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domingo. 25.05.2025
MUJERES EN LA CIENCIA

Jocvelyn Bell Burnell: la niña que miraba las estrellas

Bell Burnell no solo tuvo que luchar por hacer ciencia. Tuvo que luchar por poder ser reconocida como científica.
Foto: Cavendish Laboratory
Jocvelyn Bell Burnell de joven | Foto: Cavendish Laboratory

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La escena es sencilla: una niña norirlandesa de ocho años observa en silencio el cielo nocturno. Ha leído libros sobre constelaciones en la biblioteca local y, con el apoyo de sus padres, ha empezado a construir un telescopio. Nadie sospecha que, décadas más tarde, esa niña descubrirá uno de los fenómenos más fascinantes del universo: los púlsares. Nadie… y quizás aún peor: cuando lo haga, no se le reconocerá.

Esa niña era Jocelyn Bell Burnell, y su historia encarna como pocas el efecto Matilda, esa forma silenciosa de invisibilización de los logros femeninos en la ciencia.

El caso de Jocelyn Bell Burnell es un ejemplo paradigmático del efecto Matilda

Año 1967. Jocelyn era entonces una joven estudiante de doctorado en Cambridge, trabajando bajo la dirección del profesor Antony Hewish. Su tarea parecía rutinaria: analizar kilómetros de gráficos obtenidos con un radiotelescopio de 120 metros que ella misma había ayudado a construir. Revisaba esos datos a mano, día tras día, cuando detectó unas señales regulares, extraordinariamente precisas, que se repetían cada 1,3 segundos. Al principio, las bautizaron con humor como LGM1 (Little Green Men, hombrecitos verdes), porque nadie sabía qué demonios eran.

Jocelyn siguió observando, comparando, analizando. Pronto encontró otros objetos con un comportamiento similar. Lo que había descubierto eran púlsares: estrellas de neutrones girando a gran velocidad, que emiten ondas de radio como faros cósmicos. Era algo totalmente nuevo. Una revolución en la comprensión del universo. El artículo científico que lo anunció fue firmado por cinco autores. El segundo nombre en la lista era Jocelyn Bell.

Aunque el Premio Nobel de Física de 1974 fue otorgado a Antony Hewish y Martin Ryle “por sus investigaciones pioneras en radioastronomía”, incluyendo el descubrimiento de los púlsares, a Jocelyn Bell Burnell no se la mencionó.

Recordar a Jocelyn Bell Burnell no es solo un acto de justicia. Es una forma de señalar que el talento no tiene género, pero las instituciones sí

Muchos en la comunidad científica lo consideraron injusto. Pero el comité Nobel mantuvo su decisión. Preguntada sobre ello, Jocelyn respondió con una humildad que, hoy sabemos, también fue un escudo:

No creo que un estudiante de doctorado deba recibir el Nobel.”

Años más tarde, ya más consciente de lo vivido, añadió una reflexión demoledora:

Durante mucho tiempo, el mundo científico estuvo formado por hombres. Y lo que había a su alrededor —secretarias, mujeres, estudiantes— eran muebles. Yo era un mueble.”

Ese comentario resume con crudeza la estructura patriarcal de la ciencia de su tiempo. Las mujeres podían estar presentes, sí, pero no como protagonistas. Su función era servir, apoyar, facilitar… y no estorbar.

Cuando las mujeres hacen descubrimientos relevantes, sus méritos son atribuidos a los hombres de mayor rango o reputación

Una vez, en una entrevista para una televisión británica, tras ser presentada como la persona que descubrió los púlsares, el periodista centró sus preguntas en temas como:

“¿Y qué tal está su novio? ¿No le afecta que usted sea más lista que él?”

Bell Burnell no solo tuvo que luchar por hacer ciencia. Tuvo que luchar por poder ser reconocida como científica.

El caso de Jocelyn Bell Burnell es un ejemplo paradigmático del efecto Matilda, identificado por la historiadora Margaret Rossiter: cuando las mujeres hacen descubrimientos relevantes, sus méritos son atribuidos a los hombres de mayor rango o reputación.

Hewish, el director de tesis, recibió el galardón. Bell Burnell, la persona que detectó las señales, analizó los datos y defendió su importancia, fue relegada a un segundo plano.

No fue un accidente. Fue el resultado de un sistema que no concebía a una joven mujer como autora legítima de una revolución científica.

El tiempo pone las cosas… a medias en su sitio. Con el paso de los años, Bell Burnell ha recibido decenas de reconocimientos. Fue presidenta de la Real Sociedad de Astronomía, profesora en Oxford, miembro de la Royal Society. En 2018, recibió el Premio Breakthrough, dotado con tres millones de dólares. ¿Qué hizo con ese dinero?

Lo donó íntegramente a becas para estudiantes de física procedentes de grupos subrepresentados: mujeres, personas racializadas, refugiadas.

Su gesto fue una declaración política:

“Todavía hay muchas Jocelyn en el mundo que no llegan donde podrían. Yo tuve suerte. Pero no quiero que otras dependan solo de la suerte”.

¿Por qué contar esta historia hoy? Porque todavía hay niñas que miran las estrellas y sueñan con hacer ciencia. Y todavía hay barreras invisibles que les dicen “la ciencia no es para las niñas” que no pueden, o que si lo logran, su éxito será atribuido a otros.

Recordar a Jocelyn Bell Burnell no es solo un acto de justicia. Es una forma de señalar que el talento no tiene género, pero las instituciones sí. Y que la ciencia necesita no solo ideas brillantes, sino estructuras que reconozcan a quienes las tienen.

En un mundo que sigue dando más espacio a los Hewish que a las Bell Burnell, cada vez que una mujer científica es silenciada, nos empobrecemos como humanidad. Y cada vez que la visibilizamos, damos un paso hacia un mundo más justo y más sabio.

Hasta dentro de quince días, con otra científica apagada por el efecto Matilda

Jocvelyn Bell Burnell: la niña que miraba las estrellas