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Se supone, es un decir, que, con el paso del tiempo, de los periodos históricos, el hombre necio, primario, resentido iría ocupando un lugar menos relevante en la organización de la sociedad. Se supone, digo, porque el final de cada una de las civilizaciones que nos precedieron, normalmente, siempre fue dirigido por personajes mediocres de inusitada crueldad, sirva como muestra Constantino el Grande, el gran emperador romano que hizo del catolicismo la religión imperial, iniciando desde entonces la persecución de todos aquellos que tenían otra para alargar unas décadas la subsistencia de una institución socavada por la corrupción y las intrigas.
Aquí, en otro tiempo, los señoritos andaluces picaban a los jornaleros desde sus caballos y algunos toreros lidiaron a detenidos en las plazas de toros de Badajoz o Córdoba
Entiendo el odio, aunque no lo considero una característica humana, sino un atavismo del tiempo perdido. El odio del que nació para sufrir como si fuese un mandato divino de imposible incumplimiento, el del pisoteado y humillado, el del pobre que no logra levantar cabeza por muchas horas que le robe a la vida, el del explotado, el bombardeado, el mutilado o el desplazado. Sin embargo, apenas veo ese odio en nuestros días, al menos no se le oye ni da señales de vida diferentes a las del dolor y la resignación. Si es palpable, por el contrario, el odio del que lo tiene todo, del que jamás estará satisfecho con sus posesiones y morirá pensando que le quedó algo por comprar, por robar, alguien por matar o pisotear. Me cuesta introducirme en los adentros de personajes como Trump, Musk o Ayuso, personas que podrían vivir de un modo satisfactorio y no dañino, pero se empeñan en dar pasos hacia delante que nos hacen retroceder siglos y que dejan en clarísima evidencia que el hombre apenas ha evolucionado desde aquellos genios maravillosos que pintaron Altamira o Lascaux. Sí, hay una forma de entenderlo, aunque descartada hace tiempo, se llamaba lucha de clases y era la que mantenían los dueños de los medios de producción con los trabajadores que carecían de ellos. Ahí caben personajes como Ayuso, no como dueña de máquinas o talleres, sino como espécimen de lumpen pequeñoburgués siempre dispuesto a situarse del lado del sol que más calienta.
Al igual que tras la conversión de Trump no se le ocurre otra cosa que anunciar la deportación masiva de los palestinos para construir otro Mónaco en el Mediterráneo Sur, casinos, putas y putos, estafadores, defraudadores y nuevos ricos, islas artificiales, futbolistas y estrellas a la carta. Estados Unidos el dueño, Israel, el CEO. Más de setenta mil asesinados, una cifra superior de heridos y mutilados, más de un millón de refugiados y deportados, la inmensa mayoría de la viviendas y servicios reducidas a escombros, el terror bíblico implantado de nuevo en la tierra por hijos de los hombres que se saben mejor que nadie lo que dice en ese libro de muerte y crueldad que es la razón de su ser y de su mañana. No hay un palmo de tierra en Gaza sobre el que no haya caído una bomba yanqui, no hay un huerto en el que quede un limonero, un hospital donde resista un quirófano, una escuela con pizarra, pero para ellos no ha pasado nada: ¿Qué eran los judíos para los generales nazis? Mierda. Pues lo mismo.
Toca de nuevo hablar de Gaza y al emperador Trump no se le ocurre otra cosa que anunciar la deportación masiva de los palestinos para construir otro Mónaco en el Mediterráneo Sur, casinos, putas y putos, estafadores, defraudadores y nuevos ricos
A juzgar por las palabras de Trump durante la visita del genocida judío a la Casa Blanca, en Gaza no ha muerto nadie ni se ha destruido nada, se trataba tan sólo de explanar unos terrenos junto al mar para poner en marcha unas promociones inmobiliarias de lujo dentro del que será uno de los lugares de referencia de nuevo Mediterráneo que diseñan en el entorno de Israel, una vez quede definitivamente limpio de palestinos. Un lugar de ensueño donde crecerán aguacateros y cocoteros junto a banqueros, traficantes de armas y niñatos del algoritmo. Allá, un poco más al sur, en las ruinas de la primavera árabe egipcia, arrojarán a dos millones de palestinos para ser esclavos, para morir sin que nadie sepa su nombre, a oscuras, en el fondo de las tinieblas.
Puede ser que sea una broma, una ocurrencia de Trump. No digo que no, todo lo que sale por su boca escapa a la razón, no tiene nada que ver con las virtudes humanas, con la bonhomía: Él no ve muertos, no ve sufrimiento, no ve dolor, él ve negocio, dólares, dominio, sumisión, enriquecimiento, valores muy superiores a los que rigen las vidas de quienes sufren y padecen por el motivo que sea. Además, habla con Dios, puesto que Dios fue quien protegió su vida en aquel extraño atentado de la oreja, diciéndole esto es lo que tienes que hacer, fuera ya mujeretas, desviados y flojos, acaba con ellos.
A juzgar por las palabras de Trump durante la visita del genocida judío a la Casa Blanca, en Gaza no ha muerto nadie ni se ha destruido nada, se trataba tan sólo de explanar unos terrenos junto al mar para poner en marcha unas promociones inmobiliarias de lujo
La cosa no tiene ninguna gracia y el número de disparates a que estamos siendo sometidos cada hora de cada día es tal, que terminaremos por darnos por vencidos, incluso apoyando la construcción de un nuevo eurodisney en Auschwitz, lleno de sensaciones y vivencias extremas. Aquí, en otro tiempo, los señoritos andaluces picaban a los jornaleros desde sus caballos y algunos toreros lidiaron a detenidos en las plazas de toros de Badajoz o Córdoba. La misma bestia anda suelta, sería bueno que nos diésemos cuenta de que no puede seguir así por más tiempo.