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Jaime Polo | @lovacaine
Gemma Blasco irrumpe con La Furia en el panorama cinematográfico con una obra que se adentra en el trauma, la culpa y la ira contenida con una madurez y una precisión formal que desarman. Lo que en manos menos hábiles podría haberse convertido en un thriller de venganza al uso, aquí se transforma en un retrato descarnado de una herida que no cicatriza, de una furia que no estalla pero que lo impregna todo.
La película arranca con una agresión sexual en la que la cámara, en un gesto de resistencia al morbo y a la violencia gratuita, decide no estar presente
La película arranca con una agresión sexual en la que la cámara, en un gesto de resistencia al morbo y a la violencia gratuita, decide no estar presente. Es un detalle clave. En una historia tan visceral, el acto más visceral permanece fuera de campo, dejando el peso del horror en el cuerpo y la mente de Alex (interpretada con una sensibilidad feroz por su protagonista). Su sufrimiento no se explota, no se estetiza, sino que se manifiesta en cada mirada perdida, en cada línea de diálogo entrecortada, en cada gesto de un cuerpo que ya no se siente suyo. Y aquí es donde La Furia se convierte en una clase magistral de cine: Blasco entiende que el cine no solo es lo que muestra, sino también lo que esconde, lo que sugiere, lo que hace sentir.
El teatro, como reflejo y herramienta de sanación, se convierte en otro personaje. Alex encuentra en Medea una vía para canalizar su dolor, para enfrentarse a su rabia. En paralelo, su hermano Adrián lidia con su propio sentimiento de culpa, atrapado entre el deseo de reparar lo irreparable y el miedo a sus propios impulsos. La película estructura esta dualidad de manera impecable, convirtiendo cada escena en una batalla interna, en un diálogo entre la necesidad de justicia y la imposibilidad de alcanzarla.
'La Furia', atención spoilers, subvierte con inteligencia las convenciones del subgénero rape and revenge, pero lo hace desde la omisión

La Furia, atención spoilers, subvierte con inteligencia las convenciones del subgénero rape and revenge, pero lo hace desde la omisión. Ella no se venga, no se redime a través de la violencia, no hay justicia poética. Es un ejercicio de resistencia contra la explotación del dolor, contra la necesidad de convertir a las víctimas en heroínas justicieras para que el público se sienta satisfecho. Porque en realidad, a menudo, no hay oportunidad para ello.
Pero más allá de su virtuosismo formal, La Furia resuena porque su dolor es real, porque su rabia se siente genuina. No busca respuestas fáciles ni catarsis complacientes. Al final, el mayor impacto llega con las palabras que cierran los créditos: "A mi hermana, por no elegir el camino de la furia". Y en ese momento, las emociones se desbordan. Porque La Furia no es solo una película sobre el dolor, sino sobre la resistencia de quienes lo sufren.
Una película necesaria, devastadora y, sobre todo, inolvidable que ya está estrenada en todos los cines de España.