudo, tal como reflejó la película documental de 2003 Corporaciones. ¿Instituciones o psicópatas? Y tras la crisis financiera de 2007-2008, Four Horsemen o Inside Job, donde se muestran el daño causado a millones de personas por las prácticas de riesgo y el comportamiento socialmente irresponsable y delincuente de algunas empresas.
¿Esos ejecutivos psicópatas conocen la decencia o la fraternidad por los demás, a quienes han esquilmado?
¿Esos ejecutivos psicópatas conocen la decencia o la fraternidad por los demás, a quienes han esquilmado? La respuesta es contundente y trágica. No. Están convencidos que todo lo que cobran, vía sueldos, bonos o tarjetas black, se lo merecen por sus grandes dotes. Quienes aterrizan en la cima, en una sociedad desigual, quieren creer que su éxito tiene una justificación moral, y advierte que cuanto más los seres se conciben como hechos a sí mismos y autosuficientes, más cuesta preocuparse por el bien común.
En este mundo desigual, pueden corregirse las actuaciones de las empresas y de sus ejecutivos. Priorizando el contrato social por delante de los intereses de los accionistas a través de una democracia económica. La participación de los trabajadores en los beneficios, sindicatos fuertes y una adecuada representación de los trabajadores en la empresa pueden frenar los salarios desmesurados y la cultura de los bonos; y los excesos y la crueldad de los ejecutivos narcisistas y psicópatas, limitando su libertad para manipular, extorsionar y asumir riesgos excesivos y obligándoles a responder de sus errores. Los líderes empresariales empáticos con sus trabajadores pueden alcanzar una buena posición social combinando estrategias de dominio positivas y un trato cálido hacia los demás. Pueden usar sus habilidades y experiencia para construir alianzas y cooperación; demostrar un verdadero liderazgo mediante la persuasión y la concienciación; inspirar, en lugar de intimidar; y enorgullecerse de crear y hacer crecer empresas que sirvan a la gente y a la sociedad, en lugar de saquearlas.
Un paradigma de este tipo de empresario, auténtico psicópata, es Elon Musk. Merece la pena fijarnos en la visión de Musk que nos muestra Diego Iglesias en su artículo ¡Viva la libertad de excreción, carajo! “Musk tras comprar X, entonces conocida como Twitter, por 44.000 millones de dólares en 2022 , prometiendo convertirla en una plaza pública, lo primero que hizo fue despedir al personal encargado de la moderación de contenidos de la red. Además, la autoregulación se volvió mucho más laxa. Hoy es poco probable que te suspendan o te cierren la cuenta si atacas a alguien. Es decir, inclinó la cancha todavía más en favor de los s más desaforados. Antes de adquirir X, Musk declaró que su compra tenía un objetivo central: terminar con el “wokismo”, lo que nosotros conocemos como progresismo. ¿Por qué? Porque culpa al “wokismo” de la decisión que tomó su hija Vivian Wilson, quien cambió de género a los 18 años. “Mi hijo (sic) fue asesinado por el virus woke mind”, declaró en una entrevista al medio conservador Daily Wire. El tipo más rico del planeta, cegado por el odio, compró una plataforma para destruir a los que no piensan como él. De ahí la sintonía con Milei, Trump y Bolsonaro y la jauría digital libertaria tienen con Elon Musk. Si la red ya era un lugar donde siempre preponderaron las emociones negativas, ahora las agentes del caos tienen todo a su favor. X no es un campo que no tenga normas, sin límites. Tiene autorregulación, la que establece Musk, que se orienta no por valores éticos sino por una racionalidad económica, instrumental del cálculo en la maximización de las ganancias. En ese sentido, las sociedades polarizadas le rinden. Por eso fomenta ese enfrentamiento con el algoritmo de X. Pero además acá hay algo novedoso y es que él mismo se suma a la discusión política tomando una posición radicalizada. Hace política desnudo, muestra lo que piensa. No hay máscara”.
Sin ningún tipo de dudas Trump es un auténtico psicópata
Sin ningún tipo de dudas Trump es un auténtico psicópata. Según Naomi Klein en su libro Decir NO no basta. Contra las nuevas políticas del shock por el mundo que queremos, el dominio de Trump del género del espectáculo televisivo, fue clave para la construcción de su imperio empresarial y su llegada a la Casa Blanca. Aplicó y las seguirá aplicando, las mismas habilidades que mostró en un programa televisivo The Aprentice, la creencia de cortar, montar y tergiversar la realidad para encajarla en un guión con el objetivo de magnificar su figura para transformar los Estados Unidos y todo el mundo. Estremece el desprecio a la ética mostrado en ese programa, cuyo tema explícito era la carrera por la supervivencia en esta jungla del capitalismo actual. El primer episodio se iniciaba con un plano de un sin techo durmiendo en la calle; es decir, un perdedor. A continuación aparecía Trump en una limusina, todo un símbolo del ganador por excelencia. No había la menor ambigüedad en el mensaje: puedes ser el tío tirado en la acera o Trump. A eso se reducía el sádico drama del programa: juega tus cartas bien y sé el ganador afortunado o el humillado que después de abroncarte tu jefe te despide sin contemplaciones. Era toda una cultura: tras décadas de despidos colectivos, implantación de la precariedad y de degradación de las condiciones de vida, Mark Burnett, el productor del programa, y Trump daban el golpe de gracia: la conversión del despido en un entretenimiento para el público. El programa divulgaba el triunfo del libre mercado, instando al público a ser egoísta e implacable, y así, serían héroes, de los que crean puestos de trabajo y potencian el crecimiento. No seas buena persona, sé un cabronazo. En temporadas posteriores, la crueldad del programa se incrementaba. El equipo ganador vivía en una lujosa mansión, sorbiendo champán en tumbonas en una piscina, y llevado en limusina a conocer a famosos. Al perdedor lo expulsaban a unas tiendas de campaña en el patio trasero, el «camping de Trump». Este los llamaba «los pelaos», viviendo sin luz, comiendo en platos de cartón, durmiendo con aullidos de perros de fondo y espiando a través de un seto las maravillas de los «montaos».
Lo grave es que algunas de estas serpientes con traje y corbata, auténticos psicópatas precisamente por eso, saltan de la empresa a la política, como Trump. Corregirlo muy fácil. No votarles. Muy grave tiene que estar la sociedad norteamericana para votar a Trump. Algunos datos de estas patologías. Es una sociedad desquiciada o desesperada., ya que 70 millones votan a un auténtico delincuente. Un auténtico psicópata por ello tanta empatía con Elon Tusk. Estados Unidos es una sociedad enferma. Lo corroboran algunos datos extraídos del artículo "El sueño americano ya no existe" de Enzo Girardi en la Revista "Anfibia" de la UNSAM (Universidad Nacional de San Martín) , de la República de Argentina.
En un país donde más de 40 millones de personas poseen armas de fuego o tienen fácil a ellas, alrededor del 10% de los adultos, 26 millones de estadounidenses, apoyan el uso de la fuerza para impedir que Donald Trump llegue a la presidencia. Otro 7%, 18 millones, están de acuerdo en usarla para restaurar al candidato republicano en el liderazgo del país. De un lado y del otro, alrededor del 20% de los ciudadanos, unos 48 millones, creen en el uso de la violencia para definir quién será el próximo presidente. Robert Pape, profesor en la Universidad de Chicago, explica que los votantes sienten que ya no pueden influir en el cambio político a través de las urnas y empiezan a buscar desesperadamente otras formas de provocar transformaciones.
Resulta un auténtico sarcasmo seguir calificando al sistema político estadounidense de una democracia, es una plutocracia
Unos mil multimillonarios controlan el gobierno, los partidos Demócrata y Republicano y las principales corporaciones. Eso les da la suficiente capacidad de lobby como para evitar que el Congreso apruebe leyes que afecten sus intereses y privilegios. Por ello, resulta un auténtico sarcasmo seguir calificando al sistema político estadounidense de una democracia, es una plutocracia. Como señala Marco d´Eramo en su libro Dominio. La guerra invisible de los poderosos contra los súbditos, se ha producido el control empresarial del Estado, concebido como una empresa de rango superior al resto de las empresas. Hay una política de mercado y un mercado de política. En el sentido de que los candidatos han de ser comprados (por parte de los intereses que quieren representar) y han de venderse (a los votantes, que deben ser animados a votar por ellos). Esta dinámica eleva los costes de representación. En 1976, el coste medio para obtener un escaño en el Senado era de 609.000 dólares, en 2016 fue de 19,4 millones de dólares. El coste total de las campañas resulta mucho más elevado, puesto que también los candidatos derrotados incurren en muchos gastos. Así, para las elecciones de 2016, los candidatos a la Cámara recaudaron mil millones de dólares, los del Senado 640 millones, los de la presidencia 1.500 millones. Estas cifras se refieren sólo a las elecciones a nivel federal no las de los estados, las de los condados o las municipales. Por lo tanto, en 2018 (año en el que no hubo elecciones presidenciales) los candidatos a todos los cargos recaudaron un total de 10.800 millones de dólares.
Cada 14 meses mueren más estadounidenses por consumir fentanilo que en todas las guerras del país juntas desde 1945. Casi 32 millones de personas, el 11,7 % de la población, consumen drogas de manera activa.
Los suicidios aumentaron constantemente desde principios de este siglo y según datos oficiales, en 2022 se alcanzó la cifra histórica más alta cuando, se estima, unas 49.500 personas se quitaron la vida.
Según Paul Krugman la economía estadounidense pasó en apenas tres décadas de tener la clase media más dinámica del mundo al estancamiento, primero, y la polarización social después, con tendencia a convertirse en una nación de ricos y pobres socialmente antagónicos. El sostenido debilitamiento de las clases medias impacta sobre la integridad de la nación como proyecto colectivo, porque son estas las que, a partir de su imperio, establecen y legitiman las coordenadas del proyecto común. Su agotamiento como estamento social núcleo, como centro, desencadena lógicas centrífugas que agrietan los fundamentos mismos de la idea de comunidad. Estados Unidos se esta resquebrajando a nivel interno. Desaparece el proyecto colectivo como unidad de destino. Es un Estado imperial en proceso de convertirse en una nación fallida.