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miércoles. 28.05.2025
TRIBUNA POLÍTICA

Libertad para destruirlo todo

Dentro de unas pocas semanas, los brutos, la gente con menos escrúpulos del mundo, los salvajes, los energúmenos se harán cargo de los misiles, las bombas atómicas, los aranceles, las prohibiciones, las sanciones.

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Dentro de unos días, Donald Trump ocupará de nuevo la sala oval de la Casa Blanca después de haber propiciado el asalto al Capitolio y de cometer delitos diversos que lo acreditan como el hombre mejor preparado para dirigir a la nación más poderosa del planeta, una nación siempre en guerra, contra sí, contra el mundo. Controlado el Tribunal Supremo, la Cámara de Representantes y el Senado, rendidos a sus pies los supramillonarios de la tecnológicas, sin movimientos ciudadanos capaces de hacer oír su voz más allá de la calle de al lado, desaparecida la prensa, el hombre inculto, maleducado, zafio y ridículo se dispone a dejar el Estado reducido al ejército y la policía, a ocupar Canadá, Groenlandia, el Canal de Panamá y lo que se le venga en gana porque enfrente no hay nadie.

La democracia, sobre todo desde el acoplamiento de la socialdemocracia a los postulados del neoliberalismo, ha dejado a mucha gente fuera, quizá a demasiada

Estamos, ahora sí, viviendo un momento histórico insólito, la crónica de una muerte anunciada desde hace años pero que lejos de causar el espanto de las futuras víctimas, ha suscitado su entusiasmo en todo el mundo, como una especie de locura mundial, de virus silencioso que desde Estados Unidos se ha ido esparciendo a la mayoría de los países de Europa y pronto lo hará a los del resto de América, salvo riesgo de sucumbir por inanición. Es un momento dramático, inmensamente dramático porque por primera vez en la historia no hay ningún país, ninguna potencia que pueda poner freno al nuevo fascismo que destruirá nuestras libertades, tan sólo al otro lado, en el otro mundo donde viven los más, regímenes autoritarios donde la vida tampoco vale demasiado. 

Hemos dejado que nos roben la palabra libertad y con ellas se ha evaporado el concepto, la historia, el origen, el significado. La libertad de que hablan estos cabrones en todo el mundo, no es la de los grandes ideales, ni la de la esperanza, ni la que limita el poder de los poderosos; es la libertad de destruir todo aquello que los hombres, que las sociedades han venido construyendo conquista tras conquista, toda una serie de derechos, instituciones, leyes que hacían más llevadera la vida para los más y ponían coto a los desafueros de los oligarcas. Es cierto que la democracia, sobre todo desde el acoplamiento de la socialdemocracia a los postulados del neoliberalismo, ha dejado a mucha gente fuera, quizá a demasiada, que carga sus sistemas impositivos sobre las rentas del trabajo, que ha sido muy tolerante con los delincuentes de cuello blanco, que se ha olvidado en muchos casos de las necesidades más urgentes de la población como son la vivienda, la atención a la vejez o la mejora de la Sanidad. Es cierto que necesita una revisión a fondo, volver a sus orígenes, reconstruir el horizonte utópico del que siempre se ha nutrido, pero ese trabajo por hacer, esa crisis por superar ha de hacerse con la participación del pueblo y con la dirección de hombres buenos, de personas que entiendan que la política es una actividad noble que tiene por objetivo mejorar la vida de los ciudadanos, de todos los ciudadanos, nunca el enriquecimiento personal, ni la conquista de otros países, ni la eliminación de derechos, ni las matanzas, ni el genocidio, ni la acumulación de riquezas infinitas por quienes a ella se dedican. Eso es la antipolítica, lo que existía antes de las constituciones democráticas, lo que había cuando todavía nuestros reyes no sabían ni lavarse las manos.

Dentro de unos días Trump se hará con el poder en Estados Unidos, sin leyes que pongan freno a sus demenciales objetivos. Meses después, casi todos los países europeos estarán gobernados por gentes de la misma ralea, pero obedientes a los jefes imperiales

Dentro de unas pocas semanas, los brutos, la gente con menos escrúpulos del mundo, los salvajes, los energúmenos se harán cargo de los misiles, las bombas atómicas, los aranceles, las prohibiciones, las sanciones. No tendrán nada en cuenta, ni a personas ni a cosas, porque para ellos lo único importante -ya han hablado con Dios a través de sus máquinas- es el orden nuevo, un orden en el que lo único a considerar sea la capacidad de adaptarse al medio por degenerado que sea y el grado de codicia. 

Durante décadas se ha despreciado tanto la educación en valores cívicos y democráticos, se han marginado tantísimo las disciplinas humanísticas como Historia, Filosofía, Literatura o Geografía que al final hemos logrado formar magníficamente a miles de economistas, ingenieros, bioquímicos e informáticos sin la más mínima preparación humana. No se trataba de que todo el mundo leyese a los grandes clásicos de cada país y del mundo, de que conociesen las obras más excelsas del arte o la filosofía, la educación debía mostrar los caminos para comprender el arte, la historia, la literatura, pero especialmente que la aproximación al conocimiento de esas disciplinas nos hace más humanos, menos crédulos, menos soberbios, más comprensivos y empáticos. Sólo así se puede entender cómo puede aparecer tipos como Musk, Zuckerberg, Bezos, Ayuso, Mazón o Le Pen, gentes que están contribuyendo a construir un mundo mucho más viejo y dañino que el que había cuando ellos nacieron, que están poniendo las bases para un nuevo orden en el que sólo tengan derechos aquellos con capacidad de consumo, quedando el resto como población excedentaria al albur de los vientos.

Dentro de unos días Trump y los de las tecnológicas se harán con el poder en Estados Unidos, sin complejos, sin leyes que pongan freno a sus demenciales objetivos. Meses después, casi todos los países europeos estarán gobernados por gentes de la misma ralea, pero obedientes a los jefes imperiales. Han creído que el mundo es algo parecido a ese juego llamado Risk, han creído que la democracia carece de sentido cuando nadie la reclama y a ellos les estorba, que los hombres somos como aquellas hormigas que veía Orson Welles desde la noria del Prater. Esto ya lo vivimos, ya pasó, y las consecuencias fueron apocalípticas. Pensar que es inevitable, que la historia sigue su rumbo pese a quien pese, que cada cierto tiempo enfermamos y las infecciones sirven para salir más fuertes, es un derrotismo que no nos podemos permitir porque hoy quienes están llegando al poder en todo el mundo tienen muchos más medios de los que en el más loco de sus sueños pudo albergar Goebbels, porque probablemente no haya vuelta atrás.

Libertad para destruirlo todo