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Son más de dos centenares las marcas de ginebra que se comercializan en España y, además, sobre todo gracias al incombustible boom del gin tónic, el consumo per cápita del destilado es uno de los más altos del mundo. Si a ello se le une el pandemónium del heterogéneo grupo de las que ostentan la categoría “”, rango y dignidad que se otorga el propio fabricante cuando considera que él lo vale y no se hable más del asunto, destacar de entre el antedicho maremágnum una ginebra en concreto no suele obedecer más que a cualquiera de las múltiples formas de gratitud pesebrista que informan a la actual gastrogilipolluá zampafoodie. Pues en este caso no es el caso.
Y puesta la venda, vamos con la herida en la forma y figura de una muy destacable ginebra, de nombre Luciferi, interesantísima, entre otras cosas, por el lugar donde se produce, Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, en la inmediata vecindad del Parque Nacional y Natural de Doñana, un espacio único en el mundo, que, en 2023 y para vergüenza y deshonra de la actual Junta de Andalucía, fue excluido, por mala gestión, del listado de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
En cualquier caso, en el gin Luciferi, clásico y seco, perviven aromas resinosos de los pinares de las salinas, donde, Rafael Alberti dixit, se peinan los pinos cuando los despeina el aire; y humedades herbáceas de las islas del Guadalquivir a donde, según Fernando Villalón, se fueron los moros que no se quisieron ir.

En la nota de cata de Luciferi, sus productores se muestran convencidos de haber logrado “el perfecto equilibrio entre una ginebra cítrica y el sabor herbáceo de Doñana”. Y ello se debe, muy probablemente, a que, junto a los tradicionales botánicos, como la enebrina, la raíz de angélica, el coriandro, el cardamomo, y las cáscaras de naranja y lima, han incorporado elementos tan locales como el romero, el cantueso, el mirto, el lentisco, y muy especialmente el almoraú que solía cargar Platero, mientras que su barbado jinete, Juan Ramón Jiménez, abrazaba lirios amarillos.
Ginebra potente, grata y personalísima que se adorna en un nombre de evocación mitológica, ya que remite a los restos de un templo situado, según el sabio griego Estrabón en su obra magna Geografía, en lo que fue el Jardín de las Hespérides, al que fue Heracles/ Hércules para cumplir su décimo primer trabajo que consistía en hacerse con las manzanas que garantizaban la inmortalidad, y que hoy, ya se apuntó, es municipio gaditano de Sanlúcar de Barrameda. Todo el sentido, porque el sobrenatural hijo de Zeus y Alcmena venía de su décimo trabajo, que consistió en robarle por la patilla los bueyes a Gerión en la isla de Eritea, hoy Cádiz, a solo cuarenta y tantos kilómetros.
En sus inmediaciones, el Pinar de la Algaida, donde están los restos de lo que el sabio que vivió entre los siglos menos uno y uno de nuestra era llamó Phosphorom hieron Loucen doubia, que los romanos tradujeron en Luciferi Fanum, quod vocant lucem dubiam, que, por terminar el ciclo, en el román paladino de nuestros días viene a significar Templo del Lucero al que llaman Luz Dudosa, y que los productores de la ginebra que aquí nos ha traído, Weisshorn Destilería, simplifican en Luciferi.

Al final, todo concurre y todo concuerda en un soberbio gin que los fabricantes recomiendan combinar con una tónica suave y que quien esto escribe prefiere tomarse en chupito y como típico snaps centroeuropeo, en compaña de una cerveza belga de trigo o con luna valenciana de arroz.
P’a gustos, las ginebras y las birras.
