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domingo. 25.05.2025
ANÁLISIS ECONÓMICO

La bomba arancelaria de Trump contra el mundo

La UE y los gobiernos de los Estados en los que las fuerzas democráticas y progresistas jueguen un papel significativo, están llamados a jugar un papel protagonista en esta historia.

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Los límites nunca están claros en el caso de Trump. Hace una semana, el pasado 2 de abril, el presidente de EEUU aprobó construir una gran muralla defensiva de altos aranceles frente al resto del mundo, con las únicas excepciones de Israel y Rusia. Y ayer, 9 de abril, el día previsto para su aplicación efectiva, tuvo que echar marcha atrás unas horas después de su entrada en vigor para impedir que el pánico y el caos se apoderaran de las bolsas mundiales y arrastraran con ellas a la economía de EEUU. 

La bomba arancelaria lanzada por el presidente de EEUU contra el resto del mundo fue una declaración de guerra comercial, pero también un chantaje destinado a marcar el terreno de juego de las negociaciones sobre los aranceles impuestos. Con la propina de un show televisivo que permite a Trump escenificar su poder como emperador del mundo. 

Tendrán éxito las propuestas que acierten a sumar el máximo de fuerzas democráticas en una alternativa que defienda la estabilidad, la cooperación y un orden mundial

Hasta nueva orden, que Trump podría dar en cualquier momento, se establece una pausa de 90 días para aplicar los derechos arancelarios previstos, excepto en el caso de China, país contra el que Trump quiere concentrar todo su poder de coacción para que sirva de escarmiento y el resto de países se apresuren a hacer concesiones. China es el auténtico rival y el verdadero objetivo de Trump. Por eso incrementa la tasa arancelaria que impone a China hasta el 125% y ordena que se aplique de inmediato. Pero el Imperio del Centro tiene muchos recursos y herramientas para responder en el campo de juego de los aranceles y en otros muchos terrenos en los que puede hacer mucho más daño a EEUU. China no se va a doblegar fácilmente. 

En lugar de los aranceles previstos, Trump establece una nueva tasa general del 10% y mantiene los aranceles específicos del 25% para el acero y el aluminio o los vehículos. 

Resulta difícil descifrar la lógica de las decisiones de Trump que pretenden empobrecer al resto del mundo. Los rocambolescos giros de guion de esta historia están provocando un gran desorden económico mundial que paraliza la inversión, una nueva dislocación de las cadenas globales de suministro y un conflicto comercial que puede llevar la economía mundial, incluida la estadounidense, al desastre. 

Los riesgos son muy graves. La guerra arancelaria de Trump pondrá en peligro millones de empleos, además de reducir el poder adquisitivo, el bienestar y la tranquilidad de muchos millones de personas más en todo el mundo, también en EEUU. Más aún cuando Trump dispara artillería arancelaria de grueso calibre contra rivales sistémicos que pugnan por la hegemonía global (China) o por un dominio limitado a sus respectivas zonas de interés e influencia (los BRICS, aunque Rusia se salva por ahora de la subida arancelaria, al igual que Israel) y contra países que son o han sido en las últimas décadas los más importantes socios comerciales y políticos de EEUU (el mercado estadounidense para salir de la pobreza extrema.

La bomba arancelaria que Trump ha lanzado contra el mundo tiene más posibilidades de dañar de forma grave y duradera al conjunto de la economía mundial, incluyendo a la economía estadounidense, que exclusivamente a sus grandes rivales, China y la UE

La situación de estos últimos países en desarrollo o anclados en el subdesarrollo se verá agravada en los próximos meses por la suspensión de la mayor parte de la ayuda oficial al desarrollo que prestaba EEUU y el cierre temporal de su agencia de cooperación al desarrollo (USAID). Recortes a los que se han sumado varios países europeos. Pronto se empezarán a ver las consecuencias de esa reducción de la ayuda oficial al desarrollo en países más pobres y empobrecidos, en forma de desnutrición infantil, hambrunas, desatención sanitaria, desestabilización política, conflictos violentos y desplazamientos de millones de familias desesperadas.

Trump justifica su guerra arancelaria con el inmenso déficit comercial que presenta EEUU en el intercambio de bienes, que alcanzó el año pasado 1,2 billones de dólares. Que el valor de los bienes importados por EEUU sea tan superior al de los bienes que exporta es presentado por Trump como la prueba innegable de que la economía de EEUU y sus trabajadores están siendo saqueados. 

La cosa es mucho más compleja, pero ese déficit comercial y la simpleza interesada con la que se examinan sus entrañas y sus causas son la coartada que utiliza Trump para afirmar que el libre comercio ha fracasado y hay que enterrarlo, porque ya no interesa a EEUU o beneficia más a otros países. El nuevo orden mundial que Trump pretende construir tendrá que respetar, por encima de la globalización liberal y el libre comercio, los intereses y la hegemonía mundial de EEUU. Esa es la misión de Trump y va a ejercer todo el poder de coacción del que dispone para conseguirlo. 

Esa voluntad de conquistar una hegemonía mundial incontestable es la que llevó a Trump a pensar que los aranceles son su piedra filosofal y la palabra más hermosa del diccionario. Una respuesta simple para el complejo problema de la relativa decadencia de EEUU, que tiene múltiples manifestaciones y causas y que podría abordarse con otras políticas económicas de forma más eficaz, con menores costes y sin generar tantos riesgos e incertidumbre. Pero, ¿para qué va a preocuparse Trump de las vicisitudes que ofrece la larga historia de la utilización de las barreras arancelarias por parte de EEUU y demás grandes potencias capitalistas y de su progresivo abandono por otras políticas económicas más eficientes?

Que el éxito del proyecto trumpista sea poco probable no significa que sea imposible o esté condenado de antemano al fracaso

¿Para qué tener en cuenta las enseñanzas de la teoría económica sobre los beneficios que pueden ofrecer el libre comercio, la división internacional del trabajo o la especialización productiva basada en las ventajas comparativas a todos los países que midan razonablemente su grado participación en los procesos de apertura comercial? 

¿Para qué evaluar los riesgos que genera la subida arancelaria si cree que puede ganar esta guerra relámpago, porque la mayoría de los países no asumirán los riesgos de escalar el conflicto y se acomodarán a la nueva barrera proteccionista?

Trump ha llegado a la conclusión de que su momento es ahora, cuando EEUU aún conserva buena parte de su hegemonía militar y tecnológica y las grandes ventajas que le ofrece el dólar, que sigue siendo la principal moneda mundial de reserva y domina las transacciones comerciales y financieras internacionales. 

Además, el alineamiento de la istración Trump con las pretensiones y justificaciones del régimen ruso en su guerra de agresión a Ucrania fortalece la posición del Putin e introduce en la UE un potente factor de intimidación y presión que dificulta una reflexión comunitaria sosegada sobre la respuesta adecuada y la adopción de una acción política común que aumente la autonomía estratégica de la UE en materia de seguridad y defensa. Y al ratificar su apoyo incondicional al genocida gobierno Netanyahu en su salvaje agresión a Gaza, Trump utiliza esas guerras como arietes contra el orden mundial liberal con reglas e instituciones multilaterales que ha estado vigente en los últimos 80 años. A partir de ese desprecio al derecho internacional y de la impunidad con la que Netanyahu y Putin ignoran los requerimientos de los tribunales internacionales que velan por el cumplimiento del derecho humanitario todo es posible y todo vale. Situado ya en el mundo de después y rumbo a lo desconocido, es el momento de Trump.

La revolución de Trump parece haber hecho suya una idea de Mao: hay un gran desorden bajo el cielo y la situación es excelente. Y en dirección opuesta, el régimen chino utiliza un viejo discurso de Reagan contra los aranceles y en defensa del libre comercio. 

Objetivos y posibilidades de éxito del proteccionismo de Trump 

¿Qué objetivos económicos pretenden Trump y sus irresponsables asesores económicos levantando un muro arancelario para la protección de la economía estadounidense? 

En primer lugar, impulsar un proceso de reindustrialización por la vía de la relocalización en EEUU de empresas previamente deslocalizadas y atraer nueva inversión extranjera directa que desee esquivar los aranceles y la pérdida de competitividad que ocasionan a las empresas que exportan a EEUU. De esta forma tan simple pretende Trump hacer desaparecer el enorme déficit comercial de bienes. Y nada dice del superávit que logra EEUU en el intercambio de servicios (278.000 millones de dólares) ni de los grandes beneficios que logran las empresas estadounidenses en el extranjero (estimados en más de 600.000 millones de dólares). Este es el talón de Aquiles al que deben apuntar prioritariamente las medidas de retorsión que adopte la UE si la negociación con EEUU para reducir los aranceles no llega a buen puerto. 

En segundo lugar, llenar sus arcas públicas con los ingresos recaudados por los derechos de aduana y reducir el descomunal déficit de las cuentas públicas de EEUU (1,9 billones de dólares en 2023). Objetivos que está intentando conseguir multiplicando por 10 veces o más la tasa media arancelaria de EEUU que apenas alcanzaba hace unas semanas el 3,5%. Resulta paradójico que una subida tan desorbitada de un impuesto sea decretada por Trump, que hizo del recorte de impuestos el centro de su campaña presidencial. Porque el arancel es un impuesto que paga en la aduana el importador, pero que al final soportan los consumidores (en el precio), las empresas importadoras (en los beneficios, si no pueden repercutir a los precios el nuevo coste) y las empresas que exportan a EEUU (que reducirán su facturación y, por tanto, sus beneficios). Pero, Trump, como Dios, escribe derecho con renglones torcidos: el aumento de los aranceles permitiría eliminar el impuesto sobre la renta o reducir significativamente sus tipos impositivos, lo que beneficiaría especialmente a los sectores sociales de mayor renta y facilitaría cumplir la promesa presidencial de reducir la presión fiscal, aunque para lograrlo haya que reducir el nivel de vida de la mayoría social, impulsar la inflación y lastrar el crecimiento económico. 

Y, en tercer lugar, reforzar la hegemonía económica global de EEUU en todos los órdenes (productivo, financiero, tecnológico, monetario, comercial y, por supuesto, militar), lo que permitiría sustentar un nuevo orden mundial unipolar sin las restricciones que hasta ahora suponían las normas y las instituciones multilaterales. Y ya no habría contradicción entre norma y fuerza, sino sometimiento de la ley al imperio de la fuerza. Sería otro final de la historia. EEUU podría imponer su voluntad o intereses nacionales al resto del mundo. 

La revolución libertaria de Trump también pretende reducir el Estado a su esqueleto de funciones militares y de orden público en defensa de una concepción de la cultura y la identidad nacional tan excluyentes y uniformizadoras como reaccionarias. En esas funciones prioritarias del Estado mínimo, la legitimidad democrática cedería terreno paulatinamente a una legitimidad nacionalista en la que todo estaría permitido al presidente de EEUU, porque estaría actuando en defensa o la mayor gloria de la nación. Por eso, el Estado de Derecho, con los equilibrios que exige entre los diferentes poderes del Estado, las instituciones independientes que controlan el ejercicio de esos poderes y la existencia de un pueblo soberano del que emanan todos los poderes del Estado, ya no sería funcional y tendría que retroceder para que la nación renaciera. Así lograría Trump alcanzar su sueño y el de muchos de sus votantes de hacer grande a EEUU de nuevo. 

Un delirio supremacista, xenófobo y antidemocrático con menos posibilidades de llevarse a cabo de lo que creen Trump y su estado mayor. Pero que el éxito del proyecto trumpista sea poco probable no significa que sea imposible o esté condenado de antemano al fracaso. Tendrá que ser derrotado políticamente y, en esa posible derrota, la ciudadanía, las instituciones y las fuerzas políticas progresistas y democráticas estadounidenses están llamadas a jugar un papel clave. La resistencia y la lucha política democráticas que se inician no van contra EEUU, sino contra Trump, la parte de los oligarcas que lo sostienen y las fórmulas que aplican para capturar rentas de la mayoría social en EEUU y del resto del mundo. 

No parece que Trump mida bien las resistencias y energías políticas que despiertan sus políticas. La bomba arancelaria que Trump ha lanzado contra el mundo tiene más posibilidades de dañar de forma grave y duradera al conjunto de la economía mundial, incluyendo a la economía estadounidense, que exclusivamente a sus grandes rivales, China y la UE. Y en ese resultado, todo va a depender de quien ejerza una acción política más inteligente y capaz de aunar mayores respaldos para sus propuestas. 

En la tarea de parar los pies a los planes y acciones de los Trump, Putin y Netanyahu tendrán éxito las propuestas que acierten a sumar el máximo de fuerzas democráticas en una alternativa que defienda la estabilidad, la cooperación y un orden mundial sustentado en reglas e instituciones multilaterales previamente acordadas. 

La UE y los gobiernos de los Estados en los que las fuerzas democráticas y progresistas jueguen un papel significativo, empezando por nuestro Gobierno de coalición progresista, están llamados a jugar un papel protagonista en esta historia. Tanto en las tareas de resistencia a las peligrosas y destructivas medidas que está aprobando Trump como en la búsqueda de una alternativa y la puesta en acción de forma inmediata de medidas de protección efectiva de empleos, tejido empresarial, rentas de asalariados y autónomos, derechos y libertades. 

En este mundo convulso, las fuerzas políticas que contribuyan al caos o se ensimismen en la búsqueda de diferenciación política o en pugnas partidistas que prioricen su autoafirmación, en lugar de contribuir a forjar un proyecto de país y de unidad europea que ofrezca a la ciudadanía protección, estabilidad y cooperación en la construcción ordenada de un mundo vivible, perderán apoyos sociales y, con ellos, la oportunidad de ejercer cierta influencia en el desarrollo de los acontecimientos. Y acabarán situadas en los márgenes del debate público y de la imprescindible negociación política orientada a empujar las transformaciones que son necesarias y que, para ser viables, no pueden aprovechar exclusivamente a las elites y grandes poderes económicos ni perjudicar en exclusiva a las grandes mayorías sociales. 

La bomba arancelaria de Trump contra el mundo